jueves, 17 de abril de 2014

Escritor del mes: Antón Chéjov


Aislarse en el trabajo creativo es mejor que las críticas negativas que no hacen nada en absoluto.

Sabemos de que el mes inició con un espeluznante retraso, pero en este mundo hay cosas mucho más espeluznantes: que los cuentos de Antón Chéjov no sean una lectura obligada en muchas escuelas es un buen ejemplo. Vivimos en una época en la cual casi cualquier ser vertebrado puede publicar una insulsa historia de dos páginas, y, por ende, autonombrarse prestigiado “cuentista”, pero donde ninguno se tomó la molestia de descubrir la naturaleza de estas historias –si la lectura de este hombre fuese requisito para terminar la secundaria, mucho espacio en Blogger sería mejor utilizado. Chéjov no sólo exploró la forma del cuento, sino que diseccionó cada una de sus partes hasta encontrar el esqueleto puro, lo libró de todo ornamento, incluyendo la "belleza del espíritu", y nos lo entregó así, desnudo y frágil, casi desdichado, para que intentásemos entender la forja humana que lo había creado.
Pero salgamos un poco de lo poético y vayámonos a los datos más técnicos. Antón Pávlovich Chéjov nació en Taganrog (es un puerto, frontera Rusia/Ucrania y ya no tengo idea de a quien pertenece), en 1860. Fue el tercero de una sucesión de seis  hermanos, hijos de Pável Yegórovich y Yevguéniya Chéjov. Aparentemente, su padre cumplía con los requisitos de “tirano” que todo escritor necesita para formarse: religioso conservador impartiendo una rígida disciplina (pero eso debe ser un 6 en la escala Kafka). Por otro lado, su madre también fue cómplice en su formación literaria, la calidez de su vida se transmitía a sus hijos por historias de sus muchos viajes. En 1857, su padre se declaró en bancarrota, y para evitar cargos tuvo que refugiarse en Moscú, dejando solo a Antón para que terminse sus estudios de bachillerato. En 1859 la familia se reunió de nuevo, y nuestro escritor inició su carrera médica en la Universidad de Moscú.
La literatura es mi esposa legítima y la medicina mi amante. Cuando me canso de una, paso la noche con la otra.
Para ayudar un poco en la manutención de su hogar, Chéjov comenzó a publicar algunos relatos humorísticos, “viñetas de la vida diaria”, pero sin caer en aquél romanticismo literario donde el artista deja su destino científico al escuchar el llamado de la musa. En realidad, el hombre sentía una verdadera pasión por la medicina, sin embargo, su trabajo literario y su muy (pero muy) delicada salud lo hicieron alejarse de ésta. Para 1884 ya había culminado sus estudios, pero seguía publicando de manera anónima en algunas revistas, logrando alcanzar cierta fama. Pero no fue hasta 1886 que su nombre se hizo conocido debido a su integración en la revista Novoye Vremya (una de las más populares en San Petesburgo) y, posteriormente, a la publicación de su primer antología (nadie coincide con el título).
A esto le siguió el éxito en el mundo literario. En 1887 su primera obra de teatro, Ivanov, fue ampliamente reconocida por la crítica, aunque su experiencia personal no fue tan gratificante. Pero su verdadero estilo no comenzó a dar raíces hasta el momento en el cual su nombre era ampliamente conocido y en el que ya no tenía que escribir viñetas humorísticas por necesidad. Al poder liberarse de ese forzado requerimiento social, Chéjov se encontró escribiendo obras más profundas y reflexivas sobre la vida rural; la miseria comenzó a ocupar el espacio del humor y el paisaje que retrataba se pintó bajo la luz del atardecer. Los “buenos cristianos”, los “pobres pero honrados”, ya no eran más que falsas siluetas (y explica porqué odiaba tanto a Tolstoi). La verdadera vida humana y la vida rusa eran algo mucho más duro y complejo, como lo demuestra en Una historia aburrida (1889), pero la magnitud de tal realidad no le fue clara hasta que no viajó a una prisión siberiana en la isla de Sakhalin. Esta expedición de tres meses daría como resultado La isla de Sakhalin (1891), una obra de no-ficción donde la desgracia humana de la que fue testigo quedó grabada por siempre. Hacia 1897 enfermó de tuberculosis y su salud no mejoró después de ello. A pesar de esto, continuó con su producción, enfocándose en las artes dramáticas tras el éxito de La gaviota (1896). Su vida continuó llenándose de éxitos, en 1899 publicó La dama del perrito, donde se habla de un infeliz matrimonio y un feliz encuentro, y para 1901 el mismo aceptó el compromiso nupcial con Olga Knipper. Sin embargo, el 15 de julio de 1904, tras días internado, la tuberculosis finalmente le dio punto a tan corta historia y Chéjov finalmente murió a la edad de 44 años.
Podemos tachar a Chéjov de amargado, no lo descarto, pero tampoco lo apruebo. Sus cuentos no carecen de gracia ni de carisma, mucho menos de color. A pesar de ser, actualmente, una figura del naturalismo ruso, sus palabras no son frías ni distantes. Las aventuras que nos regaló Antón son silenciosas, poco espectaculares en efectos especiales, pero enormes en sentido humano. El pasar de los días en cada uno de sus paisajes no está pintado de falsos amaneceres coloridos, sino de diversos grises y cafés, serenos y respetuosos. No hay escándalo en sus textos, no hay ruido en sus oraciones. Sus historias fluyen sin ningún contratiempo absurdo y es eso lo que las hace maravillosas. La tristeza y la vida existen en armonía, y aun así alcanzan una complejidad sobrecogedora. Amaba la vida, no hay duda, y por ello dedicó su obra a plasmarla tal y como era, sin falsos logros, sin huecas florituras.
Del mismo modo que estaré solo en mi tumba, vivo esencialmente solo.

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