jueves, 27 de junio de 2013

Menos que cero

  • Less than Zero
  • Bret Easton Ellis [E.U]
  • Primera edición: 1985
  • Novela 

–¿Te acostaste con Warren? –pregunta Kim a Alana.
Alana mira a Blair y luego a Kim y luego a mí y dice:
–No, no me acosté. –Vuelve a mirar a Blair y luego otra vez a Kim–. ¿Y tú?
–No, pero creo que Cliff se acostaba con Warren –dice Kim, confusa durante un momento.
–Tal vez sea verdad, pero yo creía que Cliff se acostaba con Didi Hellman –dice Blair.
–No, eso no es cierto. ¿Quién te lo dijo? –quiere saber Alana.
Durante un momento me doy cuenta de que yo mismo podría haberme acostado con Didi Hellman. Me doy cuento asimos que también podría haberme acostado con Warren. No digo nada. Probablemente lo sepan ya.

Supongo que justo ahora, después de semejante cita, es buen momento para admitir que este no es un libro que recomiende con particular énfasis al menos no a mentes muy jóvenes o muy discretas. También es oportuno aclarar que Ellis no es coetáneo de los beat, pero es un heredero muy notable de los mismos. Verán, la generación beat dejó un claro sendero en la cultura americana y que de cierta forma es muy fácil de seguir. Se parece un poco al camino amarillo del Mago de Oz, sólo que en lugar de buscar tabiques resplandecientes deben ir tras jeringas, papelinas, alcohol, desilusiones y vómito (tanto verbal como líquido). Ya que han seguido tan venerables pasos, podemos dar con libros como Menos que cero, un relato amargo sobre todo lo que les dijeron que no debe hacerse ni en vida ni en muerte, sobre la Generación X. De cierta forma, la temática que se maneja (drogas, alcohol, drogas, homosexualidad, drogas) puede ser comparada con Yonqui, pero treinta años después. Y si Yonqui se encarga de mostrar el lado con menos glamour de la sociedad drogadicta, Menos que cero es su completo opuesto: la opulencia y la droga; las fiestas sin freno, los autos caros, los padres filmando en Europa, lo modelos y la cocaína dando una sensación de vértigo y desazón en cada nueva página.

Supongo que el nombre de Ellis les sonará por American Psycho (sí, la película proviene de un libro), y también por su fama como “horrible, horrible persona”. Muchos han dicho que Menos que cero son más sus memorias que una novela, y no es difícil dudarlo: niño rico con buenas ropas y desprecio por casi toda la raza humana. (Ignoremos el hecho de que sea su primer libro y que no tiene sentido hacer memorias a los 21 años.) De eso va más o menos el libro, sitúen a nuestro protagonista principal, Clay, en muchas fiestas de muchos chicos de dieciocho años con dinero de sobra y con padres ausentes que les compran un Ferrari o un BMW de cumpleaños. Consultando reseñas en Goodreads me encontré con personas que odian el libro con todo su corazón bajo la excusa de “¿a mí que me importa que tenga una casa en Bel Air y otra en Palm Springs y beba toda la maldita noche?”, debo admitir que tienen razón. Cuando llegué a la mitad no pude dejar de pensar que todo lo que me contaba Clay era una repetición de la página anterior. Y sin embargo, quitando el dinero y la cocaína, el mundo al que nos arrastra Ellis es escalofriante. Un mundo sin amor, donde tienes sexo e inhalas coca e ignoras a tu madre y a su amante porque puedes, porque quieres.

Finn clava la aguja en el brazo de Julian.
–¿Qué puedes hacer? No tienes a donde ir. ¿Vas a contárselo a alguien? ¿Qué te convertiste en un puto para pagar una jodida deuda por culpa de la droga? Tío, eres más ingenuo de lo que yo creía. Pero, vamos, querido, en seguida te encontrarás mejor.
Desaparezca aquí.

No hay ninguna reflexión sobre lo mal que va el mundo ni sobre lo horrible de la juventud: la narrativa es sencillamente directa: presente, primera persona: yo me drogo, aquí y ahora. Como ya dije, la trama no es mucho del otro mundo si se considera: Clay es nuestro narrador y vuelve de New Hampshire a pasar un mes de vacaciones  de Navidad a su casa en Los Ángeles. Lo que encuentra en su primer día es lo que ha dejado el dinero de los años ochenta; amigos drogadictos y bisexuales que buscan a un díler a todas horas, chicas anoréxicas cuyos padres van de compras a Venecia. Todos llevan a Clay de una fiesta a la siguiente, de un bar a otro, de una casa a una más. Las noches y los días parecen lo mismo, no pierden nada, no ganan nada, no ofrecen nada. ¿Por qué se drogan?, ¿por qué violan a una chica?, ¿por qué patean a un muerto? Porque pueden, porque nadie se los impedirá, porque el dinero puede comprarles esa libertad. Así es una y otra vez, de una página a la siguiente nada parece cambiar. No importa si el mejor amigo de Clay se acuesta ahora con su exnovia, o se acostaban cuando estaban juntos, nada de eso importa. Los cuerpos también son parte del contrato liberal, son parte de ese descubrimiento ocioso.

