Primero que nada, les debemos
una enorme disculpa por los meses que pasamos en silencio. Sabemos que nos
extrañaron mucho y valemos mil. Ignoremos la parte en que la escuela nos hizo
llorar sangre y digamos que les concedimos un tiempo para que leyeran todos los
libros que hemos reseñado y nos siguieran el ritmo –y confío en que lo
hicieron.
Pero ahora volvemos a retomar
nuestro espacio con todo el cariño que el mes nos ofrece. Estamos en febrero,
el mes de Hallmark Cards y peluches gigantes. El mes del mal gusto, en pocas
palabras. Hace un año nos dimos a la tarea de mimetizarnos con las fechas y
dedicarnos a reseñar los llamados “libros malos”, aquellas entidades mediocres
cuya existencia infecta a millones de lectores y los hace caer en un círculo
vicioso de lectura fácil, razonamiento lineal y comentarios simplistas tipo “al
menos leo”. Aunque muchos apoyaron la idea, la verdad es que hubo más de una
pelea encarnizada al respecto de gustos (porque aparentemente la palabra
“subjetivo” es un excelente escudo protector para cualquier porquería). Entre
los muchos comentarios que recibimos hubo uno que llamó mucho mi atención y que
no pude contestar porque su autor era anónimo. Decía: “Un ejercicio interesante
pero fútil. Dedicar tiempo y atención a estos libros es una pérdida de energía”.
Detengamos a considerar sus palabras y pregúntense: ¿lo es?
Pasemos a hechos concretos.
Estamos en el 2015 y el PRI nos está gobernando, nuestro sistema educativo está
por los suelos, y el mejor cumplido que se puede recibir actualmente es “eres
bien luchón/a” porque implica que no importa lo jodido/a que estés, siempre
tienes diez pesos para comprarle un taco a tu hijo. En resumen, no tenemos
calidad de vida, pero no podemos quejarnos porque todo es como “Dios quiera”. No
voy a decir que este espíritu agachado se debe a que la población diga que Bajo la misma estrella es el mejor libro de la vida, pero repasando
los hechos tenemos que admitir que los gustos literarios, o la ausencia de
ellos, tienen una influencia importante en nuestro desarrollo como individuos.
Miren, la verdad a mí me importaría muy poco lo que los demás leyeran si no
fuera por un hecho sencillo: somos seres sociales y compartimos un planeta. A
rasgos menores: compartimos un sistema “democrático”, lo cual implica que
conductas aprobadas por Los cuatro
acuerdos y sus millones de lectores van a afectar mi vida en determinado
momento, y me opongo firmemente a ello. También implica que mi opinión vale lo
mismo que la de la vecina que leyó Los
juegos del hambre, opinó que era “súper genial y original” y luego votó por
Peña Nieto porque está bien guapo. Y el problema de este último ejemplo no
tiene tanto que ver con el libro como con quien lo leyó.
¿Por qué si los libros
actuales de moda abarcan temas relacionados con el cambio social, la lucha de
clases y la insurrección del justo, nuestra sociedad es francamente apática y conformista?
Una razón es porque los temas son comprendidos de manera cursi y tibia, otra es
que no crean verdaderas convicciones ni filosofías, y una más es porque quienes
los leen lo hacen “para escapar de lo malo que los rodea” y consideran que
voltear páginas es trabajo suficiente. Ocupémonos de lo último.
Si bien la lectura tiene una función
de divertimiento y la actitud escapista puede ser válida, su inclusión en
nuestra vida cotidiana tiene una misión didáctica y estimulante: no se trata de
aprender de memoria cada párrafo, sino desarrollar la habilidad de establecer
conexiones lógicas que nos permitan comprender sistemas, crear estructuras de
pensamiento y moldear ideas propias, así como un razonamiento más humano –no quiero
decir que nos convirtamos en Gandhi, pero sí que nos interesemos en las formas
y contenidos que rigen lo social e individual. Puede sonar idealizado, cursi
incluso, pero leer sí puede volvernos mejores personas. No. Así no va. Corrijo:
leer bien nos puede volver mejores
seres pensantes. No nos va a hacer “más mejores gentes”, pero nos vuelve
alguien digno de charla. Y leer bien, así tal cual, es una habilidad que se
adquiere a la larga, con mucho esfuerzo y ejercicio lógico, prestando la máxima
atención a detalles, contextos, y tonos. Y no, no todos lo logran. ¿Por qué? porque
están quienes leen lo malo, quienes leen mal y quienes hacen ambas.
¿Por qué quienes pasan sus
días leyendo Cazadores de sombras etc.,
etc. no han logrado desarrollar estas capacidades? En buena medida se debe al
contenido: es insulso, de fácil digestión, con pocos problemas de forma (siendo
un modelo lineal que viaja de A a B sin mayores transgresiones) y lleno de
lugares comunes que otorgan un sentido de seguridad, porque es algo que ya
conocemos y por ende “entendemos”. Muchos llegan aquí a jurarnos que no importa
lo que leas mientras leas algo, y mil veces hemos dicho que no es verdad.
