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Hace mil años, un monje, vestido de
negro, erraba por unos parajes solitarios, no sé si en Siria o en Arabia. A
unas millas de distancia de aquel lugar unos pescadores vieron a otro monje
negro caminando lentamente sobre la superficie del agua de un lago. El segundo
monje era un espejismo. Tenga usted en cuenta que las leyendas prescinden de
las leyes de la óptica, como es lógico, y escuche lo que viene a continuación.
Del primer espejismo se produjo otro espejismo; del segundo espejismo se
produjo un tercero, de forma que la imagen del Monje Negro se refleja
eternamente desde un estrato de la atmósfera a otro. En cierta ocasión fue
visto en África, luego en la India, en otra ocasión en España, luego en el
extremo norte. Al fin, se eclipsó de la atmósfera de la Tierra, pero nunca se
presentaron las condiciones necesarias como para que desapareciera del todo.
Quizá hoy sea visto en Marte o en la constelación de la Cruz del Sur.
A pesar de todo lo universal que pueden
llegar a ser muchos autores, lo cierto es que su cultura y educación siempre
los acompañará, y será abiertamente visible en sus palabras escritas. Así, no
podemos negar que determinados temas, motivos y estilos llegan a repetirse y
volverse emblemáticos de algunos lugares. No digo esto con el afán de
desestimar a ningún autor, mucho menos declaro que “todos son iguales”, pero
si nos situamos en un mapa de Europa Oriental y nos preguntamos qué tienen en
común Dostoievski, Tolstoi, Turgueniev, Gogól, y Chéjov, encontraremos que la
respuesta engloba más que mera cercanía geográfica. Estos hombres no se
conformaron con exaltar la belleza u hostilidad del paisaje, sino que crearon
personajes altamente simbólicos al dotarlos de un espíritu fuertemente exaltado.
Los personajes de la narrativa rusa clásica parecen vivir a una velocidad distinta que nosotros —acelerada.
Sean novelas o cuentos, invariablemente nos
encontraremos con hombres trastornados por toda clase de demonios personales. A
la más mínima provocación, Levin se verá a sí mismo como un hombre pocovalioso; Vasia morirá por no poder entregar un trabajo; un general de alto
rango se maldecirá a sí mismo porque su plato no es tan elegante como el de
todos los demás; Yákovlevich no puede vivir con la vergüenza de haber perdido
su nariz… en fin, sus emociones, por irónico que pueda sonar esto, son siempre
una montaña rusa. Aunque el catálogo de Chéjov es bastante extenso, creo que “El
monje negro” ilustra bastante bien este espíritu hiperbólico. Visto desde
lejos, la trama es francamente oscura, y sus temas centrales pueden
resumirse en una triste noción de la naturaleza humana: el sabio enloquece por
su propio pie.
—En tiempos remotos, los hombres se asustaban de su felicidad, por muy
grande que ésta fuese y, para aplacar a los dioses, depositaban delante de sus
altares su querido anillo de boda. ¿Me ha comprendido? Pues bien, actualmente,
yo, igual que Polícrates, estoy un poco asustado de mi propia felicidad. Desde
la mañana a la noche sólo experimento dichas y alegrías; ambas cosas me
absorben y ahogan cualquier otro sentimiento. Ignoro lo que es la aflicción, la
desgracia, el tedio. Todo mi ser desborda felicidad por sus cuatro costados. Le
hablo en serio; estoy empezando a dudar.
El protagonista de esta historia, Andrey
Kovrin, dedica su vida al estudio de la filosofía, y su presión es tanta que
sus nervios terminan por quebrantarse y decide retirarse al campo a descansar. Es aquí donde una
misteriosa figura, disfrazada de nube tormentosa, se acerca a su encuentro: un
monje negro, un espejismo repetido mil veces por todo el mundo. Dicho monje le
asegura que su destino es ser un portador de la verdad, un enviado del poder
divino. Con esta información, el espíritu de Kovrin se perturba y deriva en una
felicidad sobrehumana: desconoce ya lo que es la tristeza, lo que es el dolor,
lo único que ocupa su mente es su enorme responsabilidad con la raza humana y
lo merecido que tiene tanta grandeza. La megalomanía de esta alma “elegida”, de
este ideal, termina por afectar las esferas más humanas de su vida, por
destruir la belleza tangible y natural. Nos encontramos frente a una situación donde
todos los personajes están lanzados hacia los extremos de sus emociones. La perturbación
de Kovrin está acompañada por el compulsivo perfeccionista Igor Semionovich, y
por la endeble mártir Tanya. Todos son víctimas de sus propios demonios, todos
persiguen una vaga obsesión que los enloquece, pero Kovrin es el primero en
caer en este abismo.
