⋆⋆⋆⋆
“Ser atleta dura tan poco tiempo. Se acaba. Pero
mientras dura, les creamos un mundo de imaginación alrededor, en donde las
reglas comunes no aplican. Construimos una atmósfera falsa. Cuando todo se
acaba y la realidad se asienta, esa es la verdadera broma que le jugamos a esa
gente… Todos queremos tener un momento superlativo, y ser atleta puede dártelo.
Ellos se sienten en Camelot. Pero después tienen que seguir viviendo.”
Resulta curioso que en una sociedad
patas arriba, con niños en las calles, protestas masivas cada 3 días, recortes
presupuestales a la cultura y el Komander liderando el Top 40, haya pocos temas
tan controversiales como el rol de los deportes en la mente colectiva. Si
estuvieron cibernéticamente vivos durante el Mundial celebrado hace unos meses
saben de qué hablo. Es una cortina de
humo. Nos quieren hacer pendejos para pasar la reforma energética. Yo no sé
cómo les entretienen unos weyes pateando una pelota. Etc., etc. Lo curioso
es que muchas de las personas que decían este tipo de cosas tiran alegremente
su tiempo a la basura con otros entretenimientos (películas, anime, bestsellers,
yéndose de briagos), como si lo único que les interesara al condenar los
deportes es dejar claro que ellos se encuentran fuera de ese halo satánico,
pútrido, banal, y sobre todo —podemos inferir que así piensan dado el espectro socioeconómico al que atacan— naco.
Casi es ley: cuando alguien aclara,
como si uno le hubiera preguntado, que no entiende cómo sus pares pueden
divertirse viendo algún deporte por la televisión, lo hacen con el dejo condescendiente
de quien siente que su percepción está por
encima de todo eso. Digo, son unos tipos que ni conozco lanzando una pelota
de aquí para allá. ¿A mí qué? Esas son cosas básicas, animales. Fácilmente podemos ver cómo este tipo de pensamiento se
extrapola a la menor provocación, creando el erróneo silogismo que detona el
debate usual sobre los deportes:
Pero no: los estúpidos son estúpidos porque viven en un ambiente cultural nefasto, reducido, con muy pocos foros para el pensamiento crítico, soterrados en el lodo eterno de las relaciones económicas, esclavos que no conocen otra cosa, privados a cada esquina de la posibilidad de ser algo más, algo grande —y sus ejemplos más próximos de grandeza están allí, al alcance del control remoto o jugando en el estadio Azul cada 15 días.A: Este deporte me parece estúpidoB: Mi país está lleno de estúpidosC: Ergo, los estúpidos son así por culpa del deporte.
Acaso el deporte organizado, ese
que tanto se sataniza, es una de las únicas cosas dentro de este ambiente que
permiten una verdadera identificación simbólica entre el Yo y el Otro. Un
espectáculo dramático mediante el cual uno obtiene una iconografía mítica:
héroes, villanos, gestas, derrotas. Chuck Klosterman habla en Sex, Drugs and Cocoa Puffs del extraño
paralelismo simbólico entre la rivalidad Lakers/Celtics durante los 80s y la
división Demócrata/Republicana del imaginario estadounidense. Quizá ésto sea
llevarlo demasiado lejos, pero es indiscutible que el deporte tiene algo, un
valor subyacente, que crea relaciones de afecto y pertenencia importantes para
los individuos contemporáneos, e incluso para sectores sociales enteros. Esto
no significa que los deportes sean intocables o perfectos, pero sí que son
relevantes, y que no ciegan por sí solos la conciencia social de nadie. Al
contrario de lo que piensan esos rebeldes de facebook, el deporte organizado es
todo menos simple o básico: pocos mecanismos hay con más extraña injerencia en
la vida de las comunidades de nuestro tiempo.
El valor del futbol americano de preparatoria estaba
profundamente engarzado. Era el modo que la comunidad había elegido para
expresarse. El valor de la materia de Inglés no estaba profundamente engarzado.
Ésta no llenaba las gradas con veinte mil personas cada viernes por la noche;
no evocaba ningún sentimiento especial de orgullo. Nadie soñaba desde la edad
de cuatro años con poder escribir un soberbio análisis crítico de Finnegan’s
Wake.
Tal es la premisa de Friday Night Lights, crónica llevada a
cabo por H. G. Bissinger, periodista del Chicago
Tribune y ganador del Pulitzer, en la cual se detalla la temporada 1988 en
el equipo de futbol americano de la preparatoria Permian High. No les contaré
mucho de la trama porque estoy casi seguro de que se la saben bien. El libro
fue adaptado primero a una muy buena película dirigida por Peter Berg, y luego
a una serie de televisión más bien regular que pasaba por Sony Entertainment en
Latinoamérica. Además, no es un asunto terriblemente complicado: Bissinger va a
Odessa, Texas, se familiariza con los miembros de equipo y el cuerpo de
entrenadores, y va relatando sus varios contextos, lesiones, momentos de crisis
y de euforia. Por lo tanto, creo más interesante contarles en qué se distingue
la versión escrita de aquellas audiovisuales.
Lo que más resalta en este sentido
es que, mientras las adaptaciones enfatizan el núcleo de la anécdota, el libro
no es nada lineal, e incluso algunos podrían acusar en él una cierta falta de
concentración. Los personajes están ahí, pero Bissinger concentra su narración
en sus acciones sólo la mitad del tiempo, pasando el resto de las páginas
delineando los aspectos socioeconómicos y culturales de Texas que contribuyen
en mayor medida a que el futbol americano cuente con tal arraigo comunitario.
Esta des-acentuación de la anécdota
hace que el libro pierda un poco de dramatismo emocional respecto a la
película, por ejemplo, pero hace el alcance de la narración mucho más
panorámico. En otras palabras, Friday
Night Lights no es una historia de futbol americano y ya, sino un retrato
social de un pueblo en cuanto a aspectos como la política, la dependencia
petrolera y la (falta de) educación, todo visto a través del cristal deportivo
como excusa, catalizador y símbolo.
Todo esto apoya nuestra noción
inicial —de que en el deporte, al final, las victorias y las derrotas no
importan por sí solas. Por supuesto que es un poco desconcertante que miles de
personas se reúnan cada semana en un estadio para ver a 22 tipos lanzar un balón.
Pero eso no significa que el porqué de este fenómeno se reduzca a “Ps es que la
gente está apendejada”. Las raíces que unen al aficionado con el deporte son mucho
más profundas de lo que se suele pensar, y al explorarlas Bissinger revela
asuntos de índoles tan varias que uno acaba por concluir que las comunidades
modernas a menudo no se entienden sin esa catarsis inútil pero inexplicablemente
atractiva y rica en connotaciones que es el deporte.
“A través del deporte el hombre experimenta la pelea
por la supervivencia, pero, al estar despojado de sus efectos, peligros y
humillaciones, el combate está reducido a la forma de un entretenimiento. Ha
perdido su nocividad, pero no su atractivo espectacular o su significancia.”
—Roland Barthes
Da Capo Press: $217 (en inglés)
Disponible en:
-Mixup (sobre pedido)
Para completar:
Michael Lewis - The Blind Side
Norbert Elias & Eric Dunning - Deporte y ocio en el proceso de la civilización
Para completar:
Michael Lewis - The Blind Side
Norbert Elias & Eric Dunning - Deporte y ocio en el proceso de la civilización
Nick Hornby - Fever Pitch
No hay comentarios:
Publicar un comentario