viernes, 3 de julio de 2015

Café cortado

-Mónica Lavín [México]
-Primera edición: 2001
-Novela
 ½
…Tal vez luego ellos –los mayores– sigan hacia esa tierra de mejor clima que alguna vez fue hija de España. Pueden morir antes. Por eso un muelle duele. Por eso la sirena de un barco es un aullido profundo. Cuando alguien entrañable se aleja a borda, nos hemos roto para siempre. Un barco cargado de emigrantes es una península que se desprende del continente con las mismas flores, los pájaros y el color de la tierra que deja.
El nombre de Mónica Lavín resulta siempre extrañamente conocido, o quizás sería mejor decir sospechosamente conocido. La mujer ha recibido varios galardones, así como también los ha dado, destaca por ser tanto jueza como competidora, y durante un tiempo (hace muy poco) mantuvo un programa de entrevistas en Canal Once, donde se encontraba con multitud de escritores mexicanos, la mayoría tan conocidos y mediocres como ella. Café cortado puede verse como una aparición menor en su carrera, siendo que es más conocida por títulos como Ruby Tuesday no ha muerto o Yo, la peor, pero si para muestra basta un botón, resulta entonces muy pertinente preguntarse cómo se las ha arreglado esta mujer para seguir siendo vigente dentro del círculo intelectual/literario mexicano. Si todo dependiese de su habilidad con la pluma, su destreza con las palabras, su obra no debería haber sido mayor a dos libros poco distribuidos, pero no es así. Es más, la obra que nos concierne hoy fue escrita con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, realizada durante una “Residencia Artística” que realizó en Canadá. Nadie debería tener que irse tan lejos para hacer algo tan malo, mucho menos con dinero que no es propio y que podría invertirse en algo más importante (o mínimo para reparar banquetas).
Pero pasemos a los argumentos. Café cortado tiene como trama principal la historia de un amor cafetalero entre un español llamado Miguel, quien llega a Chiapas para explotar indígenas y ganar dinero (¿qué otra cosa se puede esperar de un español?), y Ángela, la prometida que deja en España. El escenario de hacienda temática da pie para que Miguel se enamore de otra mujer, una delicada dama de nombre Ingrid, hija de un adinerado alemán. Pero justo cuando el amor de estas dos razas conquistadoras se ha confirmado, Ángela aparece en México, dispuesta a reclamar lo que es suyo, pero deja atrás otro amor imposible: un triste oficinista llamado Fermín. Éste se avoca a dedicarle sus crónicas y llorar su amor perdido. Para evitar que todos estos enredos se confundan con una trama de telenovela (recordemos que por esos tiempos Café con aroma de mujer ya había sido más que estrenada), Lavín toma una complicada postura literaria: decide englobar toda esta historia dentro de otra más reciente. Es por ello que todo inicia con Diego Cabarga, un frustrado “aspirante a escritor”  a quien la ciudad de Santander comisiona para escribir la historia de una empresa naviera. Al hurgar entre los documentos, Cabarga se encuentra con las crónicas que un tal Fermín había escrito a una tal Ángela, y decide que ésa será su brillante historia de amor.