Pensémoslo en términos de salud alimenticia: si yo llego todos los días a mi
casa y digo “No me como el plato de verduras con pollo porque ya me comí unas
papas en la calle”, mi papá no va a decir “Ah, bueno, por lo menos comiste”, me
va a dar con un sartén en la cara, y a la larga voy a tener sobrepeso,
hipertensión, fallas renales… Si lees un libro diario, pero son títulos que van
desde Cincuenta sombras de Grey hasta El alquimista, ignorando cualquier cosa
que pueda ser denominado como “un clásico” porque te parece de viejos aburridos,
ni te estás imponiendo retos de comprensión ni lo estás pensando hacer
siquiera. Estás comiendo papas todos los días, estás acostumbrando a tu sistema
a una lectura fácil que no requiere de tu cooperación para sustraer significado
alguno. A la larga te vuelves un filisteo (búsquenlo si no saben qué es) y
provocas una llaga en ti mismo: betas cualquier libro que no cumpla con tus
marcas de lecturas fáciles establecidas. Así llegamos a personas con
trescientos libros leídos en un año, todos son triángulos amorosos, todos son
muy originales. ¿Por qué? porque no se ha generado una capacidad de retención
siquiera, mucho menos se ha alimentado el proceso creativo: estancarse en una
misma línea de lecturas retiene cualquier proceso, vuelve floja a la mente. Al final
del día podrías pasar el día leyendo Insurgente
o viendo “Las lavanderas” en televisión y tendrías el mismo estímulo.
Pero ese fue el qué, también
está el cómo se lee. Conozco personas que odian a Saramago porque no terminan
de entender el tono con el que se debe leer y comprendo su posición. Conozco a
personas que odian El guardián entre el
centeno porque lo encuentran desesperante y también entiendo su posición. Y
conozco personas que en la misma semana leyeron Matar a un ruiseñor, Crepúsculo,
Academia de vampiros, Ulises y S/Z y encontraron que todos esos son libros maravillosos que adoran
y son muy bonitos y están muy padres y están muy bien… Eso también lo entiendo,
pero me desconcierta mucho. Volvamos a un principio básico: ¿cómo se lee? Se
pasan los ojos por las letras, sí, de acuerdo. Un conjunto de letras forma una
palabra. Un conjunto de palabras forma una oración. Muchas oraciones conectadas
son un párrafo. Muchos párrafos conectados son una historia. Simplista, pero
nos es útil de momento. ¿Es suficiente pasar los ojos por las páginas? Volvamos
a un ejemplo cotidiano. Si digo que voy a hacer ejercicio y me inscribo al
gimnasio, pero no tengo un verdadero compromiso con la actividad, sólo lo estoy
haciendo para decir que lo hago (y sacarme fotos mientras), falto seguido y
cuando voy hago las cosas a medias y mal, y saliendo me compro un chicharrón:
¿me está sirviendo de algo el ejercicio? No, claro que no, estoy tirando mi
dinero. Lo mismo pasa si me gasto todos mis ahorros en comprar Moby-Dick en la edición de The Folio
Society y al final digo “está muy bonito, pero no entendí por qué se enojó con
la ballena”. Claramente algo haces mal. Peor aún si no es sólo Moby-Dick, sino que has decidido
sentarte a devorar todos los clásicos de la literatura universal, al estilo de
Matilda, pero no se te ha ocurrido ni establecer conexiones entre ellos ni
cuestionarlo ni investigarlos. Al final del día te encuentras en donde
comenzaste: sin ninguna noción de estructura, en un monologo numérico donde hay
cantidad y calidad pero no hay quien lo aprecie. Se ve muy bonito el asunto, pero
no deja de ser una careta, porque lo estás haciendo sin un verdadero
compromiso.
¿Qué quiero decir? Que leer
es una actividad a la que se le debe respeto y tiempo, como lo es cualquier
actividad con la que te apasiones. No basta con pasearse con un libro por el
metro y terminarlo en dos días, no si no estás dispuesto a desenterrar sus
secretos de forma y contenido. Sí, estancarte en libros mediocres te hace un
lector mediocre. Pero también conformarte con el mínimo esfuerzo de lectura te
vuelve mediocre, aunque estés leyendo Crimen
y castigo por tercera vez. (Para mayores ejemplos de esto, pueden acercarse
a Fahrenheit 451.)
