-Primera edición: 2001
-Novela
…Tal vez luego ellos –los
mayores– sigan hacia esa tierra de mejor clima que alguna vez fue hija de
España. Pueden morir antes. Por eso un muelle duele. Por eso la sirena de un
barco es un aullido profundo. Cuando alguien entrañable se aleja a borda, nos
hemos roto para siempre. Un barco cargado de emigrantes es una península que se
desprende del continente con las mismas flores, los pájaros y el color de la
tierra que deja.
El nombre de Mónica Lavín
resulta siempre extrañamente conocido, o quizás sería mejor decir sospechosamente conocido. La mujer ha
recibido varios galardones, así como también los ha dado, destaca por ser tanto
jueza como competidora, y durante un tiempo (hace muy poco) mantuvo un programa
de entrevistas en Canal Once, donde se encontraba con multitud de escritores
mexicanos, la mayoría tan conocidos y mediocres como ella. Café cortado puede verse como una aparición menor en su carrera,
siendo que es más conocida por títulos como Ruby
Tuesday no ha muerto o Yo, la peor,
pero si para muestra basta un botón, resulta entonces muy pertinente
preguntarse cómo se las ha arreglado esta mujer para seguir siendo vigente
dentro del círculo intelectual/literario mexicano. Si todo dependiese de su
habilidad con la pluma, su destreza con las palabras, su obra no
debería haber sido mayor a dos libros poco distribuidos, pero no es así. Es
más, la obra que nos concierne hoy fue escrita con el apoyo del Fondo Nacional
para la Cultura y las Artes, realizada durante una “Residencia Artística” que
realizó en Canadá. Nadie debería tener que irse tan lejos para hacer algo tan
malo, mucho menos con dinero que no es propio y que podría invertirse en algo
más importante (o mínimo para reparar banquetas).
Pero pasemos a los
argumentos. Café cortado tiene como
trama principal la historia de un amor cafetalero entre un español llamado
Miguel, quien llega a Chiapas para explotar indígenas y ganar dinero (¿qué otra
cosa se puede esperar de un español?), y Ángela, la prometida que deja en
España. El escenario de hacienda temática da pie para que Miguel se enamore de
otra mujer, una delicada dama de nombre Ingrid, hija de un adinerado alemán.
Pero justo cuando el amor de estas dos razas conquistadoras se ha confirmado,
Ángela aparece en México, dispuesta a reclamar lo que es suyo, pero deja atrás
otro amor imposible: un triste oficinista llamado Fermín. Éste se avoca a dedicarle
sus crónicas y llorar su amor perdido. Para evitar que todos estos enredos se
confundan con una trama de telenovela (recordemos que por esos tiempos Café con aroma de mujer ya había sido
más que estrenada), Lavín toma una complicada postura literaria: decide
englobar toda esta historia dentro de otra más reciente. Es por ello que todo
inicia con Diego Cabarga, un frustrado “aspirante a escritor” a quien la ciudad de Santander comisiona para
escribir la historia de una empresa naviera. Al hurgar entre los documentos,
Cabarga se encuentra con las crónicas que un tal Fermín había escrito a una tal Ángela,
y decide que ésa será su brillante historia de amor.
—Tú no te has picado a
nadie, qué se me hace que eres puto.
Chabelo mintió de nuevo alegando que la verdad era que se acostaba con Serafina Becerra, y que ella le había hecho jurar que no se lo diría a nadie. Las consecuencias podían ser terribles. Chabelo describía la manera en que le penetraba por detrás mientras evocaba sus desfogues con la ternera, hablaba de del sexo jugoso de Serafina que cedía al suyo ancho y embestidor. Matías y Gumaro lo escuchaban excitados. Gumaro se metió la mano al pantalón y empezó a manosearse.
Chabelo mintió de nuevo alegando que la verdad era que se acostaba con Serafina Becerra, y que ella le había hecho jurar que no se lo diría a nadie. Las consecuencias podían ser terribles. Chabelo describía la manera en que le penetraba por detrás mientras evocaba sus desfogues con la ternera, hablaba de del sexo jugoso de Serafina que cedía al suyo ancho y embestidor. Matías y Gumaro lo escuchaban excitados. Gumaro se metió la mano al pantalón y empezó a manosearse.
