viernes, 10 de mayo de 2013

Morning Song

  • Sylvia Plath [U.S.]
  • Primera edición: 1961
  • Poema
    ⋆⋆⋆


    Love set you going like a fat gold watch.
    The midwife slapped your footsoles, and your bald cry
    Took its place among the elements.

    Our voices echo, magnifying your arrival.
    New statue. In a drafty museum, your nakedness
    Shadows our safety. We stand round blankly as walls
     
    I'm no more your mother
    Than the cloud that distills a mirror to reflect its own slow
    Effacement at the wind's hand.

    All night your moth-breath
    Flickers among the flat pink roses. I wake to listen:
    A far sea moves in my ear.

    One cry, and I stumble from bed, cow-heavy and floral
    In my Victorian nightgown.
    Your mouth opens clean as a cat's. The window square

    Whitens and swallows its dull stars. And now you try
    Your handful of notes;
    The clear vowels rise like balloons.


    Bueno, pues feliz 10 de mayo. Supongo que estarán leyendo esto después de regresar de su obligatoria comida con mamá, así que me aprovecharé descaradamente del humor festivo reseñando un pequeño poema de maternidad. ¿Por qué? 1) oportunismo, y 2) nunca he terminado de ser fan de su poema más famoso, “Lady Lazarus”. Sé que ello me ameritaría pedradas en muchos círculos literarios, pero ya qué. Lo malo es que ese poema es quinta esencial para entrar al mundo de Plath, siendo la piedra angular de su poemario más célebre, Ariel. Por lo tanto, el que no me guste por completo significa que su poesía no me gusta por completo. Todo se reduce a algo muy simple: no me gustan los mártires pomposos. Tengo una tolerancia muy moderada al dolor privado hecho solarmente público por el mismo doliente, y comparar tu pena con los campos de Auschwitz traspasa ese umbral con mucho. Así que decidí reseñar este poema, una pequeña joya del mismo poemario, y alumbrar un poco el día.

    Lo que me gusta de este poema es que es honesto, con esos mismos tintes de brutalidad que a tantos encantan de Plath, pero no es quejoso. Su ángulo sobre la maternidad no está pintado de rosa, pero tampoco busca excusas inútiles para sufrir. Es sencillamente honesto, desnudo, y al menos a mí me deja con una sonrisa a pesar de nunca ser azucarado. Todo en sus versos ocurre cómo lo declara en la primera estrofa, donde el bebé entra al mundo y ocupa su sitio “entre los elementos”. Esto es decir que todo es natural y no recibe juicio. El nacer y el comenzar a surgir como persona no tiene aquí tintes románticos, pero sí belleza. Una flor que surge de la rama es algo hermoso, sin importar que se le vea como un simple fenómeno de la biología. Plath observa su entrada a la maternidad con un ojo objetivo, por momentos frío (como cuando dice no ser más la madre del niño que un espejo reflejándose a sí mismo), pero lleno de imágenes preciosas.

    En la segunda estrofa dice que tras el nacimiento los familiares se quedaron parados, mudos y sin emoción; en la cuarta compara el llanto del niño con un mar distante que se mueve en su oído. Algunos ven en este tipo de imágenes a una Plath decepcionada, que no siente encanto hacia su rol de madre. Puede ser que no sienta encanto, pero ciertamente no es inmune a los lados menos grises de su nueva faceta. Puede ser que sienta su cuerpo pesado, “como una vaca”, pero no por ello deja de reconocer que el niño tiene una naturaleza inalterada e inocente. Esto puede verse en pequeñas palabras esparcidas dentro del poema —el oro del primer verso, las rosas, los revoloteos, y los globos ascendientes con los que cierra todo. Podría decirse pues, que es un poema ambivalente y volátil, como el humor de una mujer tras dar a luz. Es esa clase de honestidad la que me atrae; la que no duda en ver los defectos pero también desfallece un poco ante los abscesos de belleza irremediable.

    El desenlace de la historia ya lo conocen, y si no está en la biografía. No fue nada lindo, pero sí protegió a los niños después de todo. Es importante notar que probablemente estaba sufriendo un episodio psicótico en ese momento, y aun así selló a sus hijos fuera del peligro. Esto no la hace una santa; era una mujer con demasiados defectos y neurosis para tal clasificación. Pero sí la hace una madre. ¿Y saben algo? La mía también tiene fallas, bastantes. Y virtudes. Hasta donde mi ojo alcanza a ver, la maternidad no es ni capilla sagrada ni círculo del averno. Las madres son personas como cualquier otra, pero que tienen la oportunidad de sentir un amor distinto, uno que transforma a un lienzo en blanco a un alguien móvil, con un alma. Como tal, quizá no debemos construirles un altar a nuestras madres sólo por habernos dado la vida —pero sí respetarlas por cada vez que han tratado de proteger nuestra temblante inocencia ante los embates del viento; cada vez que han resistido, baluartes ante la marea; cada vez que han odiado nuestro llanto sólo para reconocer, quizá al mismo tiempo, la belleza de que estemos vivos.

     Poemario Ariel:
    Hiperion: $347
    Faber & Faber (e-book): $165
    Harper Perennial: $216 
    Disponible en:
    -El Sótano
    -FCE
    -El Péndulo
     

    No hay comentarios:

    Publicar un comentario