sábado, 28 de febrero de 2015

Perdona si te llamo amor

·  Scusa ma ti chiamo amore
·  Federico Moccia [Italia]
·  Primera edición: 2007
·  Novela
½

Normalmente comienzo con una cita de la novela en cuestión para que tengan una muestra de los temas y la prosa que van a encontrar allí, pero en este caso, siendo que Perdona si te llamo amor es, ante todo, una mercancía, creo que es más importante enseñarles el tono retórico con que se vende:

Una deliciosa novela sobre el poder del amor ambientada en las románticas calles de Roma. Perdona si te llamo amor es, además, una involuntaria guía alternativa de esta ciudad. Deseosos de conocer los escenarios de esta love story contemporánea, jóvenes de todo el mundo buscan los consejos que aparecen diseminados por todo el libro para descubrir dónde comer las mejores pizzas o saborear los helados más exquisitos.

A pesar de haber sido escrita por otra persona (o al menos eso quiero yo creer), esta frasecilla, extraída directamente de la contraportada, les dice mucho de lo que necesitan saber sobre Federico Moccia y su escritura. Moccia es quizás el escritor de novela romántica más popular de la actualidad, al menos en este país, y gran parte de ello se debe a que sabe que es italiano y no tiene miedo a usar eso a su favor. Piensen en todos los estereotipos italianos que puedan imaginar: el pizzero alegre, los ejecutivos guapos, las puestas de sol sobre el mármol romano, los jóvenes motociclistas guapos, los mercados vivarachos en la calle, los deportistas guapos, la mezcla de jet set con bucolismo, la gente guapa muy pero que muy guapa, etc. Ya está, ya tienen la locación y el reparto para una novela de Moccia.

Pero resulta que este sujeto no pretende escribir romances y ganar dinero mientras mantiene un perfil bajo. No, él y su editorial están empecinados en hacernos creer la existencia de algo llamado el “fenómeno Moccia”, mecanismo mediante el cual, según, los jóvenes enamorados de todo el mundo tratan de emular los actos simbólicos de los romances en sus libros, como poner candados en los puentes (tradición que Moccia jura haber inventado) o ir a heladerías específicas. Todo esto parece apuntar a una posición que uno, aunque desde un palco distante y escéptico no tardará en distinguir como simple estrategia de marketing, no puede dejar de encontrar atrevida y peculiar: Moccia no se lee —se vive. Y bueno, claro, hasta cierto punto era de esperarse. Después de todo, el tipo escribe romances y todos encontramos la idea de vivir uno de esos bastante atractiva. Pero hay algo más. Quien de hecho sea tan ingenuo o tan valiente como para abrir Disculpa si te llamo amor, un inexplicablemente extenso tabique de 600+ hojas, se encontrará con que Moccia tiene ideas bastante específicas sobre lo que el verdadero amor debe ser, y que esas ideas convierten al “fenómeno Moccia”, si es que existe, en algo nocivo y aberrante. Mejor dicho, no creo que exista ese llamado “fenómeno Moccia”, o al menos no creo que Moccia sea la causa real. Más bien existe una sociedad individualista y emocionalmente floja, casi atrofiada, y por eso este pequeño novelista puede acumular seguidores que ven en su sofismo una iluminación. Este hombre vive de justificar y enaltecer algunos de los aspectos más mezquinos y bajos del hombre y la mujer del siglo XXI. Y, aparte, lo hace todo en una prosa con tal combinación de ineptitud y pretensión que hasta acá escuché a Coelho aplaudir.


Noche. Noche encantada. Noche dolorosa. Noche insensata, mágica y loca. Y luego más noche. Noche que parece no acabar nunca. Noche que, sin embargo, a veces pasa demasiado rápido.

Ah, todo un maldito poeta.

A ver, pues. Alessandro es un publicista de 37 años, exitoso a pesar de tener cero talento en su trabajo, y Niki es una estudiante de 17 descrita por Moccia como “madura y responsable” (para que no nos escandalicemos cuando la relación empiece, claro) a pesar de que he conocido niños de seis años con más carácter y sentido. Niki rompe con el novio, a Alessandro lo deja la suya, y terminan conociéndose por un accidente de tránsito, el cual ocurre, en parte, porque Niki había ejercido su “madurez y responsabilidad” participando en unos arrancones ilegales la noche anterior. La tipa es verdaderamente insoportable, una niña fresa ingrata y bidimensional a quien se le hace muy simpático colgarle el teléfono a las personas a media conversación, y es claro que él sigue enamorado de la ex y no está listo para compenetrarse con otra persona más allá de un acostón por despecho, pero pues qué demonios, ¿verdad? El amor no se basa en babosadas como conocer a tu pareja o tener intereses en común —más bien es, como todo en Moccia, un impulso impersonal cuya única cualidad posible es la de ponernos “en el límite”, “en peligro”, “emocionados”. De lo contrario es aburrido y cansado y nada de eso puede ser amor:

– Un libro debe hurgar en las heridas, provocarlas, incluso. Un libro debe ser un peligro.
Lo dijo ese Cioran. Y yo entonces he levantado la mano. El profe me ha visto.
– ¿Qué ocurre, Cavalli? ¿Quiere ir al baño?
– No. Quería decir que, en mi opinión, esa frase se puede aplicar también al amor.