Como misión de (casi) tiempo
completo, este espacio se dedica a reseñar “n” cantidad de libros para que,
quienes decidan acercarse a ellos, eviten terminar en simplismos y trabajos a
medias. Más que reseñas, muchas veces terminamos haciendo ensayos breves sobre
ejes temáticos y personajes. Al principio creíamos en la visión personal y
subjetiva, pero también nosotros podemos cambiar nuestras ideas y volverlas más
concretas y útiles. Tratamos de tener una pequeña influencia en qué leen y cómo
leen. Pero una vez al año nos ensañamos con los libros de consumo fácil que inundan
librerías y centros comerciales. ¿Por qué? Porque son un problema que generan lectores
basura, y porque no hacerlo sería encerrarnos en una torre de marfil. A estos
libros “malos” les dedicamos el mismo tiempo de análisis que a los buenos, y al
final, lo que surge, es una crítica basada en una investigación y una lectura
minuciosa. Por mucho que lo odie, me siento a leer a Coelho lo mejor que puedo,
porque lo voy a analizar a consciencia. No somos demasiado buenos para esos
libros, y no somos ajenos a nada humano. No creemos que esto sea un ejercicio
fútil ni un gasto de energía, al final del día, repito, compartimos un mundo, y
me interesa estar en un mundo sin obesidad e hipertensión. Si son demasiado
buenos para estas cosas, que pueden pasar por amarillistas, están en todo su
derecho de leer reseñas de otros meses y comentar en ellas.
No nos vamos a disculpar si llegamos a ofender sus gustos, porque al final del día no los queremos a atacar como personas, sino crear un diálogo entre ustedes y sus lecturas. Antes de comentar con un “todo es subjetivo”, piensen quién comenta, si ustedes o su orgullo. Lo nuestro es una subjetividad informada, sin rayar en lo solemne --siempre es necesario algo de humor para amenizar. La selección de este mes tiene como estelar a un italiano mundialmente conocido por ocasionar diabetes en sus lectores. Se le dan bien las novelas románticas y las protagonistas sensibles que se enamoran de chicos malos. Dicen que Italika lo patrocina, pero son rumores.
No nos vamos a disculpar si llegamos a ofender sus gustos, porque al final del día no los queremos a atacar como personas, sino crear un diálogo entre ustedes y sus lecturas. Antes de comentar con un “todo es subjetivo”, piensen quién comenta, si ustedes o su orgullo. Lo nuestro es una subjetividad informada, sin rayar en lo solemne --siempre es necesario algo de humor para amenizar. La selección de este mes tiene como estelar a un italiano mundialmente conocido por ocasionar diabetes en sus lectores. Se le dan bien las novelas románticas y las protagonistas sensibles que se enamoran de chicos malos. Dicen que Italika lo patrocina, pero son rumores.
Pa la próxima saquen la resolución de la antinomia del gusto de Kant en la Crítica del Juicio... todos somos unos ilustrados. (No, no es mal pedo, está interesante)
ResponderEliminarSolo se equivocaron en un punto, y es en el hecho de tratar de tener una pequeña influencia en el qué y cómo leemos. Porque, en lo que a mi respecta, la influencia ha sido enorme y satisfactoria. Y por eso siempre les estoy agradecido.
ResponderEliminarGracias, gracias, gracias...suscribo cada palabra de esta entrada, como para pegarla encima de las publicidades de "Lee veinte minutos al día"
ResponderEliminarAquí una lectora que respalda lo que dices.
ResponderEliminarEn realidad, debo aclarar desde un inicio, no soy una ávida lectora (lo fui hace unos años pero el Internet me ha destrozado, he de admitirlo) ni tampoco una ilustrada. Pero siempre fui -y lo sigo siendo-, una lectora inconforme. Comencé con sagas juveniles, pero solo dos, porque inmediatamente después quise leer algo diferente, sí, algo que me impusiera un tipo de esfuerzo mucho mayor que los que impone leer una saga juvenil en tiempos actuales (Sí, me refiero directamente a Crepúsculo y Vampire Academy), no porque me quisiera creer "cool" al leer 'clásicos" como he tenido la oportunidad de ver en muchos otros lectores, simplemente siempre he sido así: nunca me he encariñado con un género en especifico, ni siquiera con un autor.
Pero a lo que iba, en estos momentos estoy retomando el habito de la lectura, porque gracias al tiempo que invierto a Internet he dejado de leer como lo hacia antes. Y por lo menos, al retomar/iniciar de nuevo no se puede hacer con algo que tiene un grado mucho mayor a nuestra comprensión lectora y capacidad, como me pasó con Rayuela, que preferí dejar para un futuro que leerlo sin entender nada y decir al final "Ay, pero que bonita historia". Y continuar leyendo algo más de acuerdo a mis capacidades -y no es que me desvaloricé como lectora, simplemente soy realista-.
Y ya, esa era mi pequeña anécdota.
Tienen una seguidora desde ahora.
"Dicen que Italika lo patrocina" morí con eso. Comparto algunos tópicos que tocan en este artículo pero otros no tanto, gracias por la entrada. Saludos.
ResponderEliminarGracias por esto; ciertamente comencé con sagas juveniles, pero últimamente he querido algo más pesado: notese que para dicho fin decidí comenzar con Los Miserables... no fue la mejor de mis ideas. Ahora tendré que releerlo con más calma, pero al menos espero poder absorber mejor su contenido.
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