· José Emilio Pacheco [México]
· Primera edición: 1969
· Poemario
⋆⋆⋆⋆½
Pertenezco a una era fugitiva, mundo que
se deshace ante mis ojos.
Vaya
cuatro añitos le tocó vivir a José Emilio Pacheco mientras escribía estos
poemas. De 1964 a 1968, según mi contraportada, y creo que ninguno de nosotros
necesita un recordatorio muy elaborado de lo que esa época implica para el
mundo y para México. Sólo digamos que fue un momento de furiosa vida, de
rebelión ante la estructura; rebelión que no fructificó, dejando en el paladar sólo
las notas acres que siguen a un breve dulzor. Bajo el peso de lo sucedido en
esos años, uno podría pensar que Pacheco habría tomado el camino obvio (que no
fácil), y escrito un poemario que describiera de forma extensiva y detallada el
horror de las esperanzas estudiantiles destrozadas. Pero no. Lo que hace
Pacheco en este breve volumen es mucho más expansivo y universal: toca los
temas sociales prevalentes, claro, pero no se estanca en ellos ni los vuelve el
eje unívoco de sus poemas. Son sólo una cosa más, son un fantasma en el pecho
del poeta —fantasma que le hace preguntarse otras cosas: ¿qué somos?, ¿podemos
escapar de la parálisis?, ¿qué representa nuestra era?, ¿qué va a pasar ahora?,
¿qué es preciso escribir en este momento?
A
través de sus versos, divididos en cuatro partes, Pacheco nos lleva en un viaje
estremecedor por las preguntas pesadas de unos años que marcarían al siglo XX debido
a su vértigo y también a su dolorosa derrota final. Cuando digo “viaje” lo digo
de una manera que se acerca a lo literal, dado que el poemario inicia con “Descripción
de un naufragio en altamar”, un curioso texto sin métrica, muy a lo Ginsberg,
en el que la voz poética se encuentra destinada a emprender de nuevo el viaje
apenas después de haber naufragado en una isla. “[Estás] condenado a probar el
naufragio de la vejez sin haber conocido la áspera juventud”, le dice un viejo.
Este tema se mantendrá a lo largo del poemario: la juventud que nunca llegó del
todo, pero que ya se fue; que se difuminó no porque los años hayan pasado sino
porque pasaron otras cosas —la miseria, el tedio moderno, la sangre—, cosas que
obligan a que uno mire el mundo ya por siempre con melancolía. No me preguntes cómo pasa el tiempo es
un libro resentido, triste, decaído por el paso de las circunstancias
inefables. Ya saben, así como es casi toda la gran poesía.
¿Habrá
un día en que acabe para siempre
la
abyecta procesión del matadero?
Como
ya había mencionado, el libro está dividido en cuatro partes. Algo que me
agradó de esta división es que no fuera hecha de manera caprichosa y pareciera
que al azar (a veces hasta parece que algunos poetas subdividen sus libros sólo
como excusa para poner más títulos), y que cada subdivisión contuviera un
número de poemas cercano a las demás. De este modo se logra un libro
equilibrado y redondo: se tienen cuatro vertientes distintivas, cada una con su
propia personalidad y preocupación poética, pero que se preocupan a cada paso
por encontrar puentes que conecten la mente del lector de un sector a otro. A
grandes rasgos, las secciones pueden leerse bajo el siguiente mapa:
- Circunstancias sociales de los años
- Reflexiones sobre la escritura y el tiempo
- Apuntes de viaje
- Álbum de zoología
Sin
embargo, como he dicho, la descripción de un islote en “Île Saint-Louis” (sección
3) remite al lector al pasaje del tiempo ya descrito en “No me preguntes cómo
pasa el tiempo” (sección 2) o bien al lindo epígrafe de Ernesto Cardenal que
corona el libro entero. El mundo del poemario es variado y rico, pero encuentra
en todos lados excusas para desenfundar el mismo lente de amargura.
Asimismo,
la temporalidad de los poemas (es decir el trayecto 1964-1968) es especialmente
tangible en esta colección. Hay poemas que parecen estar llenos de la esperanza
joven que impulsó los movimientos sociales de la época (“Página blanca al fin /
todo es posible”), así como algunos otros parecen estar escritos en el espíritu
derrotado y medroso que los eventos finales sin duda causaron en el pueblo (“Nuestra
suerte fue amarga y lamentable. / Se ensañó con nosotros la desgracia.”). El
poeta incluso se permite algunos versos para reflexionar sobre dicha velocidad
acelerada de la historia, y lo que ella significa para su escritura (“Escribo
unas palabras / y al minuto / ya significan otra cosa”).
Ahora
que lo pienso bien, éste podría sin problemas ser el poemario más disfrutable y
completo que haya leído hasta ahora, junto con Cuervo, de Ted Hughes. Dentro de su notable equilibrio guarda una
riqueza de piedras preciosas, un arsenal de figuras y formas métricas imponente
—fuerza que, sin embargo, nunca usa para alejar a un lector no tan docto. No
necesitan haber estudiado a Mallarmé o a Eliot para comprender estos versos y
ser movidos por ellos, pero eso nunca los hace banales ni superficiales. Al
contrario, son como una Mona Lisa en un grano de arroz; belleza llevada a sus
términos más pequeños y esenciales. Y quizá, sólo quizá, por ello más
verdaderos y crudos.
La
honda tierra es
la
suma de los muertos.
Carne
unánime
de
las generaciones consumidas.
Pisamos
huesos,
sangre
seca, restos,
invisibles
heridas.
ERA: $112-130
Disponible en:
-Gandhi
-El Sótano
-Porrúa
-FCE
-El Péndulo
Pacheco es de mis escritores preferidos. ¿Qué te parece una reseña de Morirás lejos?
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