-Le cittá invisibile
-Italo Calvino [Italia]
-Primera edición: 1972
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Ocurre con las ciudades lo que en los sueños: todo lo imaginable puede ser soñado, pero hasta el sueño más inesperado es un acertijo que esconde un deseo, o bien su inversa, un temor. Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de temores, aunque el hilo de su discurrir sea secreto, sus normas absurdas, sus perspectivas engañosas, y cada cosa esconda otra.
Hace unos dos años, casi, cuando decidí empezar a usar mi blog personal de un modo más asiduo, lo primero que se me ocurrió hacer fue una descripción del lugar en que vivo. No de mi casa, sino de lo que hay alrededor. El lugar no es precisamente poético, pero eso es lo que me importaba plasmar: el ambiente magro, gris, eternamente contaminado por el polvo de las construcciones que nunca paran y nunca satisfacen a nadie. Mi pequeña burbuja. Como les cuento, no es un sitio romántico ni nada por el estilo, pero es de donde surgí, y siempre he considerado que el caldo en donde nos cultivamos es más que contexto. Nuestros alrededores nos hacen, en gran medida; nos moldean y se filtran dentro de nuestra piel aunque tratemos de evitarlo. Es por eso importante echar un ojo a las construcciones que nos rodean y contienen, puesto que al entenderlas podemos revelar inquietudes y necesidades que llegan hasta lo más profundo de lo humano.
Pero el cemento y el ladrillo no es lo único que se transfigura en edificio, en ciudad. El espacio físico es importante, por supuesto, pero es al cabo finito. Cada uno de nosotros cuenta, en cambio, con una dotación inagotable de espacio incorpóreo, etéreo, dentro de nuestra mente y nuestro ser. Nuestros defectos, nuestras virtudes, nuestras creencias; todo habita dentro de nosotros en un cúmulo entretejido que bien puede ser visto como una ciudad viva, irascible y excitable como todas las ciudades, imperfecta y única. Y también hay ciudades que construimos entre todos, como hormigas inconscientes que llevan en cada idea y cada acción una pequeña piedra, una pequeña rama, para la edificación de una colmena inmensa —una entidad social que nos involucra a todos, una ciudad que bien puede ser considerada como el mundo entero. Todo es construcción. Pero en ocasiones no sabemos identificar estas ciudades, puesto que no son físicas. Son invisibles, a pesar de su extensión inmensa. Allí entra este libro, a darle nombre y realidad a las metáforas inaprehensibles que nos rodean a cada paso.
Kublai Jan había advertido que las ciudades de Marco Polo se parecían, como si el paso de una a otra no implicara un viaje sino un cambio de elementos. Ahora, de cada ciudad que Marco le describía, la mente del Gran Jan partía por cuenta propia, y desmontada la ciudad parte por parte, la reconstruía de otro modo, sustituyendo ingredientes, desplazándolos, invirtiéndolos.
Esto no es precisamente una novela, pero quizá por cuestiones de conveniencia Calvino la empotró sobre la estructura de una. Marco Polo relata a Kublai Jan (o Khan) lo acontecido durante sus viajes por el sempiterno imperio que este último lidera, pero no hay aquí un orden en el viaje. No puede decirse que Marco Polo corra aventuras, puesto que en un momento incluso empezamos a dudar el hecho de que se esté moviendo en absoluto. Cada que habla sobre una ciudad, Marco dice “en mis viajes” o “tras unos días de camino”, pero nunca dice desde donde caminó o en qué dirección fue o qué ciudad vio después de otra. Todo está encimado y confuso, lo cual termina por hacernos pensar que estas no son ciudades físicas, sino fragmentos de otra cosa —imaginación, pensamiento, alma. Y sin embargo no es como si Marco expusiese tan sólo su mismo ser: cada ciudad dice algo acerca del Jan, de la gente del imperio, de la gente que somos ahora.
Así aprendemos que en una ciudad las personas cuelgan sobre un precipicio y viven en edificios inversos en forma de bolsa; que en una ciudad los habitantes desesperan por deshacerse de lo pasado hasta el punto de tirar a la basura todas sus cosas, a diario; que una ciudad sólo puede ser mirada en todo si esplendor si quien llega a ella lo hace por sorpresa. Todos los escenarios son muestra de una imaginación temible por parte de Calvino, acompañada de la habilidad —sin duda alimentada por Borges— de poner al mundo entero en letras, sin tomar más de un par de páginas para construir un espacio eterno y convincente. En ocasiones las ciudades de Calvino ocupan un espacio indefinido, que podría ser, de hecho, todo el espacio, pero ello no se siente inverosímil dentro del texto, y más bien parece revelar una verdad oculta sobre la naturaleza del mundo. Habrá a quien los escenarios del artífice italiano le parezcan absurdos e irreales, pero basta con una mirada profunda a nuestros alrededores y a nuestros interiores para darnos cuenta de que es todo lo contrario. Quizá estas ciudades sean imposibles, pero eso no les impide estar ya aquí, reales.
Al igual que Borges, su gran inspiración, Calvino se mantiene breve. Ninguna de sus ciudades toma más de tres cuartillas en recorrerse, y uno se queda con la impresión de haber visto algo en su totalidad, como si fuera un Aleph. Hay veces en que este tipo de autores, que pueden conjurar espacios y tiempos infinitos a placer, son acusados de usar sus dones de un modo poco emocional, poco humano, como robots virtuosos que pueden escribir todo lo que sea metafísico, pero sin jamás conmover. Aquí no es verdad. Las ciudades invisibles estuvo esperando en mi librero un buen tiempo porque tenía cierto miedo de encontrarme con los fríos trucos de un mago desapegado, pero lo que hallé fue la cálida sabiduría de alguien que comprende lo que somos, por dentro y por fuera de nuestras siempre crecientes paredes.
El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.
Siruela: $225
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-FCE
-Porrúa
-El Péndulo
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