lunes, 27 de octubre de 2014

Personajes secundarios

  • Minor Characters 
  • Joyce Johnson [E.U]
  • Primera edición: 1983
  • Memorias
⋆⋆⋆1/2

 Mi mente flotaba libre haciendo conexiones curiosas. Pensé en los años que había pasado con Kerouac, los extraordinarios hombres y mujeres que fueron parte de mi revolución –los que sobrevivieron y los que no. Pero sólo podía contar sus historias contando la mía.
Piensen en dos representantes de la generación Beat. Piensen en cuatro. Seis. Diez. Piensen en todos los afiliados a dicha generación, en los poetas, los músicos, los novelistas, los que sólo eran amantes, los que se dedicaron a la pintura. Ahora respondan de manera honesta: de todos aquellos en los que pensaron, ¿cuántas mujeres hay? ¿Una?, ¿dos?, ¿ninguna?... Para quienes no estén familiarizados con los Beats –su impacto cultural, su importancia literaria y sus muchos experimentos con narcóticos– ¿crecieron en una cueva o qué? les recomiendo que visiten esta entrada en el Blog, así como las reseñas de ese mismo mes, ya que nos dedicamos a tratar el tema. Para quienes conocen el tema y sienten un genuino interés por el mismo, debo decir que mi interrogatorio inicial no nace con mala intención. No intento apuntar ninguna falla en su conocimiento, mucho menos tachar a nadie de machista o misógino, sólo quiero hacer notar aquél vacío bastante perceptible en el conocimiento del tema. Es innegable que pensar en los Beats involucra pensar en Kerouac, Ginsberg y Burroughs, y que, por asociación, nombres como el de Corso y Cassady entren en juego. Y muchos otros nombres, en realidad. Pero las mujeres siempre quedan en un segundo plano, aunque es muy perceptible que están ahí. Las madres de Kerouac y Ginsberg son un tema recurrente en su literatura, además de que ambos fueron reconocidos mujeriegos. Kerouac hasta compartió matrimonio con Cassady… pero la verdad es que las mujeres que pueden llegar  a nuestras  mentes son asociaciones terceras y lejanas: son temas y motivos son novias y esposas, son fotografías sin nombres y anécdotas de jugar a Guillermo Tell, pero son musas, no creadoras. Son, con todo, personajes menores de la antología.
Ahora bien, si les tengo que ser muy pero muy honesta, tampoco es que se vayan a encontrar mucho. La verdad es que las mujeres que se vivieron dentro de esta generación fueron, en muchas ocasiones, personajes periféricos que nunca publicaron. Quizá la única que logró obtener cierta atención en ese mismo momento fue Hettie Jones, pero de ahí en fuera la gran mayoría nunca pasaron de publicaciones breves en los periódicos. Sin embargo, el tono confesional siempre ha obtenido la intención inmediata, sobre todo cuando hay detalles escabrosos de por medio, por lo que nos encontramos con diversas memorias publicadas por mujeres que vivieron todo el arrebato de la época y que decidieron compartirlo con los demás. Todas ellas fueron novias de alguien: Carolyn Cassady habla de su relación con Kerouac y Cassady, Hettie Jones relata los años que vivió junto al poeta LeRoi Jones antes de que terminaran odiándose, y Joyce Johnson ha publicado dos libros sobre Kerouac y una recopilación de la correspondencia que mantuvo con él por tres años. Llámenlo parasitario si quieren, lo cierto es que los testimonios que nos han dejado estas mujeres resultan indispensables para comprender todo el movimiento de liberación femenina que se vivió en los años sesenta, puesto que ellas construyeron los cimientos de dicha liberación una década antes.

