- Minor Characters
- Joyce Johnson [E.U]
- Primera edición: 1983
- Memorias
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Mi mente flotaba libre haciendo conexiones
curiosas. Pensé en los años que había pasado con Kerouac, los extraordinarios
hombres y mujeres que fueron parte de mi revolución –los que sobrevivieron y
los que no. Pero sólo podía contar sus historias contando la mía.
Piensen en dos representantes
de la generación Beat. Piensen en cuatro. Seis. Diez. Piensen en todos los
afiliados a dicha generación, en los poetas, los músicos, los novelistas, los
que sólo eran amantes, los que se dedicaron a la pintura. Ahora respondan de
manera honesta: de todos aquellos en los que pensaron, ¿cuántas mujeres hay?
¿Una?, ¿dos?, ¿ninguna?... Para quienes no estén familiarizados con los Beats
–su impacto cultural, su importancia literaria y sus muchos experimentos con
narcóticos– ¿crecieron en una cueva o qué? les recomiendo que visiten
esta entrada en el Blog, así como las reseñas de ese mismo mes, ya que nos
dedicamos a tratar el tema. Para quienes conocen el tema y sienten un genuino
interés por el mismo, debo decir que mi interrogatorio inicial no nace con mala
intención. No intento apuntar ninguna falla en su conocimiento, mucho menos
tachar a nadie de machista o misógino, sólo quiero hacer notar aquél vacío
bastante perceptible en el conocimiento del tema. Es innegable que pensar en los
Beats involucra pensar en Kerouac, Ginsberg y Burroughs, y que, por asociación,
nombres como el de Corso y Cassady entren en juego. Y muchos otros nombres, en
realidad. Pero las mujeres siempre quedan en un segundo plano, aunque es muy
perceptible que están ahí. Las madres de Kerouac y Ginsberg son un tema
recurrente en su literatura, además de que ambos fueron reconocidos mujeriegos.
Kerouac hasta compartió matrimonio con Cassady… pero la verdad es que las
mujeres que pueden llegar a
nuestras mentes son asociaciones
terceras y lejanas: son temas y motivos son novias y esposas, son fotografías
sin nombres y anécdotas de jugar a Guillermo Tell, pero son musas, no
creadoras. Son, con todo, personajes menores de la antología.
Ahora bien, si les tengo que
ser muy pero muy honesta, tampoco es que se vayan a encontrar mucho. La verdad
es que las mujeres que se vivieron dentro de esta generación fueron, en muchas
ocasiones, personajes periféricos que nunca publicaron. Quizá la única que
logró obtener cierta atención en ese mismo momento fue Hettie Jones, pero de
ahí en fuera la gran mayoría nunca pasaron de publicaciones breves en los
periódicos. Sin embargo, el tono confesional siempre ha obtenido la intención
inmediata, sobre todo cuando hay detalles escabrosos de por medio, por lo que
nos encontramos con diversas memorias publicadas por mujeres que vivieron todo
el arrebato de la época y que decidieron compartirlo con los demás. Todas ellas
fueron novias de alguien: Carolyn Cassady habla de su relación con Kerouac y
Cassady, Hettie Jones relata los años que vivió junto al poeta LeRoi Jones
antes de que terminaran odiándose, y Joyce Johnson ha publicado dos libros
sobre Kerouac y una recopilación de la correspondencia que mantuvo con él por
tres años. Llámenlo parasitario si quieren, lo cierto es que los testimonios
que nos han dejado estas mujeres resultan indispensables para comprender todo
el movimiento de liberación femenina que se vivió en los años sesenta, puesto
que ellas construyeron los cimientos de dicha liberación una década antes.
La “Generación Beat”
vendió libros, vendió suéteres negros de cuello de tortuga y bongos, boinas y
lentes oscuros, vendió una forma de vida que parecía diversión peligrosa –y como
tal era condenada o imitada.
La voz narrativa de Johnson
no es notable. Además de sus múltiples memorias, la mujer ha escrito tres
novelas de las cuales he leído una. Así que, si tuviese que describir sus
rasgos estéticos, la verdad es que me quedaría callada e incómoda. Aunque la
generación Beat no tiene un estilo narrativo único que lo haga característico,
sí existe un hilo que de alguna manera los une y crea una lógica literaria: se
abarcan temas autobiográficos, son exploraciones personales, los textos no
suelen revisarse, se escribe en un impulso febril y los ritmos del jazz inundan
la prosa. Johnson cumple con las dos primeras clausulas, pero después de eso
todo parece volverse opaco, incluso la aceptación del yo autobiográfico de sus
memorias carece de vida y de color, siempre son los otros los que hacen cosas.
Su prosa es pálida. Quizá este rasgo hable de incompetencia autoral, no sería
un crimen, pero creo que también puede verse como una fiel muestra de la
realidad: aquella opacidad es la misma opacidad con la que vivió sus años como
mujer en una sociedad que le exigía docilidad y sumisión.
