martes, 19 de enero de 2016

A sangre fría



-In Cold Blood
-Truman Capote [E.U.]

-Primera edición: 1966
-No-ficción/Novela testimonio/True crime
  
 

Porque recuerda esto: si un pájaro llevara arena, grano a grano, de un lado a otro del océano, cuando la hubiera transportado toda, eso sólo sería el principio de la eternidad.
La semana pasada, A sangre fría cumplió cincuenta años de haber sido publicado, por lo que pensé que sería un buen momento para sacar mi edición del librero y enumerarles todas las razones por las que éste es un gran libro. Supongo que la premisa no es un misterio demasiado grande, puesto que la película tuvo un éxito considerable, pero, si son tan aislados como yo, tal vez sea conveniente que les obsequie un poco de información básica. En 1959 una respetable familia de Holcomb, Kansas, fue brutalmente asesinada. Deben entender “respetable” en toda la extensión de la palabra: los Clutter estaban a un paso de la perfección americana, hacían ver como inmoral y pútrido cualquier comercial de cereal. La noticia llegó hasta los oídos de Capote, quien en ese momento gozaba de suficiente renombre como para poder meter su nariz en los asuntos de la policía y esculcar en los rincones más oscuros del caso. Acompañado de su amiga Harper Lee, viajó hasta el lugar de los hechos para entrevistar a los residentes e investigadores encargados. Fueron siete años los que necesitó para que su obra viera la luz.

Su idea inicial era escribir acerca del terrible y doloroso vacío que el atroz asesinato debía haber dejado en el tranquilo pueblo, pero la captura de los perpetradores fue tan rápida que Capote cambió de plan. Aunque plasmar la inocencia de la familia y el impacto en la población seguía siendo importante, el escritor decidió indagar en la otra parte de la historia. Su nuevo proyecto se centró en relatar la cronología del crimen, revivir todos los pasos de los asesinos, Perry Smith y Richard Hickock. No sólo averiguó el cómo y el por qué, sino que también ahondó en el después: el juicio, el encierro y la pena de muerte. Para esto entrevistó a ambos criminales, y ellos le abrieron gustosamente las puertas, pues pocas veces habían tenido la oportunidad de ser escuchados. Así, nos encontramos con una obra dividida en tres narrativas simultáneas, rica en detalles policíacos, rurales y personales.
Hay, en el convencionalismo, una dosis considerable de hipocresía. Toda persona que piensa se da cuenta de esta paradoja, pero cuando hay que tratar con gentes convencionales se sale con ventaja tratándolas como si no fueran hipócritas. No es cuestión de fidelidad a los propios conceptos, es cuestión de compromiso para poder seguir siendo un individuo sin la constante amenaza de las presiones convencionales.

Tal vez este breve resumen no los deje demasiado impresionados. No sólo porque vivimos en un país y una época violentísimos, con gente inocente muriendo a diario, sino porque hoy en día tenemos acceso ilimitado a todos los detalles de esta violencia: contamos con libros, crónicas, revistas especializadas, tabloides amarillistas, programas policíacos donde perfilan asesinos para atraparlos, canales documentales como Investigation Discovery… en resumen, estamos más que acostumbrados a saber los pormenores de crímenes terribles. Hay para todos los gustos, desde los que se creen psicólogos hasta los que sólo son morbosos. Pero A sangre fría es un eslabón clave de todo este movimiento de criminalística, que en inglés se conoce como true crime novel. Tal vez no sea el primero en acercarse a la mente y pasos de un homicida –ya lo habían hecho autores como William Roughead y Edmund Pearson–, pero la forma y el estilo en que lo hace marcaron las bases para trabajos posteriores, como La canción del verdugo de Norman Mailer, y lo volvieron una lectura obligada. A Capote le gustaba decir que había “inventado” la no-ficción, así de insólito era lo que había hecho al adentrarse tan meticulosamente en las vidas de Smith y Hickock. Y aunque esto no sea verdad —porque no la inventó y porque, desde mi punto de vista, sí utiliza elementos ficcionales para dar continuidad y estructura al texto—, su habilidad para comunicarnos la complicada relación de los asesinos, sus procesos mentales antes, durante y después de los hechos, y su capacidad para humanizarlos y hacernos lamentar sus muertes dieron un gran impulso al género y lo convirtieron en un éxito instantáneo. 