¿Me gustó? La verdad es que aún no lo sé. Puedo decir que lo inicié ayer y lo terminé hoy. Quizás mi premura se debió a la presión de hacer la reseña antes de que terminase el mes, pero debo decir que aún sin dicha tarea hubiera terminado el libro en dos días. No porque fuera bueno, sino sólo por salir de él. Las palabras plasmadas son brutales, frías, lo único que pensaba era pasar una decena de páginas sin pensar demasiado en el asunto. Al final terminé comprendiendo el mensaje. La frialdad de la narración no sólo se debe a la cotidianeidad de la misma, sino al hecho de que Clay está desconectado del mundo al que ha regresado. Las imágenes pasan por su cabeza como recortes de periódico donde un padre ha atado a la puerta a su hijo y le ha lanzado cuchillos hasta matarlo. Horrible, claro, pero también ajeno. Su alejamiento no es tanto temporal como cultural. Muchas veces su exnovia, Blair, y otros tantos amigos le recriminan que se haya marchado al Este, a New Hampshire. Muchos de ellos, si no es que todos, estudian en la U.C.L.A., por lo que nunca se han alejado de las grandes fiestas. Pero Clay lleva cuatro meses libre de aquel ambiente liberal donde un hombre puede llevar a su novio a la fiesta y presentárselo a su esposa. Lleva cuatro meses instalado en el Este, donde la cultura siempre ha sido diferente, un poco más estricta y discreta.

No puedo decir que se haya alineado en aquel tiempo que estuvo lejos de casa –no creo que haya dejado la droga en ningún momento–, pero es cierto que aquello produjo un cambio en él. Menos que cero es una experiencia donde tanto él como nosotros somos ajenos a un entorno frívolo; donde pequeños recuerdos llevan a su mente como punzadas. Ve a su amigo Julian corriendo por verdes campos, jugando futbol, al mismo tiempo que lo acompaña a prostituirse. Blair y el en Disneylandia una noche, y rompiendo a la siguiente. Sus hermanas paralizadas en un mundo de revistas, tiendas de marca. La menos diciendo que puede conseguir su propia coca. Su madre consiguiendo su propia coca. Su padre también. Son los recuerdos los que dan verdadero sentido al libro; no es sólo la trama sencilla de la que hablaba en donde cada noche hay una fiesta. Es el rompimiento que existe entre la infancia y el mundo adulto, sin nada de por medio para amortiguar la caída. Es una delgada línea que se viola una y otra vez, porque nadie está ahí para atrapar a los que la traspasan. El libro tiene un aire muy parecido al del Guardián entre el centeno, sólo que Clay no tiene la fuerza del Holden. Él no está preparado para atrapar a los cuerpos que se dejan caer en el vacío hollywoodense. Sencillamente observa y hace lo que todos, inhala y bebe, una y otra vez, su voluntad no alcanza para detener a toda esa generación. El único desenlace posible es el de la retira, apartarse lejos, siguiendo el sol en el Este y dejando que se oculte, y que oculte toda aquella mierda humana, en el Oeste.

¿Lo recomiendo? Sí, si tienen el ojo para encontrar detalles como el que les dije. ¿Por qué? Porque puedo.

Cuando llegamos a casa de Rip, en Wilshire, nos lleva al dormitorio. Hay una chica desnuda, muy joven y muy guapa, tumbada en el colchón. Tiene las piernas abiertas y atadas a los postes de la cama y los brazos atados por encima de la cabeza. Tiene el coño todo irritado y parece reseco y puedo ver que se lo han afeitado. No deja de gemir y murmura palabras y mueve la cabeza a un lado y a otro con los ojos semicerrados. Spin se arrodilla junto a la cama y coge una jeringuilla y le susurra algo al oído, la chica no abre los ojos. Spin le clava la jeringuilla en el brazo.
[…]
–¿Por qué? –es todo lo que le pregunto a Rip.
–¿Qué?
–¿Por qué, Rip?
Rip parece confuso.
–¿Por qué qué? ¿Te refieres a eso de ahí dentro?
Trato de asentir.
–¿Y por qué no? ¿Qué diablos pasa?
–Dios mío, Rip, si sólo tiene once años.
–Doce –me corrige Rip.
–Bueno, pues doce –digo, pensando un momento en eso.
–Oye, no me mires como si fuera un degenerado o algo así. No lo soy.
–Eso… –se me estrangula la voz.
–¿Eso qué? –quiere saber Rip.
–Eso… no me parece que esté bien.
–¿Y qué está bien? Si uno quiere algo, tiene derecho a cogerlo. Si quieres hacer algo, tienes derecho a hacerlo. […]

–Pero tú no necesitas nada. Lo tienes todo –le digo.
Rip me mira.
–No es cierto.
–¿Qué?
–No lo tengo todo.
Hay una pausa y luego pregunto:
–Mierda, Rip, ¿y qué es lo que no tienes?
–No tengo nada que perder.

Ediorial Debolsillo: $134-149
Anagrama: $143-152 /190*
Disponible en:
-El Sótano*
-Gandhi
-Porrúa
-FCE
-El Péndulo

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