Lo primero
que llama la atención en esta historia es que el escenario de relajación al que
se dirige Kovrin no es un simple campo, sino el jardín más precioso que puede
encontrarse en Rusia. Su propietario, el famoso horticultor Igor Semionovich, es
también el tutor de Kovrin, quien es huérfano desde la infancia. Ahora bien,
esta belleza no está lograda por el simple deseo del amo del lugar, sino por
las fatigosas horas de trabajo y dedicación que Igor Semionovich le dedica a la
faena. El amor que siente este viejo por su jardín raya en la histeria y lo
compulsivo, un tulipán deshojado, un centeno partido, o un simple quiebre en la
corteza de los ciruelos puede provocar la mayor rabieta jamás vista. Su hija
Tanya atiende silenciosamente las exigencias de su padre para con el jardín,
destruyendo orugas con sus propias manos y velando por la tierra en las noches
más heladas, en silencio sólo espera el momento en que todo esto terminará, en
que pueda escapar de la tiranía de su padre y dar nacimiento a su propio sueño.
Igor Semionovich y Kovrin se nos presentan como reflejos opuestos: los dos
hombres están decididos a utilizar su conocimiento para crear un legado, para
no ser olvidados. El viejo horticultor se ocupa de moldear la naturaleza, y de
darle pautas para que crezca de manera ordenada, por su parte, Kovrin moldea
ideas, pelea con lo vulgar de la técnica sobre el conocimiento.
Ambos buscan llenar sus horas de vida con la
dureza del trabajo, pero Igor Semionovich ya ha renunciado a la idea de
inmortalidad: su jardín sólo podrá vivir mientras él viva, porque sólo él comprende
cada detalle y cada particularidad de su belleza. Al ser tangible el verdor de
los tallos y la humedad de la tierra, Igor Semionovich sabe que la belleza de
su jardín es pasajera, y que al caer en manos extrañas todo su trabajo morirá. Por
su parte, Kovrin no ha aceptado este decaimiento natural de las cosas; al
contrario, una aparición le ha dicho que su destino es la verdad, la luz, lo
divino. Lo intangible de su creación lo lleva a creer que será eterna, que su
alma no puede ser mancillada por terceros porque nunca caerá en manos de estos.
Sin embargo, es su propio ser quien termina por destruir la belleza de su
espíritu: el monje negro, el demonio del fracaso, lo persigue y enloquece. Es una
locura feliz, sin embargo, desbordante en trabajo ferviente que conduce a
conclusiones fantasmales. Pero aquellos que le conocen deciden condenar esta
felicidad como perturbación, y esa labor basada en la belleza del pensamiento
como trastorno; Kovrin cae, y con él caen todos. La pregunta que queda colgando
en el aire es si de verdad el fervor de este hombre era dañino para los demás,
si en realidad necesitaba cura su invisible enfermedad. El monje termina por
ser ahuyentado, y con él la salud y la felicidad del estudioso Kovrin. Así como en "El pabellón número 6", Chéjov gusta en preceder a Foucault en su cuestionamiento de las fronteras de la locura como enfermedad que la sociedad busca, desesperadamente, acallar. Son
muchas las interpretaciones que se le
pueden dar a esta historia, pero
casi todas son desesperanzadoras. El relato es corto, puede ser leído en muy
poco tiempo, pero el sabor es amargo, y la lección triste. Personajes como Kovrin no son creados
con sutileza sino con angustia, exaltan la pasión de nuestro espíritu: quizá no
actuemos con esa misma desesperación malsana, quizá no tengamos la misma
emotividad, pero igual perseguimos algo y nos rodeamos de la ilusión de
alcanzarlo —los espejismos nos alcanzan.
¿Por qué, por qué me has curado? Bromuros, mezclas de hierbas
sedativas, baños calientes, observándome constantemente: todo esto acabará por
convertirme en un idiota. Has acabado por sacarme de mis casillas. Antes tenía
delirios de grandeza, pero al menos era activo, trabajador, dinámico e incluso
feliz... siempre estaba contento con mi felicidad. Pero ahora me he convertido
en un ser racional, materializado, como el resto del mundo. ¡Me he convertido
en una mediocridad, y estoy aburrido y cansado de esta vida! ¡Oh, cuan
cruelmente..., cuan cruelmente me has tratado! Admito que antes tenía
alucinaciones, ¿pero qué daño le hacía a nadie el que las tuviera? Te lo
repito, ¿qué daño hacía?
cual es el escenario de esta historia
ResponderEliminaren una casa grande en rusia
EliminarEl cunetoves terrible puyas
ResponderEliminarEl ambiente cual es
ResponderEliminardisculpe cual es el escenario
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