⋆⋆⋆½
Hoy hace exactamente diez días que encarné en un
hombre y estoy llevando vida humana. Mi soledad es absoluta. No siento
necesidad de amigos, pero sí de hablar de mí, y no tengo a nadie con quien
hablar.
Creo yo que los humanos vivimos con
un temor aciago a ser burlados. Se manifiesta en todo: desde la humillación en
el patio de futbol cuando alguien te hace un túnel, o las pesadillas tan cliché donde la gente se ríe de ti hasta cansarse, hasta
planos más respetables y complejos, como el de la creación literaria. No es coincidencia que desde sus
representaciones bíblicas se haya dotado al demonio y sus compinches del don de
la retórica, la lengua plateada de la tentación y del engaño. Y dado que cada cabeza es un
mundo, pronto fue evidente que para plantar guerra en gran escala —es decir,
para tentar a toda la humanidad— nuestros seres infernales iban a necesitar la
capacidad de cambiar formas, encarnar en los más diversos cuerpos, siempre
con la meta de burlar nuestra fe, nuestro entendimiento divino, y arrastrarnos
al averno. Chaucer lo supo y Milton también.
Pero en algún momento pasamos de
estar alertas a las artimañas del demonio, y temerle, a pensar en su figura con una
vaga simpatía —de esa tan elocuentemente expresada en la canción de los Rolling
Stones que seguro ya evocaron en sus cabezas. Después de todo, allí donde Dios
y los ángeles cuentan con la verdad, el bien y la misericordia, Satanás y los
suyos son seres llenos de angustia, seres que se saben desterrados de los
reinos de la luz absoluta y cuyo único aliado para destronar a su enemigo y
retornar, quizá, a la paz, es su propia mente, con todos los engaños y trucos
que pueda idear. Adivinen con qué lado nos identificamos más. Y es que en un planeta
como el nuestro; uno donde pagamos por cosas con papelitos de colores, donde
inventamos días feriados para sentirnos parte de causas que ignoramos el resto
del año, y donde siempre creemos que el verdadero problema del mundo yace en
los hábitos del vecino, pareciera que el engaño y la burla son la orden del
día. Pareciera que el diablo anda suelto. Y tal vez lo anda.
¿Es que acaso un hombre, con su vista humana, puede
ver a Satanás? ¿Es que, con su imperfecto oído, es capaz de percibir murmullos
inmateriales? […] A partir de ahora, yo no soy más que míster Wandergood: Henry
Wandergood, de Illinois. Es mi nombre, y te contestaré con mucho gusto siempre
que me llames por él.
Pero si algún día ves que mi cabeza está hecha añicos, examínalos bien: allí estará en letras rojas el orgulloso nombre de Satanás.
Pero si algún día ves que mi cabeza está hecha añicos, examínalos bien: allí estará en letras rojas el orgulloso nombre de Satanás.
El diario de Satanás fue la última novela que Leonid Andreiev, simbolista ruso de principios del siglo pasado, logro dejar en un estado publicable (aunque parece ser que no entero) antes de morir. Su protagonista es, sí, Satanás en persona. Lo último es literal: el viejo diablo se ha metido dentro de una persona, un millonario estadounidense, con el fin de burlarse de la humanidad. Su proyecto, a grandes trazos, es pretender que va a regalar sus millones a una causa humanitaria, la que más le convenza durante un viaje a Italia, y después reclinarse en su asiento y observar el mal que desencadena la codicia por su dinero en los corazones de las supuestas almas caritativas. Pero hay un problema —apenas llegando a Roma, su carro se descompone, y termina pidiendo asilo nocturno en una extraña finca donde se ocultan un ermitaño enigmático e intimidante y su bellísima hija. Una mujer tan bella, en realidad, que comienza a despertar en Satanás nociones peligrosamente humanas.
