viernes, 18 de julio de 2014

Escrito en el cuerpo

-Written on the Body
-Jeanette Winterson [U.K]
-Primera edición: 1992
-Novela
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Dijiste, “Te amo”. ¿Por qué la cosa menos original que podemos decir el uno al otro sigue siendo la que más anhelamos escuchar? “Te amo” es siempre una cita. Tú no lo dijiste primero, yo tampoco, y aun así, cuando tú lo dices y cuando yo lo digo hablamos como salvajes que han encontrado dos palabras y las veneran… ¿Cómo puedes apegarte a un juego cuando las reglas siempre cambian? Debería llamarme Alice y jugar croquet con los flamencos. En el País de las Maravillas todos engañan, y el amor es el País de las Maravillas, ¿no? El amor hace que el mundo gire. El amor es ciego. Todo lo que necesitas es amor. Nadie ha muerto nunca de un corazón roto. Lo superarás. Será diferente cuando te cases. Piensa en los niños. El tiempo lo cura todo… Los clichés son los que causan  problemas.

Después de lo dicho sobre Bajo la misma estrella, muchas preguntas que podrían estructurarse más o menos así llegaron a mi correo: “Bueno, ¿entonces qué quieres?, ¿qué otro libro sobre amor, cáncer, y muerte recomiendas?” Aunque ya se ha mencionado Un grito de amor desde el centro del mundo, creo que sería conveniente traerles una nueva opción, una muy inglesa, para precisar un poco. Quizá sea apresurado declarar este como un libro de “cáncer”, cuando alguien se toma la molestia de diseñar una historia de verdad, darle diversos giros a la travesía de los personajes en lugar de mantenerlos en una línea narrativa hueca, el proceso de etiquetar se vuelve algo más complejo. Ni siquiera aquello de “amor” puede adaptarse por completo a esta obra, porque buena parte de las acciones están guiadas por el deseo. Lo que es más, el movimiento trágico no llega hasta la página cien, condición razonable cuando los personajes no son de cartón, pero esas cien páginas no son ningún desperdicio. Jeanette Winterson tiene un sentido del humor arrollador, pero también muy inteligente. Sus líneas más irónicas no están diseñadas para dar una lectura ligera, tampoco darle fin a una escena dolorosa, sino que se encuentran sutilmente entrelazadas con las reflexiones del personaje principal, y pueden pasar desapercibidas si no se leen con el tono adecuado.

Pongamos orden al asunto.  La trama se sintetiza de manera sencilla: una persona recuerda sus muchas y muy variadas experiencias amatorias, pero el punto central es la relación que mantiene con una mujer llamada Louise, con quien cree descubrir lo que es amar de verdad, pero que está enferma de leucemia. El primer gran gancho de este libro es que su narrador, protagonista y punto focal, no tiene nombre, edad, o género. Evitemos hablar de la parte en que esta acción, cuya ejecución requiere de mucho ingenio, vuelve a la novela casi imposible de traducir (en Anagrama se ha optado por decir que es una “ella”), y hablemos de los muchos significados que rodean la simple cuestión narrativa. La idea se puede interpretar de muchas maneras, la visión más humana permite pensar que Winterson propone una historia sin ataduras: al amor, o al deseo, no le importan las limitantes sociales que te definen, el acto existe entre dos personas sin importar particularidades físicas, económicas, etc. El hecho de que quien narra no tenga género cristaliza la metáfora “el amor es ciego”.

Escrito en el cuerpo hay un código secreto, sólo visible bajo ciertas luces:  los pasos de toda una vida se acumulan en él. En algunos sitios el palimpsesto está tan trabajado que las letras, al tacto parecen braille. Me gusta guardar mi cuerpo enrollado, lejos de las miradas curiosas. Sin llegar nunca a desplegarme demasiado, a contar toda la historia. No sabía que las manos de Louise podían leer. Ella me ha traducido, convirtiéndome en su propio libro.

Ahora bien, el que sea la visión más humana no significa que sea la más aceptada. Una rama significativa de los lectores han considerado que el mejor lugar para ubicarla es “La mejor ficción lésbica”. ¿La razón? La biografía de la autora. A los dieciséis años Jeanette se marchó de su hogar adoptivo: se había enamorado de una chica y sus inclinaciones sexuales no podían ser aceptadas por la familia evangelista. Con esta anécdota acompañándola, su subsecuente posición feminista, y la temática de muchas de sus novelas, no es de extrañar que muchos lectores (o, siendo más acertada, muchas lectoras) busquen denominar al narrador como una “ella”, y encubrir sus aventuras bajo el manto “el único amor posible es entre mujeres”. Sin embargo, aún sin conocer la historia de la autora, nadie está exento de darle género, incluso edad, a la voz narrativa. Esto puede interpretarse de dos maneras: que todos tenemos la necesidad de emitir juicios, siempre limitados por nuestra educación, porque con ellos comprendemos lo que nos rodea, o que a todos nos gusta jugar a ser Sherlock Holmes —no conozco a nadie que haya leído la novela sin buscar algún error que delate al narrador.