Dejando de lado lo escabroso y lo sentimental, creo que el mayor mérito de este libro, durante su lectura, es que puede mantener el suspenso y la tensión aun cuando ya sabes lo que va a pasar. Los Clutter, Smith y Hickock están muertos desde un inicio, tal vez no en el papel, pero sí en nuestras cabezas. Sabemos que sus vidas tendrán fin en algún punto de la narración, y eso puede llegar a arruinar buena parte de la emoción lectora. En manos menos expertas, la cosa hubiese sido un fracaso, o al menos una aburrición, pero las decisiones de Capote fueron inteligentes en este aspecto. Siempre hay un punto final justo cuando hace falta, una oración definitiva para cerrar un capítulo y que éste no parezca incompleto, pero que tampoco regale demasiada información. Las diferentes focalizaciones que guían la narración te exigen seguir leyendo, porque cuando terminas de abrir una ventana te encuentras con que hay una puerta sellada justo en frente. Cuando ese punto final (que hace ochenta páginas te dejó en suspenso y con ganas de llorar) se vuelve a abrir para darte la información que tanto querías, ésta ya es menos relevante, pues hay algo en frente que todavía se te escapa. Aunado a esta constante ansiedad, se encuentra otro elemento importante que se relaciona con el después de la lectura, una sensación incómoda que permea la conciencia de quien termina de leerlo.

De nuevo, Capote supo jugar sus cartas muy bien. Al iniciar con la familia aún viva, ignorantes de que sus vidas están en riesgo, y permitirse inyectar a cada miembro una compleja personalidad aumentada por meticulosos detalles, el autor logra crear un ambiente hogareño e inocente que será clave para poner al lector en jaque. Está claro que los Clutter no merecían lo que les pasó, y que lo que Smith y Hickock hicieron está muy mal. Lo sabemos no porque un libro o un periódico lo digan, sino porque (en teoría) tenemos un cierto grado de decencia y percepción del bien y el mal, el cual nos permite asegurar que matar no tiene perdón. Nuestros fundamentos para odiar a este par se ven fortalecidos cuando nos enteramos de que su móvil es algo tan banal como el dinero, y que su motivación es una vaga idea de que la familia esconde una gran fortuna en algún punto de la casa. Los Clutter murieron por algo así como 50 dólares. No había nada más. Cada vida costó alrededor de 12.50. Hasta este punto, y conociendo todo lo que pasó la noche del homicidio, los sujetos son unos villanos, y la pena de muerte parece vagamente razonable. Pero luego viene la otra mitad del libro, aquella mitad concerniente al pasado de Perry y Dick, así como todo su juicio y encierro. Es ahí cuando nuestra postura se complica, porque Capote no se limita a decirnos “estos chicos la pasaron mal cuando niños”, sino que nos conduce por todo el tortuoso camino que los convirtió en lo que eran. ¿Recuerdan nuestro tema del mes? Sí, las enfermedades mentales. El complejo mundo de los problemas psicológicos, psiquiátricos o neurológicos. Pues es aquí cuando vuelve a ser importante, porque hay algo más en este par de asesinos que la necesidad económica, un algo más que Capote sabe explotar muy bien y que nos orilla a reconsiderar nuestra postura. Smith tenía un perfil de esquizofrenia paranoide, Hickock un severo desorden de personalidad. Nadie puede cambiar que hicieron lo que hicieron, pero las formas y el castigo dejan de parecer merecidos. 

Claro, estas son opiniones mías. A sangre fría exige mucho de eso, opiniones propias. Hay una necesidad de saber qué pasa después, ansiedad que es clásica de una buena historia policíaca, pero junto a ella hay un cierto miedo a saberlo, puesto que nuestras posturas se comprometen, cambian, quedan en un limbo. El asunto aquí es que, con todo y breves ayudas de la imaginación, la obra sigue siendo no-ficcional, y como tal nos afecta en un plano más directo. La tranquilidad hogareña de los Clutter nos es un ambiente conocido, nadie quiere verlo terminado de manera violenta. Pero… pero, esa es la cuestión, que Capote logra transmitirnos un “pero”, logra sacarnos de nuestra familiaridad para cuestionar nuestra probable postura inicial. Es difícil sentirse cómodo con las últimas palabras de Dick, o querer leer el párrafo donde muere Perry. Es difícil porque se vuelve asombrosamente vívido y personal. Es importante decir que el autor estableció muchos lazos afectivos con Smith, pues sus siniestros pasados se parecían mucho, y esto se nota en el texto. Hay un constante intento por enmendar las cosas, por nivelar la balanza que separa a los dos mundos implicados. Tal vez por eso tardó tanto en escribirlo. Pueden acercarse a este libro si les atrae el tema de los asesinatos, es siempre una razón válida; pueden hacerlo por curiosidad mórbida; pueden hacerlo para saber cómo se ejecuta una obra perfecta; pueden hacerlo por cualquier razón y decir que es bueno o que lo odiaron. Al final del día, estoy casi segura de que habrá algo que los deje dando vueltas, algo que les exija razonar lentamente y cuestionarse sus opiniones previas.

Yo no quería hacerle daño a aquel hombre. A mí me parecía un señor muy bueno. Muy cortés. Lo pensé así hasta el momento en que le corté el cuello.


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