—Tú no te has picado a nadie, qué se me hace que eres puto.
Chabelo mintió de nuevo alegando que la verdad era que se acostaba con Serafina Becerra, y que ella le había hecho jurar que no se lo diría a nadie. Las consecuencias podían ser terribles. Chabelo describía la manera en que le penetraba por detrás mientras evocaba sus desfogues con la ternera, hablaba de del sexo jugoso de Serafina que cedía al suyo ancho y embestidor. Matías y Gumaro lo escuchaban excitados. Gumaro se metió la mano al pantalón y empezó a manosearse.
Es dudoso qué decir a continuación. La parte “histórica” de la novela, aquella enfocada en la hacienda temática –El Chorro– y sus lugares vecinos, se construye a partir de un cliché tras otro, todos ellos adornados de frases cursis que pretenden ser profundas (y que además son sorprendentemente cortas, revelando una incapacidad o renuencia de la pluma por sostener las subordinadas); para ejemplo de esto basta ver la primera cita de la reseña. Resulta interesante notar que estos clichés no funcionan como acompañamiento de la historia, sino que son los motores mismos de la trama; es decir, el paso del acontecimiento A al acontecimiento B es el resultado de un pretexto sumamente obvio y poco cuidadoso, el cual revela una carencia total de imaginación, y que tiene como objetivo llegar a C sin rebuscar mucho. Por ejemplo, tenemos como A a un hombre llamado Miguel que se ha alejado de su prometida, y en B a un enamorado Miguel que se ha olvidado de su fiel prometida. Para dar semejante salto sólo se necesita algo así como tres cuartillas, en las cuales basta con insertar tres palabras mágicas para que todo avance hacia donde debe: dinero, poder, sexo. Tres cuartillas, tres palabras, esto es suficiente para quebrantar la voluntad del mártir y volverlo adultero. Pero para que las cosas no parezcan apresuradas, la narración hace malabares al momento de adjetivar, por lo que encontramos que la razón de todos los males es una mujer que: “Era como un ungüento en medio del trabajo de campo en la sierra”. Pero fuera de estas conmovedoras palabras, tenemos que nos aguarda C, donde tenemos a un Miguel desencantado de la vida, casado con la olvidada prometida, y dándonos la vaga lección de que el amor rompe fronteras.
Esta transición de A a B y de B a C se repite en todos los personajes a manera de reflejo: todos los motores se resumen a amor + pérdida + sufrimiento= importante lección de la vida/momento cumbre y definitivo de la existencia. Lo vemos en Fermín, que pierde a Ángela; en Ángela, que pierde a Miguel; en Chabelo, que pierde a Margarita; en Ingrid, que pierde a Miguel, etc., etc., etc.  Tan aburrida linealidad delata el segundo gran problema de la obra: sus personajes son de cartón barato. Son mundos bien delimitados, vacíos de significados nuevos, simples lugares comunes que pueden encontrarse en cualquier ilustración monográfica de papelería.  Exploremos, por ejemplo, la delicada relación entre mexicanos y conquistadores, y que no hace desgaste alguno en lo que respecta a caracterización. Los segundos tienen toda clase de lujos, son altos, la tez blanca es mencionada hasta el cansancio y su capacidad para planear la ruina de otros está más que constatada. Los primeros son chaparros, morenos y vulgares. Esa es la funesta línea que los separa, es la manera de indicar las diferencias. ¿Para qué ir más allá de eso?, ¿qué sentido tendría? En la diégesis de Lavín, aquellos que se encuentran abajo tienen nombres feos, corrientes; se llaman Gumaro o Chabelo, se masturban enfrente de las casas de los patrones, violan menores, dicen “puto” y “maricón” cada dos páginas y anhelan el poder que les ha sido negado. No cuentan con iniciativa propia, su gama de sentimientos es de dos niveles: enojado y con ganas de coger, muy de vez en cuando mediado por una especie de ternura inocente. Esa es toda la exploración que merecen, o al menos toda la que nos es brindada, pero tampoco es que los de arriba salgan bien librados. Miguel, Brunner, y Becerra son gente bella, con aspiraciones múltiples, y siempre ocupados de los problemas económicos que pueden llegar a rodearlos, o de las relaciones de poder que pueden establecer. Si alguien llegara a informarles que están dañando personas, está haciendo infeliz a alguien, harían un gesto de sorpresa y continuarían con sus asuntos, porque eso no está en las líneas que memorizaron. Cabe señalar que las mujeres ocupan otro espacio en esta distribución de atributos literarios. Sin importar clase o nivel social, todas ellas se agrupan en un mismo rol: son débiles, enamoradas, caritativas, caprichosas, vengativas y pareciera que por lo menos la mitad en este reparto están esperando siempre el siguiente encuentro sexual.