La historia abarca el tema del cáncer, pero, de cierta manera, la enfermedad nunca se manifiesta ante los lectores. Nunca vemos a Louise enferma –y la razón de esto la tendrán que descubrir ustedes, pero es francamente desesperante. Sin embargo, la angustia de la idea misma, el dolor que ocasiona la palabra, lo demoledor de la enfermedad se encuentra en cada acción, cada decisión tomada. El dolor se vuelve más fuerte que el deseo, y la separación parece ser un acto de amor. La novela se divide en cinco secciones, donde la a primera y la última mantienen una línea narrativa más o menos tradicional, quizá guiada por el flujo de consciencia, donde el personaje central nos habla de sus muchas y muy excéntricas relaciones con diversas mujeres: una feminista anarquista que no puede volar en miles de pedazos la Torre Eiffel porque también es una romántica empedernida, una amante que no dejará nunca a su esposo y a la cual no puede dejar de ver porque es su dentista, una chica con la que hizo el amor en todos los rincones posibles de la calle pero nunca en una cama… la lista es larga, a todas ellas les ha dicho “te amo” y con ninguna ha terminado bien. Para cuando conoce a Louise, nuestro personaje principal ya ha entablado una relación “formal” con una trabajadora del zoológico, y volverse a embrollar con una mujer casada no está ni remotamente en sus planes. Pero ningún plan es infalible, y Louise entra en su vida aunque no lo quiera.

Quizá suene a una posición muy genérica, a una historia dicha ya mil veces, “pasar por muchas manos hasta encontrar a la pareja correcta”, pero lo que atrae en es el evento ya conocido, sino cómo se relata. Partiendo desde el título mismo, sabemos que nos encontramos ante una oda al cuerpo: Winterson no sólo se ocupa de seguir el entramado camino de los sentimientos, sino que se ocupa de la lucha terrenal que ocurre entre dos personas que se desean.  Las tres secciones de en medio, “Los tejidos…”, “La piel”, y “El esqueleto”, son una exploración del cuerpo de Louise, el ser amado y enfermo, o de lo que fue su cuerpo. La intertextualidad es utilizada de una manera muy elegante: los capítulos abren con párrafos técnicos acerca de los tejidos, los sistemas y las cavidades del cuerpo, palabras sin vida cuyo fin único es brindar información utilitaria sobre determinada función, pero que adquieren dimensión, textura, y se vuelven fuente de dolor y recuerdo en cuanto el protagonista encuentra estas palabras existiendo en el cuerpo de Louise. Su piel, sus huesos, sus órganos, su cuerpo es un conjunto de todo esto, es vida que se traduce en amor, pero también es polvo que vuelve al polvo.

El espacio temporal es confuso y segmentado, los saltos son muchos y muy variados, pero una cosa es clara: hemos llegado a escuchar las confesiones de este personaje cuando Louise ya no está. Ahora bien, queda en manos de los lectores definir si esto es de manera pasajera o definitiva. El que Winterson rechace etiquetas de género, utilice la enfermedad para volver la historia más y más reflexiva, no significa que plague su historia de lugares comunes y creencias cliché para darle comodidad al lector. Por el contrario, sus primeros dos párrafos están diseñados para aplastar los lugares comunes, desenmascararlos como una fuente de conflicto, por el hecho de ser construcciones sociales aceptadas. ¿Por qué todo lo que necesitamos es amor?, ¿por qué el matrimonio es la solución a todo?, y, la más importante: ¿Por qué el amor se mide con la pérdida? Todas esas escenas románticas de Hollywood que hacen ver las relaciones humanas como algo sencillo, que se construye sin ningún esfuerzo y se mantiene sin remodelaciones, son puestas en entredicho desde el primer momento. Todos cometemos errores, todos nos lanzamos al vacío persiguiendo el deseo y confundiéndolo con amor, todos hacemos estupideces y creamos un pasado que afectará nuestras decisiones futuras. El narrador que encontramos aquí ha cometido esos errores, y además es egoísta, completamente falible, se encuentra ante una situación desesperanzadora, y lo único que le queda por preguntarse es quién leerá ahora aquellas marcas que han quedado en su cuerpo.

“Lo superarás…” Son los clichés los que causan problemas. Perder a alguien que amas es alterar tu vida para siempre. No lo superas porque “es” la persona que amaste. El dolor se detiene, hay nuevas personas, pero la brecha nunca se cierra. ¿Cómo podría? La particularidad de alguien que te importaba lo suficiente como para lamentarse no se hace anodina por la muerte. Este hueco en mi corazón tiene tu forma y nadie más puede llenarlo. ¿Por qué querría que lo hicieran?

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