Puede que sea risible ver a Moccia tratar de dialogar con Cioran, pero ello no implica que su observación, estúpida y superficial como es, no signifique algo. El amor, para este tipo, es una decisión consciente y simple, casi como comprar zapatos. Mi vida está en un atolladero, por lo tanto salgo a la calle y busco algún extraño (nunca un amigo o conocido) que se me haga interesante. Acto seguido, me enamoro (aunque no lo conozca ni sepa más que su nombre), y ese “peligro” (el de estar en una relación romántica con alguien cuya forma de ser no conozco y cuyos intereses no he tenido siquiera tiempo de preguntar) es la verdadera esencia del amor, la espuela emocional que da el único color posible a la vida. En algún punto el protagonista llama a esto el “motor amor”. Dentro del universo mocciano es imposible estar solo, ya que eso te reduce a un perdedor indeseable y falto de motivación —hay una escena preciosa donde la protagonista se compadece de que su amiga, que está en coma, “nunca ha tenido novio”. Pero si vas a estar acompañado deberás adoptar un set específico de reglas.

Primero, tu compañero en la aventura amorosa, ya dijimos, debe ser un extraño que conozcas circunstancialmente, y la relación romántica deberá iniciar antes de que pasen dos semanas o cuatro conversaciones con él/ella. Hay puntos extra si tu extraño es opuesto a ti de algún modo o si ni siquiera se llevan bien; eso lo hace más peligroso. La relación deberá mantener en todo momento un descarado carácter líquido, bajo términos de Zygmunt Bauman, lo que significa un equilibrio convenenciero entre la seguridad emocional del amor y la libertad individualista del hombre moderno que ve todo como un bien de mercado. Esto implica un cierto desprendimiento entre la pareja para que cada que cada quien pueda mantener su libertad y respirar, pero en ningún caso usarán esa libertad para algo productivo o útil —la libertad significa, eminentemente, la posibilidad de ir a fiestas con amigos/as y embriagarse sin que tu pareja te diga al día siguiente lo idiota que estás, o incluso tomarse unas vacaciones en otro país sin contestar el teléfono. La otra mitad de la pareja deberá aceptar esto, nunca preguntar qué hiciste la noche anterior y nunca mensajearte cuando estás con tus amigos/as. O sea, qué oso. Si tu pareja falla en esto, no hay posibilidad de interpretar sus preocupaciones como cariño o interés genuinos; simplemente son entes nocivos que sofocan tu vida, y deben ser eliminados: “Porque el amor no es y no puede ser simple afecto. No se trata de costumbre o de amabilidad. El amor es locura, es el corazón que late a dos mil por hora, la luz que surge de noche en pleno atardecer, las ganas de despertarse por la mañana sólo para mirarse a los ojos”. (De esa oración, amo el ejemplo de la luz que surge de noche, no sólo por su absurda construcción sintáctica, sino porque demuestra muy claramente lo que es el amor en Moccia: algo antinatural).

El tiempo que la pareja decida pasar en compañía del otro deberá estar compuesto, integralmente, de actos grandilocuentes y cliché como llevar a alguien a Paris de fin de semana o robarte una llave de la casa del novio para decorarla con velas aromáticas y cositas orientales (incluido un disfraz de geisha para dar el toque exótico de rigor) o comprar un paquete vacacional para ser guardianes del faro en una isla por una semana. No, si se lo preguntan, nadie tiene problemas de dinero aquí. Bueno, un personaje secundario, pero ese al final termina sin novia, así que equis.

Hay una trama secundaria en el libro que llamó mucho mi atención. Una de las amigas de Niki —no se nos revela cual hasta el final de la novela— se encuentra una laptop olvidada en un callejón al principio de la historia. Mientras Niki y Alessandro viven su insulso remedo de romance, periódicamente Moccia nos muestra a esta otra chica leyendo algunos de los documentos de la laptop mientras está encerrada en su recámara, la cual está pintada de añil, supongo que para dar una idea de depresión y pesadez. En la laptop hay trozos de literatura. Unos, se nos dice al final, son traducciones de Jack London, mientras que otros son creación propia del dueño de la máquina, un tal Stefano. Los fragmentos de Stefano son risibles en tanto que Moccia seguramente se cree muy listo por meter una metanarrativa en su libro; el problema es que se le olvidó darle a ese segundo nivel de textualidad tanto un estilo como un hilo narrativo. Stefano escribe exactamente igual al narrador default de Moccia cuando se pone poético (ver la cita sobre la noche hace unos párrafos), y no cuenta nada en su texto, sólo da vagas sentencias que le muestran a la amiga de Niki lo que debe hacer con su vida. Y lo que debe hacer, claro, es romper con su novio de muchos años, con quien las cosas se han vuelto rutinarias (el novio nunca aparece en el libro tal cual, como si Moccia se cuidara de que no simpaticemos con él, que no lo veamos como una persona que siente y piensa, no, sólo es una silueta de cartón que estorba), e iniciar un romance con Stefano cuando le devuelva la laptop, sobre la solidísima base de que “Ay, escribe bien bonito” (ah, todo esto después de echarse a un alemán musculoso en las vacaciones sólo porque sí. ¡Libertad!).