Es dudoso qué decir a
continuación. La parte “histórica” de la novela, aquella enfocada en la
hacienda temática –El Chorro– y sus lugares vecinos, se construye a partir de
un cliché tras otro, todos ellos adornados de frases cursis que pretenden ser
profundas (y que además son sorprendentemente cortas, revelando una incapacidad o renuencia de la pluma por sostener las subordinadas); para ejemplo de esto basta ver la
primera cita de la reseña. Resulta interesante notar que estos clichés no
funcionan como acompañamiento de la historia, sino que son los motores mismos
de la trama; es decir, el paso del acontecimiento A al acontecimiento B es el
resultado de un pretexto sumamente obvio y poco cuidadoso, el cual revela una
carencia total de imaginación, y que tiene como objetivo llegar a C sin
rebuscar mucho. Por ejemplo, tenemos como A a un hombre llamado Miguel que se
ha alejado de su prometida, y en B a un enamorado Miguel que se ha olvidado de
su fiel prometida. Para dar semejante salto sólo se necesita algo así como tres
cuartillas, en las cuales basta con insertar tres palabras mágicas para que
todo avance hacia donde debe: dinero, poder, sexo. Tres cuartillas, tres
palabras, esto es suficiente para quebrantar la voluntad del mártir y volverlo
adultero. Pero para que las cosas no parezcan apresuradas, la narración hace malabares
al momento de adjetivar, por lo que encontramos que la razón de todos los males
es una mujer que: “Era como un ungüento en medio del trabajo de campo en la
sierra”. Pero fuera de estas conmovedoras palabras, tenemos que nos aguarda C,
donde tenemos a un Miguel desencantado de la vida, casado con la olvidada
prometida, y dándonos la vaga lección de que el amor rompe fronteras.
Esta transición de A a B y de
B a C se repite en todos los personajes a manera de reflejo: todos los motores
se resumen a amor + pérdida + sufrimiento= importante lección de la
vida/momento cumbre y definitivo de la existencia. Lo vemos en Fermín, que
pierde a Ángela; en Ángela, que pierde a Miguel; en Chabelo, que pierde a
Margarita; en Ingrid, que pierde a Miguel, etc., etc., etc. Tan aburrida linealidad delata el segundo
gran problema de la obra: sus personajes son de cartón barato. Son mundos bien
delimitados, vacíos de significados nuevos, simples lugares comunes que pueden encontrarse
en cualquier ilustración monográfica de papelería. Exploremos, por ejemplo, la delicada relación
entre mexicanos y conquistadores, y que no hace desgaste alguno en lo que
respecta a caracterización. Los segundos tienen toda clase de lujos, son altos,
la tez blanca es mencionada hasta el cansancio y su capacidad para planear la
ruina de otros está más que constatada. Los primeros son chaparros, morenos y
vulgares. Esa es la funesta línea que los separa, es la manera de indicar las
diferencias. ¿Para qué ir más allá de eso?, ¿qué sentido tendría? En la diégesis
de Lavín, aquellos que se encuentran abajo tienen nombres feos, corrientes; se llaman Gumaro o Chabelo, se masturban enfrente de las casas de los patrones, violan menores, dicen “puto” y “maricón”
cada dos páginas y anhelan el poder que les ha sido negado. No cuentan con iniciativa
propia, su gama de sentimientos es de dos niveles: enojado y con ganas de coger,
muy de vez en cuando mediado por una especie de ternura inocente. Esa es toda
la exploración que merecen, o al menos toda la que nos es brindada, pero
tampoco es que los de arriba salgan bien librados. Miguel, Brunner, y Becerra son
gente bella, con aspiraciones múltiples, y siempre ocupados de los problemas
económicos que pueden llegar a rodearlos, o de las relaciones de poder que
pueden establecer. Si alguien llegara a informarles que están dañando personas,
está haciendo infeliz a alguien, harían un gesto de sorpresa y continuarían con
sus asuntos, porque eso no está en las líneas que memorizaron. Cabe señalar que
las mujeres ocupan otro espacio en esta distribución de atributos literarios. Sin
importar clase o nivel social, todas ellas se agrupan en un mismo rol: son
débiles, enamoradas, caritativas, caprichosas, vengativas y pareciera que por
lo menos la mitad en este reparto están esperando siempre el siguiente
encuentro sexual.