Hace no mucho escribía en un ensayo para otra publicación sobre un curioso proceso histórico llamado
“internalización del mal”, mediante cuyos mecanismos la humanidad ha ido, poco
a poco, separándose de sus viejos temores a figuras malignas externas —como
bestias rojas con cuernos—, y traspasándolos a ese núcleo de maldad que todos llevamos
dentro, inamovible. En esa ocasión traté de hacer encajar dentro de ese
precepto la novela Good Omens, ya que
en ella los demonios deben aprender a usar tecnología moderna para seguir
siendo relevantes. Pero aquí el conflicto entre el mal externo y el mal humano
es más evidente y directo; prácticamente se declara. El diario de
Satanás se caracteriza por ser un libro de muy poca acción —al ser de
naturaleza confesional, yo diría que un buen 80% de la narración se nos va en
examinar los sentimientos de Satanás, más que en ver lo que hace. Por lo tanto,
la guerra de este diablo contra los hombres se libra en ese reino inasible, el
de las emociones y las ideologías. También así llega el desenlace, sin
venderles trama, en un punzante intercambio de palabras en donde los
personajes, así, sin más, revelan el trasfondo temático de la obra.
En otras palabras, El diario de
Satanás no es de lo más exitoso, en mi opinión, como novela. La trama es simple
en extremo, y bastante lenta, mientras que los personajes no tienen voces muy
distinguibles entre sí, aunque sus puntos de vista sí sean diversos. Así, el
valor de este libro debe buscarse en otro lado; no en lo entretenido o logrado
de su narración como tal. Su valor, para mí, está en las verdaderas joyas de
sabiduría que Andreiev consigue desenterrar mediante el dialogo entre sus
personajes. Aquí cada quien es un arquetipo: el diablo, el príncipe, el
ermitaño, la virgen, el patiño, el religioso… Por lo tanto, cada conversación
confronta no a dos personas, sino a dos formas de ver el mundo. Confronta a lo espiritual y lo profano, y los hace conversar con resultados profundísimos. Quizá este
libro me quede un poco a deber en cuanto a acontecimientos y diversión se
refiere, pero es difícil quejarse cuando se identifica que el autor decidió
sacrificar lo mundano a favor de la observación sensible de las ideas, y aparte
ha conseguido a menudo aterrizarlas en el papel con una claridad nada menos que
admirable:
Ya ve usted, todo lo que el hombre hace es hermoso
en su plan, pero abominable en su creación definitiva. Tome usted, por ejemplo,
el plan del cristianismo, con su Sermón de la Montaña, las azucenas, las
espinas y su gran sencillez. ¿No es verdad que es muy hermoso? Pero si en vez
del croquis mira usted el cuadro definitivo, con sus sacristanes, sus hogueras
para quemar a los herejes, y el cardenal X… resulta algo que verdaderamente
repugna. Y en todo ocurre igual: el que empieza es un genio, pero el que lo
acaba es un idiota o un animal.
Así pues, habiendo leído este libro
queda la pregunta. ¿Habrá que cuidarse de que no nos burle el diablo, con sus
trucos ancestrales y bien documentados, o habrá que temerle más a cualquier filibustero que se
encuentre uno en la calle? ¿Acaso la corrupción llega de las tinieblas y el
azufre, o bien de los parajes (más cercanos, pero igual de misteriosos) por los
que corre nuestra propia sangre?
Axial: $146-$190
Disponible en:
Gandhi
Sótano
Pendulo
Porrúa
FCE
Yo lo leí hace rato. Lo compré en uno de esos puestos de revistas enfrente de la Gandhi que está enfrente de Bellas Artes. 150, creo. La contraportada lo vende como una obra de humor negro, algo que sí tiene pero mucho menos del que cabría esperar para que lo clasifiquen de esa forma.
ResponderEliminarMe gustó la intensión, hasta la lentitud que es manifiesta y que bien señalan, pero el final me deja muy frío, parece que Satanás (comprendo el proceso de humanización que busca el autor en la figura de Satanás, más allá de explorar el mal en el humano, que también) se transmutara en un ligero reflejo wertheriano.
Después vi la película de Jarmusch, "Only lovers left alive" y me pareció que hay cierta simetría y similitud en las premisas y en ciertas conclusiones (las acciones positivas, la alienación, la humanidad como algo más despectivo que virtuoso).
Me gustó mucho el personaje del padre, desde su pasado un poco brumoso y violento hasta sus ideas radicales.
Un gusto leerlos, chicos.