martes, 28 de enero de 2014

La ladrona de libros

-The Book Thief
-Markus Zusak [Australia]
-Primera edición: 2005
-Novela

 
 ⋆⋆⋆⋆
Primero los colores.
Luego los humanos.
Así es como acostumbro ver las cosas.
O, al menos, así intento verlas.
UN PEQUEÑO DETALLE
Morirás.


Amo este libro.
Odio este libro.
¿Les ha pasado?

Terminé de leer La ladrona de libros el 9 de junio de 2008, o por lo menos eso anoté al final de mi edición. Haciendo cuentas, tenía trece años en ese momento –me faltaba un mes para cumplir catorce. Acabo de terminar de releerlo. Me gustaba pensar que, más que amar la historia en sí, amaba la anécdota que le acompaña. Estamos en agosto. No es mi cumpleaños, obviamente no es Navidad, no es ningún día especial. Mi padre trabajaba por turnos y, a veces, pasaba una semana entera sin verlo. Estamos terminando una de esas semanas y hay algo envuelto en papel de Sanborns con un moño dorado encima: “Es para ti”. Es el primer regalo envuelto que recibo, es el primer regalo sorpresa que recibo, es el primer libro que recibo de mi padre sin que se lo haya pedido antes. Yo ni siquiera sabía que existía. No lloré, afortunadamente. Lloré después; justo cuando las últimas cenizas de la Segunda Guerra Mundial terminaron de caer, tal vez un poco después. Carajo, cómo lloré. Carajo, cómo lloro ahora. Sobra decir que me equivoqué; no sólo amo la llegada de este libro, amo el libro en sí. Sus palabras, su ritmo, su construcción y su destrucción final. Qué letales son las palabras.

¿Por eso lo odio? Creo que sí. A los trece años ningún libro me había hecho llorar. Nunca antes me había sentido tan mal con algo escrito. Hasta hoy, creía que mi reacción fue una respuesta natural a mi edad y a mi cultura: esta fue mi primera novela relacionada con la Segunda Guerra Mundial. Antes de eso ni siquiera me había asomado al Diario de Ana Frank, mucho menos a Los hornos de Hitler (la lectura más popular en mi escuela después de Quiúbole con…). Creía que, con veinte años, y muchas otras lecturas sobre la Segunda Guerra en el historial, éste sólo sería otro libro al que le di mucha importancia en su momento. Después de todo, la historia en síntesis no parece la gran cosa: una niña alemana sobreviviendo las vicisitudes de pertenecer a la raza aria. Algo así como “Hitler para Dummies”. Claro que tenemos judíos sufriendo de por medio, pero el enfoque se encuentra en una pequeña alemana con trenzas que gusta de robar libros para jugar con las palabras. Sólo es una niña alemana a la que nadie encerró en un campo de concentración y que, en teoría, está libre de todo peligro. Creí mal. Ni veinte años ni cincuenta preparan a alguien para esto. Ahora recuerdo por qué amo esta historia, pero también entiendo por qué odio las palabras que la edifican.

VISITA GUIADA AL SUFRIMIENTO œ
A su izquierda,
tal vez a su derecha,
incluso puede que al frente,
hay una pequeña habitación a oscuras.
Allí espera sentado un judío.
Apesta.
Está famélico.
Está asustado.
Por favor, intenta no apartar la vista.
La verdad es que hacía tiempo que les debía esta reseña, pero creo que con la reciente aparición de la película es buen momento para escribirla. Visitando las maravillas del Internet, me he encontrado con que esta novela no permite demasiados puntos medios: la amas o la odias. Algunos puntos medios dicen que la narrativa es “interesante” porque es la muerte quien cuenta la historia, pero que lo demás les parece aburrido. Sinceramente, creo que decir esto es “interesante” sólo porque es la muerte quien relata equivale a darle demasiados méritos a una fruslería. Es sólo un truco bien ejecutado: la muerte narra una guerra donde ella fue protagonista, tiene el derecho a hacerlo. Lo vio y lo sabe todo, recogió almas carbonizadas y escucho los gritos de los supervivientes –aquellos que se arrepienten de no haber muerto. Sin embargo, el cómo se narra es aún más interesante que el quién. Son los colores los encargados de envolver los párrafos, los colores hacen memorable cada momento y los colores vuelven la historia algo fragmentado. Las oraciones son cortas y precisas, es un mensaje directo y rápido, dolorosamente directo. No se nos permite apartar la vista de algo que deberíamos aprender a afrontar.