Entonces nos encontramos con
una historia que quiere hacer las cosas interesantes al ubicar a sus personajes
en medio de la explotación indígena, pero que decide olvidarse de este discurso
y sus posibilidades en lo que respecta a cuestiones de moral y reconocimiento
de la otredad para dar paso a mediocres triángulos amorosos y a los placeres de
la carne. Como lo exótico no puede quedarse a un lado, no sólo tenemos a Ingrid
y Miguel acostándose entre los cafetales, sino que contamos con algo aún más
innovador y atrevido, como lo es Chabelo acostándose con una de las hijas de su
patrón –relación sumamente apasionada y llena de detalles, pero que se resume
en cuatro páginas para evitar el escándalo y porque qué aburrido comenzar a
indagar sobre los sentimientos de estos dos amantes–. Mejor separarlos
dolorosamente, castigarlos, y dar el asunto por terminado, llenando las otras
cien páginas restantes con hacendados bailando con prostitutas, mujeres
llorosas que esperan el amor y villanos franceses que planean asesinatos.
Quizá lo que más me molesta
de todo el libro es la intromisión del tal Diego y su papel como “investigador”
de los hechos, pues este movimiento no es gratuito, pero tampoco resulta útil
para la lectura final. No puedo evitar pensar que no es más que una estrategia
muy cómoda para quien escribe, ya que todo pasa de una novela erótica mal
lograda a una “novela histórica metaficcional” (también mal lograda), lo cual suena mucho más
intelectual e importante, además de que otorga todos los permisos y
credenciales para reafirmar a libre antojo la idea de la vulgaridad del indígena.
Todo se está haciendo en nombre de un bien mayor, por el bien del círculo
intelectual mexicano, el cual cuenta con chofer particular y vive en Coyoacán.
Por más que lo analizo, sigo sin entender cómo es que Lavín se ha mantenido
vigente si leyendo su página de internet encuentro que la vacuidad de sus
oraciones en Café cortado es algo que
está en toda su escritura. La mujer tiene la misma capacidad de darle
profundidad a sus temas que una bloguera de quince años que le toma fotos a sus
Rimas de Bécquer (sin haberlas leído nunca) y escribe de sí
misma en tercera persona (para decir lo bella persona que es). Pero al menos
creo que la bloguera tiene la ligera posibilidad de mejorar ese aspecto, o
dedicarse a otra cosa. Lavín no, Lavín vive de esto, de ser figura, de ser la
figura de una autora, o más bien de la idea de ser una autora, la misma autora
siempre, en todo momento, sin evolución ni cambios arriesgados, ¿para qué? Todo
ha quedado resuelto para ella, pero la zona de confort en la que se ubica no es
un caso aislado, sino que parece ser la maldición que recae en buena parte de
la vida artística mexicana: una vez que han logrado algo, una vez que todos
aplauden, se quedan en ese mismo lugar, recibiendo los mismos reconocimientos
de las mismas personas, sin ser nunca criticados y sin la capacidad de
autocriticarse. Se convierten después en jueces, otorgan los mismos premios que
recibieron a mediocres que se forjaron a su imagen y semejanza. Y así
sucesivamente. Con margaritas para los marranos.
—Yo sólo quiero
escribir una novela. Diego miró hacia los cafetales y escuchó las voces de los
niños atenuadas por el follaje espeso, sintió el roce de la falda de lino de
Ángela y sospechó que, en la habitación de los esposados, una caja con recortes
de periódicos aguardaba inútilmente. Cerró los ojos. Los apretó con fuerza. Era
tiempo de comenzar.
Que bueno que el blog siga vivo, me encantan sus reseñas.
ResponderEliminarQué curioso que las buenas reseñas de libros malos sean tan entretenidas de leer... aparte es toda una crítica bien pensada y con conocimiento de causa. También me encanta :)
ResponderEliminarLavín es tan mala como Cristina Rascón, y aún así las siguen publicando =/
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