Y pues no sé. Al final la gente tiene el derecho de vivir como se le pegue la gana, supongo. Incluso Zygmunt Bauman, apuntan algunos, no tiene tanta aversión como podría pensarse por ese hombre moderno que describe, el cual ama, o cree amar, sin dejar nunca de lado su propio narcisismo. Entiendo que las novelas de romance deben escribirse sobre situaciones escandalosas, o al menos marginalmente interesantes, porque a nadie le importa leer sobre una pareja corriente y sin tribulaciones, así vivan felices por siempre. Queremos drama. Lo que me deja un mal sabor de boca no es que Moccia narre un romance entre una tipa de 17 y uno de 37, o que esta otra chica haya dejado al novio para irse con un desconocido, o que Alessandro deje a Niki y luego vuelva con ella cuando descubre que la ex lo había estado engañando todo el tiempo (y Niki esté allí, dispuesta). Eso es el par de campo en una novela de romance. Mi problema con Moccia es la petulancia, la seguridad moralina con la que quiere convencerme de que el amor sólo viene en un tamaño y una presentación, la que él dicta, y que si no acepto los estándares de dicho paradigma —cuestionables unos e imposibles otros— soy yo el que está haciendo algo mal.

Moccia, así como Coelho y Dílvar y Carlos Cuauhtémoc y muchos otros escritores malos, es un simplón que se cree gurú. Estos seres no se conforman con desplegar el modesto talento que quizá tengan como contadores de historias. No, quieren llegar a La Verdad Universal en una fiebre ingenua, seguramente alimentada por su éxito económico. Están convencidos de que la premisa “Escribo libros que millones de personas compran” automáticamente se traduce en “Debo tener algo valiosísimo que decir” y en “Puedo enseñarle a la gente a vivir mejor”. Y no. La verdad es que, así como pensar que el universo conspira a tu favor puede muy bien terminar contigo en la cárcel por fraude bancario, creer en el amor verdadero como un constructo que sólo puede existir bajo un marco de total espontaneidad, regido por el peligro y la novedad, muy probablemente acabará contigo en soledad, vacío, arrepintiéndote de haber despreciado el amor de todas esas personas quienes no cumplían con tus Parámetros Moccianos. O, peor aún, puede que pases tus días encerrado en tu casa, releyendo Perdona si te llamo amor una y otra vez, envidioso de y fascinado con la suerte de estos personajes que pudieron encontrar la “felicidad verdadera”, y pensando que, si tú no la hallaste, debe ser por un defecto fatal en tu naturaleza como amante, como persona. Bueno, eso es una hipérbole, pero la verdad es que, después de leer 600 páginas de este aborto ético y prosístico, creo poder permitirme un poco de ridiculez en mi escritura.

Disponible en todos los lugares que venden bestsellers.

Para completar:
-Zygmunt Bauman, Amor líquido
-Erich Fromm, El arte de amar
-Federico Moccia (dir.), Scusa ma ti chiamo amore (película)

6 comentarios:

  1. ¿Podrías hacer una crítica a algún libro de Nicholas Sparks? Me gustaría conocer cuales son tus puntos de vista con respecto a tal autor y si es recomendable leerlo :)

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    1. Sí, quizá a mediano plazo haga una de Sparks. No lo he hecho porque me cae tan mal como persona que no me imagino abriendo un libro suyo, pero todo sea por el arte :) Saludos.

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  2. Me encantó tu reseña. Lo sincera que eres y las risas que me sacas. Y me encantaría leer otra reseña desde tu punto de vista.
    ¡Saludos!

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    1. Muchas gracias, Katia, sólo que soy hombre xD Hacemos este blog entre una parejita. Saludos.

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  3. Un muchacho con el que salía me prestó -Gracias al cielo no regaló- "A tres metros sobre el cielo" de ese mismo tipejo, y la verdad, tiene el mismo tinte que este otro libro, pensé que al menos cambiaba un poco. Me gustó bastante tu reseña. ¿De qué otros libros u autores has hecho? ¡Un abrazo!

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  4. ¿Qué clase de alma inocente se somete a semejantes suplicios? Supongo que alguien debe leer esta clase de libros. Personalmente creo que no me pagarian lo suficiente por hacerlo. Si lo hacen por gusto entonces debo creer que tambien son aficionados al bondage. Buen artículo, por cierto.

    PD: ¿Leer un libro malo es como ver películas malas por las risas que sacan?

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