Como ya había mencionado, la historia encuentra su contexto durante la Segunda Guerra Mundial y su entorno no es simplemente Alemania, sino un barrio pobre llamado Himmelstrasse: significa paraíso (jaja). Ahora bien, conjurar a Hitler en cualquier lugar genera grandes y poco variadas posibilidades. Se esperan persecuciones, violencia, dolor, ceguera, y sufrimiento del indefenso. En pocas palabras, y con algo de brusquedad, se espera una historia enfocada en una familia judía siendo separada y destruida. Si se habla de alemanes, entonces se espera un grave conflicto moral donde un general/soldado/coronel nazi deba elegir entre el partido o su propia humanidad. ¿Qué se supone que voy a esperar de una niña alemana que no sabe qué pasa más allá de su barrio, que no se encuentra en ninguna trinchera, que no está abandonada en territorio aliado? Suena fácil decepcionarse con eso y decidir leer todo como quien lee el comic del periódico, sin prestarle demasiada atención a algo que no parece trágico.

Con el paso de los años, la Segunda Guerra Mundial se ha vuelto un tema de interés más morboso que histórico y Hitler ha pasado a ser algo así como la mascota de nuestra generación, un hombre caricaturizado. Los que queda de la historia, los campos de concentración y los millones de muertos, utiliza la fórmula tragedia + esperanza para llamar la atención de un mercado bastante extenso. La ladrona de libros rompe con un par de normas establecidas para los libros relacionados con esta guerra, aunque no con esta fórmula, al menos no por completo. Sus personajes no son sólo judíos sufriendo persecuciones arbitrarias, sino también alemanes sufriendo persecuciones arbitrarias por no comprender las otras persecuciones arbitrarias. Al final es una historia sobre humanos defendiendo a otros humanos de una nueva raza llamada nazismo. Entre estos alemanes nos encontramos con una clásica huérfana, de aquellas pálidas y esqueléticas, al mejor estilo de Dickens: Liesel Meminger.

La historia de esta pequeña comienza al llegar al paraíso, a Himmelstrasse. Las puertas de este cielo le exigen dos sacrificios: su hermano y su madre. El segundo debía haber llegado junto con ella, la primera estaba condenada a desaparecer de cualquier manera —por más alemana que fuese, la palabra “comunista” interfería en su solicitud de nueva raza. Las expectativas indican que ahora tendremos a una humana huérfana siendo cuidada, golpeada y educada por la nueva raza nazi. Nuevo error, tenemos una familia de verdad, de aquellas que aún saben amar en medio de la guerra. Una familia dispuesta a acogerla con un amor algo brusco, pero amor a final de cuentas. Entonces tenemos luto pero no tortura física, y tenemos una guerra a la vuelta de la esquina. ¿Qué más falta? Dos años de clases de lecturas nocturnas debido a la tortura emocioal (pesadillas, pesadillas, pesadillas), litros de pintura para aprender a deletrear, y un par de violaciones a la propiedad privada para conseguir libros. Un buen chico, llamado Rudy, alias “Jesse Owens”, con anhelos de matar a Hitler y de besar a la ladrona de libros. Una mujer que lava, plancha, golpea con una cuchara de madera, y que ama a Liesel. Un chico con los oídos enfermos. Un par de muchas peleas. ¿Conflicto moral? Sí, claro. El padre de acogida de Liesel, Hans Hubermann, es conocido como “el pintor de judíos”. Un hombre que ha sido arrastrado a la miseria por no unirse al Partido, nadie quiere contratarlo. ¿Qué más puede hacer falta? Ah, claro, casi lo olvido: también tenemos un judío escondido en el sótano. No nos podía faltar. No debían apartar la vista, tenemos dos historias que contar.