Entonces nos encontramos con una historia que quiere hacer las cosas interesantes al ubicar a sus personajes en medio de la explotación indígena, pero que decide olvidarse de este discurso y sus posibilidades en lo que respecta a cuestiones de moral y reconocimiento de la otredad para dar paso a mediocres triángulos amorosos y a los placeres de la carne. Como lo exótico no puede quedarse a un lado, no sólo tenemos a Ingrid y Miguel acostándose entre los cafetales, sino que contamos con algo aún más innovador y atrevido, como lo es Chabelo acostándose con una de las hijas de su patrón –relación sumamente apasionada y llena de detalles, pero que se resume en cuatro páginas para evitar el escándalo y porque qué aburrido comenzar a indagar sobre los sentimientos de estos dos amantes–. Mejor separarlos dolorosamente, castigarlos, y dar el asunto por terminado, llenando las otras cien páginas restantes con hacendados bailando con prostitutas, mujeres llorosas que esperan el amor y villanos franceses que planean asesinatos.
Quizá lo que más me molesta de todo el libro es la intromisión del tal Diego y su papel como “investigador” de los hechos, pues este movimiento no es gratuito, pero tampoco resulta útil para la lectura final. No puedo evitar pensar que no es más que una estrategia muy cómoda para quien escribe, ya que todo pasa de una novela erótica mal lograda a una novela histórica metaficcional” (también mal lograda), lo cual suena mucho más intelectual e importante, además de que otorga todos los permisos y credenciales para reafirmar a libre antojo la idea de la vulgaridad del indígena. Todo se está haciendo en nombre de un bien mayor, por el bien del círculo intelectual mexicano, el cual cuenta con chofer particular y vive en Coyoacán. Por más que lo analizo, sigo sin entender cómo es que Lavín se ha mantenido vigente si leyendo su página de internet encuentro que la vacuidad de sus oraciones en Café cortado es algo que está en toda su escritura. La mujer tiene la misma capacidad de darle profundidad a sus temas que una bloguera de quince años que le toma fotos a sus Rimas de Bécquer (sin haberlas leído nunca) y escribe de sí misma en tercera persona (para decir lo bella persona que es). Pero al menos creo que la bloguera tiene la ligera posibilidad de mejorar ese aspecto, o dedicarse a otra cosa. Lavín no, Lavín vive de esto, de ser figura, de ser la figura de una autora, o más bien de la idea de ser una autora, la misma autora siempre, en todo momento, sin evolución ni cambios arriesgados, ¿para qué? Todo ha quedado resuelto para ella, pero la zona de confort en la que se ubica no es un caso aislado, sino que parece ser la maldición que recae en buena parte de la vida artística mexicana: una vez que han logrado algo, una vez que todos aplauden, se quedan en ese mismo lugar, recibiendo los mismos reconocimientos de las mismas personas, sin ser nunca criticados y sin la capacidad de autocriticarse. Se convierten después en jueces, otorgan los mismos premios que recibieron a mediocres que se forjaron a su imagen y semejanza. Y así sucesivamente. Con margaritas para los marranos.
—Yo sólo quiero escribir una novela. Diego miró hacia los cafetales y escuchó las voces de los niños atenuadas por el follaje espeso, sintió el roce de la falda de lino de Ángela y sospechó que, en la habitación de los esposados, una caja con recortes de periódicos aguardaba inútilmente. Cerró los ojos. Los apretó con fuerza. Era tiempo de comenzar.

3 comentarios:

  1. Que bueno que el blog siga vivo, me encantan sus reseñas.

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  2. Qué curioso que las buenas reseñas de libros malos sean tan entretenidas de leer... aparte es toda una crítica bien pensada y con conocimiento de causa. También me encanta :)

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  3. Lavín es tan mala como Cristina Rascón, y aún así las siguen publicando =/

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