- Sylvia Plath [U.S.]
- Primera edición: 1961
- Poema
⋆⋆⋆
Love set you going like a fat gold watch.
The midwife slapped your footsoles, and your bald cry
Took its place among the elements.
Our voices echo, magnifying your arrival.
New statue. In a drafty museum, your nakedness
Shadows our safety. We stand round blankly as walls
I'm no more your mother
Than the cloud that distills a mirror to reflect its own slow
Effacement at the wind's hand.
All night your moth-breath
Flickers among the flat pink roses. I wake to listen:
A far sea moves in my ear.
One cry, and I stumble from bed, cow-heavy and floral
In my Victorian nightgown.
Your mouth opens clean as a cat's. The window square
Whitens and swallows its dull stars. And now you try
Your handful of notes;
The clear vowels rise like balloons.
Than the cloud that distills a mirror to reflect its own slow
Effacement at the wind's hand.
All night your moth-breath
Flickers among the flat pink roses. I wake to listen:
A far sea moves in my ear.
One cry, and I stumble from bed, cow-heavy and floral
In my Victorian nightgown.
Your mouth opens clean as a cat's. The window square
Whitens and swallows its dull stars. And now you try
Your handful of notes;
The clear vowels rise like balloons.
Bueno, pues feliz 10 de mayo. Supongo
que estarán leyendo esto después de regresar de su obligatoria comida con mamá,
así que me aprovecharé descaradamente del humor festivo reseñando un pequeño
poema de maternidad. ¿Por qué? 1) oportunismo, y 2) nunca he terminado de ser
fan de su poema más famoso, “Lady Lazarus”. Sé que ello me ameritaría pedradas
en muchos círculos literarios, pero ya qué. Lo malo es que ese poema es quinta
esencial para entrar al mundo de Plath, siendo la piedra angular de su poemario
más célebre, Ariel. Por lo tanto, el
que no me guste por completo significa que su poesía no me gusta por completo.
Todo se reduce a algo muy simple: no me gustan los mártires pomposos. Tengo una
tolerancia muy moderada al dolor privado hecho solarmente público por el mismo
doliente, y comparar tu pena con los campos de Auschwitz traspasa ese umbral
con mucho. Así que decidí reseñar este poema, una pequeña joya del mismo
poemario, y alumbrar un poco el día.
Lo que me gusta de este poema es que es
honesto, con esos mismos tintes de brutalidad que a tantos encantan de Plath, pero
no es quejoso. Su ángulo sobre la maternidad no está pintado de rosa, pero
tampoco busca excusas inútiles para sufrir. Es sencillamente honesto, desnudo,
y al menos a mí me deja con una sonrisa a pesar de nunca ser azucarado. Todo en
sus versos ocurre cómo lo declara en la primera estrofa, donde el bebé entra al
mundo y ocupa su sitio “entre los elementos”. Esto es decir que todo es natural
y no recibe juicio. El nacer y el comenzar a surgir como persona no tiene aquí
tintes románticos, pero sí belleza. Una flor que surge de la rama es algo
hermoso, sin importar que se le vea como un simple fenómeno de la biología.
Plath observa su entrada a la maternidad con un ojo objetivo, por momentos frío
(como cuando dice no ser más la madre del niño que un espejo reflejándose a sí
mismo), pero lleno de imágenes preciosas.
En la segunda estrofa dice que tras el
nacimiento los familiares se quedaron parados, mudos y sin emoción; en la
cuarta compara el llanto del niño con un mar distante que se mueve en su oído.
Algunos ven en este tipo de imágenes a una Plath decepcionada, que no siente
encanto hacia su rol de madre. Puede ser que no sienta encanto, pero
ciertamente no es inmune a los lados menos grises de su nueva faceta. Puede ser
que sienta su cuerpo pesado, “como una vaca”, pero no por ello deja de
reconocer que el niño tiene una naturaleza inalterada e inocente. Esto puede
verse en pequeñas palabras esparcidas dentro del poema —el oro del primer
verso, las rosas, los revoloteos, y los globos ascendientes con los que cierra
todo. Podría decirse pues, que es un poema ambivalente y volátil, como el humor
de una mujer tras dar a luz. Es esa clase de honestidad la que me atrae; la que
no duda en ver los defectos pero también desfallece un poco ante los abscesos
de belleza irremediable.
El desenlace de la historia ya lo
conocen, y si no está en la biografía. No fue nada lindo, pero sí protegió a
los niños después de todo. Es importante notar que probablemente estaba
sufriendo un episodio psicótico en ese momento, y aun así selló a sus hijos
fuera del peligro. Esto no la hace una santa; era una mujer con demasiados
defectos y neurosis para tal clasificación. Pero sí la hace una madre. ¿Y saben
algo? La mía también tiene fallas, bastantes. Y virtudes. Hasta donde mi ojo
alcanza a ver, la maternidad no es ni capilla sagrada ni círculo del averno.
Las madres son personas como cualquier otra, pero que tienen la oportunidad de
sentir un amor distinto, uno que transforma a un lienzo en blanco a un alguien
móvil, con un alma. Como tal, quizá no debemos construirles un altar a nuestras
madres sólo por habernos dado la vida —pero sí respetarlas por cada vez que han
tratado de proteger nuestra temblante inocencia ante los embates del viento;
cada vez que han resistido, baluartes ante la marea; cada vez que han odiado
nuestro llanto sólo para reconocer, quizá al mismo tiempo, la belleza de que
estemos vivos.
Poemario Ariel:
Hiperion: $347
Faber & Faber (e-book): $165
Harper Perennial: $216
Disponible en:
-El Sótano
-FCE
-El Péndulo
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