Personajes secundarios abre con una niña judía de diez años llamada
Joyce Glassman. Su madre la ha mantenido en clases de piano desde hace casi cinco
años, su padre espera que obtenga buenas notas en el instituto, la sociedad
requiere que se convierta en una linda secretaria para después ser una buena
esposa. Nos encontramos en Nueva York en 1945. A una calles de ella se
encuentran Burroughs, Jane, Kerouac, Ginsberg y algunas otras personas viviendo
en un mismo departamento. No todos sobrevivieron. Joyce aprendió que sus padres
nunca levantan la voz. Lucien mató a alguien y Kerouac le ayudó a esconder el
cuerpo. Joyce comenzó a ir a Greenwich Village a escondidas de sus padres.
Kerouac se vio obligado a casarse con dos policías de testigos. Joyce tuvo un
novio con la aprobación de sus padres. Burroughs mató a su esposa. Joyce nunca
terminó sus estudios. Se fue de casa. Se acostó con un maestro. Con un
muchacho. Con otro. Se embarazó. Abortó. Conoció a Kerouac. En perspectiva, se encontraba
en el ojo de un huracán enorme.
Aunque gran parte del libro
habla de la relación que Johnson mantuvo con Kerouac, lo que me interesa aquí
es hablar del trasfondo que permitió dicha relación: la vida de una joven de
veintiún años y su crecimiento personal y artístico. Hablar de la generación
perteneciente a 1945 es hablar de la “Generación silenciada”. La sociedad civil
había vivido una serie de cambios en sus estructuras morales más sensibles y el
cambio de valores volvía a los jóvenes objetos maleables con virtudes
económicas. En palabras de un crítico del New
Yorker, los adolescentes suburbanos de la época eran la generación más
vieja de América. Sus expectativas de vida se limitaban al deber y no al
querer. No tenían nada que los uniese, ningún tipo de pertenencia o ideal. Sus características
económicas los hacían blanco perfecto del capitalismo emergente: vestía igual,
comían lo mismo, iban a los mismos lugares. Esta uniformidad llegaba a las
oficinas, donde se trabajaba para un poder desconocido, y a los hogares, donde
cada mujer se dedicaba al cuidado atento de sus hijos y sus deberes civiles. Eran
de plástico, para resumir un poco. Y se esperaba que las cosas fueran así, pero
la opresión era mayor para las mujeres, quienes crecía siendo seres
emocionalmente distantes. Recibían una educación de calidad, eran brillantes,
pero todo su ingenio debía utilizarse para mantener un hogar. Los riesgos no
existían, mucho menos la libertad y la privacidad. Los padres podían husmear en
todo y las mujeres no salían de sus casas hasta el momento de la boda. La virginidad
era la llave a una vida feliz y su pérdida significaba el derrumbe de toda la
familia.
Johnson formaba parte de esa
generación y sus expectativas eran tan limitadas como la de cualquier chica de dieciséis
años. Sin embargo, sus incursiones secretas a Greenwich Village la acercaron a
un ambiente cultural donde todo era distinto, y todo parecía real. La opacidad
de su hogar contrastaba notablemente con la convivencia comunal que experimentaba
cada fin de semana. Llegó a ese lugar casi con trece años y logró mantener una
doble vida por casi seis. Pero vivir en el límite de ambos mundos la llevó a no
pertenecer por completo a ninguno, a ser sólo una sombre en ambos. Su vida
familia día un giro completo a los diecinueve años, cuando decidió no sólo no
graduarse, sino irse de casa.
Para la época, una chica viviendo
sola únicamente podía significar promiscuidad y embarazo. En las calles se le
despreciaba y era difícil que le rentasen un departamento decente, porque era
ilegal. La restricción permea gran parte del libro, así como la ansiedad por la
pertenencia y el miedo al rechazo. Mientras que Kerouac y Ginsberg se
encontraban en el camino y tenían la posibilidad de instalarse en cualquier
lugar, Joyce nunca salió de Nueva York. El camino de ella y su mejor amiga,
Elise Cowen., estaba limitado a una sola ciudad, a un solo continente, a una
sola vida. Gran parte de Personajes
secundarios se centra en la espera: esperar por noticias de casa, esperar
por un hombre formal, esperar por Elise, esperar a que Kerouac regrese de
México, esperar a que una novela se publique… Aquella parálisis no es tema de
un solo individuo, sino de todas aquellas mujeres, aquellas “novias de…”, que
aspiraban a mucho más reconocimiento y lo hicieron a un lado por miedo o por
amor. No era sólo el hecho de salir de casa a una edad temprana, sino de
escapar de un estado de inocencia que las condenaba al encierro. El primer derecho que se ganó en esta lucha fue el
de razonar libremente. Pueden verla a ella y a todas las mujeres que la
acompañaron como un puente hacia algo mucho mayor. No son sólo las memorias de
una mujer aislada, las batallas que se pelearon años después fueron una
continuación de esta primera: la lucha de un individuo consigo mismo, con el
marco que lo define y que no ha podido escoger.
Soy una mujer de
cuarenta y siete años con un permanente sentido de inpermanencia. Si el tiempo
fuese como un pasaje musical, podrías seguir regresando a él hasta que lo escucharas
bien.
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