Ahí radicaba el problema.
La vida había dado un giro de ciento ochenta grados y, sin embargo, era esencial que actuaran como si nada hubiera ocurrido.
Imagínate que tienes que sonreír después de recibir un bofetón. Y luego imagínate que tienes que hacerlos las veinticuatro horas del día.
En eso consistía ocultar a un judío.


Dos historias: una alemana tratando de no perder su humanidad cuando el Führer declara su raza como algo divino y un judío tratando de no perder su humanidad cuando el mismo bigotón lo declara algo peor que excremento. Son dos personas arrastradas por una misma suerte a un mismo camino: el de reconocerse en el otro como un igual y no como un enemigo. El de reconocer la destrucción pero no formar parte de la misma. Suena sencillo, pero la tarea parece titánica, sobre todo cuando el ejército entero está dispuesto a romperte la espalda a latigazos si cuestionas las nuevas jerarquías. ¿Y qué une a estos dos humanos que han sido ascendidos o desprestigiados? Lo que nos ha unido y separado por siglos: las palabras. Los libros de Liesel no son sólo una tapadera comercial donde el comprador pueda identificarse y decir: “Mira, qué lista es. Le gusta leer, ¡es como yo!”. Son un instrumento de guerra, son el instrumento de guerra de Hitler, pero la ladrona de libros lo secuestra y lo hace suyo. A medida de que Liesel crece, el barrio se transforma en una pequeña panorámica del mundo, le basta ver a sus vecinos para entender que el mundo se divide en algo más que blanco y negro. Las palabras comienzan siendo un juguete que aleja sus pesadillas, pero terminan siendo una protección que la unifica con un judío que no quiere morir y con todo un pueblo alemán aterrado por las bombas: un pueblo al que se le prometió superioridad y que termino atrapado en sótanos para esconderse del fuego enemigo. Un pueblo engrandecido por palabras y otro disminuido por las mismas.

¿Por eso lo amo? Sí, debe ser por eso. No hay un final feliz, no puede haberlo. Ninguna guerra ha tenido un final feliz nunca. Sin embargo, me gusta pensar en lo que construye esta lección final, me gusta pensar que la lectura es expuesta aquí como algo mucho más valioso que el escapismo. Somos herederos de una tradición oral casi olvidada, una tradición donde los conjuros, los rezos, los conatos, todos son compuestos por palabras y todos son un medio para sentirnos protegidos. Me gusta porque no son las palabras por las palabras, son las palabras por lo que son capaces de conseguir.


Esas imágenes eran el mundo, que se removía en su interior mientras seguía allí sentada, con los hermosos libros de cuidados títulos. Se removía en ella al tiempo que hojeaba las páginas atestadas de párrafos y palabras.
Qué hijos de puta, pensó.
Qué adorables hijos de puta.
No me hagáis feliz. Por favor, no me calméis y me dejéis creer que algo bueno puede salir de todo esto. ¿No veis los moretones? ¿No veis esta raspadura? ¿No veis la herida que tengo dentro? ¿No veis cómo se extiendo y cómo me corroe ante vuestros ojos? No quiero volver a tener esperanzas. No quiero rezar para que Max esté vivo y a salvo. O Alex Steiner.
Porque el mundo no se los merece.
Arrancó una página del libro y la partió en dos.
Luego un capítulo.


Editorial Lumen: $299
Editorial Debolsillo: $199-$249
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-Porrúa
-El Péndulo

1 comentario:

  1. Lo único que me viene a la mente es: preciosa reseña para un gran libro.

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