La “Generación Beat” vendió libros, vendió suéteres negros de cuello de tortuga y bongos, boinas y lentes oscuros, vendió una forma de vida que parecía diversión peligrosa –y como tal era condenada o imitada.
La voz narrativa de Johnson no es notable. Además de sus múltiples memorias, la mujer ha escrito tres novelas de las cuales he leído una. Así que, si tuviese que describir sus rasgos estéticos, la verdad es que me quedaría callada e incómoda. Aunque la generación Beat no tiene un estilo narrativo único que lo haga característico, sí existe un hilo que de alguna manera los une y crea una lógica literaria: se abarcan temas autobiográficos, son exploraciones personales, los textos no suelen revisarse, se escribe en un impulso febril y los ritmos del jazz inundan la prosa. Johnson cumple con las dos primeras clausulas, pero después de eso todo parece volverse opaco, incluso la aceptación del yo autobiográfico de sus memorias carece de vida y de color, siempre son los otros los que hacen cosas. Su prosa es pálida. Quizá este rasgo hable de incompetencia autoral, no sería un crimen, pero creo que también puede verse como una fiel muestra de la realidad: aquella opacidad es la misma opacidad con la que vivió sus años como mujer en una sociedad que le exigía docilidad y sumisión.
Personajes secundarios abre con una niña judía de diez años llamada Joyce Glassman. Su madre la ha mantenido en clases de piano desde hace casi cinco años, su padre espera que obtenga buenas notas en el instituto, la sociedad requiere que se convierta en una linda secretaria para después ser una buena esposa. Nos encontramos en Nueva York en 1945. A una calles de ella se encuentran Burroughs, Jane, Kerouac, Ginsberg y algunas otras personas viviendo en un mismo departamento. No todos sobrevivieron. Joyce aprendió que sus padres nunca levantan la voz. Lucien mató a alguien y Kerouac le ayudó a esconder el cuerpo. Joyce comenzó a ir a Greenwich Village a escondidas de sus padres. Kerouac se vio obligado a casarse con dos policías de testigos. Joyce tuvo un novio con la aprobación de sus padres. Burroughs mató a su esposa. Joyce nunca terminó sus estudios. Se fue de casa. Se acostó con un maestro. Con un muchacho. Con otro. Se embarazó. Abortó. Conoció a Kerouac. En perspectiva, se encontraba en el ojo de un huracán enorme.
Aunque gran parte del libro habla de la relación que Johnson mantuvo con Kerouac, lo que me interesa aquí es hablar del trasfondo que permitió dicha relación: la vida de una joven de veintiún años y su crecimiento personal y artístico. Hablar de la generación perteneciente a 1945 es hablar de la “Generación silenciada”. La sociedad civil había vivido una serie de cambios en sus estructuras morales más sensibles y el cambio de valores volvía a los jóvenes objetos maleables con virtudes económicas. En palabras de un crítico del New Yorker, los adolescentes suburbanos de la época eran la generación más vieja de América. Sus expectativas de vida se limitaban al deber y no al querer. No tenían nada que los uniese, ningún tipo de pertenencia o ideal. Sus características económicas los hacían blanco perfecto del capitalismo emergente: vestía igual, comían lo mismo, iban a los mismos lugares. Esta uniformidad llegaba a las oficinas, donde se trabajaba para un poder desconocido, y a los hogares, donde cada mujer se dedicaba al cuidado atento de sus hijos y sus deberes civiles. Eran de plástico, para resumir un poco. Y se esperaba que las cosas fueran así, pero la opresión era mayor para las mujeres, quienes crecía siendo seres emocionalmente distantes. Recibían una educación de calidad, eran brillantes, pero todo su ingenio debía utilizarse para mantener un hogar. Los riesgos no existían, mucho menos la libertad y la privacidad. Los padres podían husmear en todo y las mujeres no salían de sus casas hasta el momento de la boda. La virginidad era la llave a una vida feliz y su pérdida significaba el derrumbe de toda la familia.
Johnson formaba parte de esa generación y sus expectativas eran tan limitadas como la de cualquier chica de dieciséis años. Sin embargo, sus incursiones secretas a Greenwich Village la acercaron a un ambiente cultural donde todo era distinto, y todo parecía real. La opacidad de su hogar contrastaba notablemente con la convivencia comunal que experimentaba cada fin de semana. Llegó a ese lugar casi con trece años y logró mantener una doble vida por casi seis. Pero vivir en el límite de ambos mundos la llevó a no pertenecer por completo a ninguno, a ser sólo una sombre en ambos. Su vida familia día un giro completo a los diecinueve años, cuando decidió no sólo no graduarse, sino irse de casa.
Para la época, una chica viviendo sola únicamente podía significar promiscuidad y embarazo. En las calles se le despreciaba y era difícil que le rentasen un departamento decente, porque era ilegal. La restricción permea gran parte del libro, así como la ansiedad por la pertenencia y el miedo al rechazo. Mientras que Kerouac y Ginsberg se encontraban en el camino y tenían la posibilidad de instalarse en cualquier lugar, Joyce nunca salió de Nueva York. El camino de ella y su mejor amiga, Elise Cowen., estaba limitado a una sola ciudad, a un solo continente, a una sola vida. Gran parte de Personajes secundarios se centra en la espera: esperar por noticias de casa, esperar por un hombre formal, esperar por Elise, esperar a que Kerouac regrese de México, esperar a que una novela se publique… Aquella parálisis no es tema de un solo individuo, sino de todas aquellas mujeres, aquellas “novias de…”, que aspiraban a mucho más reconocimiento y lo hicieron a un lado por miedo o por amor. No era sólo el hecho de salir de casa a una edad temprana, sino de escapar de un estado de inocencia que las condenaba al encierro. El  primer derecho que se ganó en esta lucha fue el de razonar libremente. Pueden verla a ella y a todas las mujeres que la acompañaron como un puente hacia algo mucho mayor. No son sólo las memorias de una mujer aislada, las batallas que se pelearon años después fueron una continuación de esta primera: la lucha de un individuo consigo mismo, con el marco que lo define y que no ha podido escoger.

Soy una mujer de cuarenta y siete años con un permanente sentido de inpermanencia. Si el tiempo fuese como un pasaje musical, podrías seguir regresando a él hasta que lo escucharas bien. 

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