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Porque recuerda esto: si un pájaro llevara arena, grano a grano, de un lado a otro del océano, cuando la hubiera transportado toda, eso sólo sería el principio de la eternidad.
La semana pasada, A sangre fría cumplió cincuenta años de haber sido publicado,
por lo que pensé que sería un buen momento para sacar mi edición del librero y
enumerarles todas las razones por las que éste es un gran libro. Supongo que la
premisa no es un misterio demasiado grande, puesto que la película tuvo un
éxito considerable, pero, si son tan aislados como yo, tal vez sea conveniente
que les obsequie un poco de información básica. En 1959 una respetable familia
de Holcomb, Kansas, fue brutalmente asesinada. Deben entender “respetable” en
toda la extensión de la palabra: los Clutter estaban a un paso de la perfección
americana, hacían ver como inmoral y pútrido cualquier comercial de cereal. La
noticia llegó hasta los oídos de Capote, quien en ese momento gozaba de
suficiente renombre como para poder meter su nariz en los asuntos de la policía
y esculcar en los rincones más oscuros del caso. Acompañado de su amiga Harper
Lee, viajó hasta el lugar de los hechos para entrevistar a los residentes e
investigadores encargados. Fueron siete años los que necesitó para que
su obra viera la luz.
Su idea inicial era escribir
acerca del terrible y doloroso vacío que el atroz asesinato debía haber dejado en el tranquilo pueblo, pero la
captura de los perpetradores fue tan rápida que Capote cambió de plan. Aunque
plasmar la inocencia de la familia y el impacto en la población seguía siendo
importante, el escritor decidió indagar en la otra parte de la historia. Su
nuevo proyecto se centró en relatar la cronología del crimen, revivir todos los
pasos de los asesinos, Perry Smith y Richard Hickock. No sólo averiguó el cómo
y el por qué, sino que también ahondó en el después: el juicio, el encierro y
la pena de muerte. Para esto entrevistó a ambos criminales, y ellos le
abrieron gustosamente las puertas, pues pocas veces habían tenido la
oportunidad de ser escuchados. Así, nos encontramos con una obra dividida en
tres narrativas simultáneas, rica en detalles policíacos, rurales y personales.
Hay, en el convencionalismo,
una dosis considerable de hipocresía. Toda persona que piensa se da cuenta de
esta paradoja, pero cuando hay que tratar con gentes convencionales se sale con
ventaja tratándolas como si no fueran hipócritas. No es cuestión de fidelidad a
los propios conceptos, es cuestión de compromiso para poder seguir siendo un
individuo sin la constante amenaza de las presiones convencionales.
Tal vez este breve resumen no los
deje demasiado impresionados. No sólo porque vivimos en un país y una época
violentísimos, con gente inocente muriendo a diario, sino porque hoy en día tenemos
acceso ilimitado a todos los detalles de esta violencia: contamos con libros,
crónicas, revistas especializadas, tabloides amarillistas, programas policíacos
donde perfilan asesinos para atraparlos, canales documentales como Investigation Discovery… en resumen,
estamos más que acostumbrados a saber los pormenores de crímenes terribles. Hay
para todos los gustos, desde los que se creen psicólogos hasta los que sólo son
morbosos. Pero A sangre fría es un
eslabón clave de todo este movimiento de criminalística, que en inglés se conoce
como true crime novel. Tal vez no sea
el primero en acercarse a la mente y pasos de un homicida –ya lo habían hecho
autores como William Roughead y Edmund Pearson–, pero la forma y el estilo en
que lo hace marcaron las bases para trabajos posteriores, como La canción del verdugo de Norman Mailer, y lo volvieron una
lectura obligada. A Capote le gustaba decir que había “inventado” la
no-ficción, así de insólito era lo que había hecho al adentrarse tan
meticulosamente en las vidas de Smith y Hickock. Y aunque esto no sea
verdad —porque no la inventó y porque, desde mi punto de vista, sí utiliza
elementos ficcionales para dar continuidad y estructura al texto—, su habilidad
para comunicarnos la complicada relación de los asesinos, sus procesos mentales
antes, durante y después de los hechos, y su capacidad para humanizarlos y
hacernos lamentar sus muertes dieron un gran impulso al género y lo convirtieron
en un éxito instantáneo.
Dejando de lado lo escabroso y lo
sentimental, creo que el mayor mérito de este libro, durante su lectura, es que
puede mantener el suspenso y la tensión aun cuando ya sabes lo que va a pasar. Los
Clutter, Smith y Hickock están muertos desde un inicio, tal vez no en el papel,
pero sí en nuestras cabezas. Sabemos que sus vidas tendrán fin en algún punto
de la narración, y eso puede llegar a arruinar buena parte de la emoción
lectora. En manos menos expertas, la cosa hubiese sido un fracaso, o al menos una aburrición, pero las decisiones de Capote fueron inteligentes en este
aspecto. Siempre hay un punto final justo cuando hace falta, una oración
definitiva para cerrar un capítulo y que éste no parezca incompleto, pero que
tampoco regale demasiada información. Las diferentes focalizaciones que guían
la narración te exigen seguir leyendo, porque cuando terminas de abrir una
ventana te encuentras con que hay una puerta sellada justo en frente. Cuando
ese punto final (que hace ochenta páginas te dejó en suspenso y con ganas de
llorar) se vuelve a abrir para darte la información que tanto querías, ésta ya
es menos relevante, pues hay algo en frente que todavía se te escapa. Aunado a
esta constante ansiedad, se encuentra otro elemento importante que se relaciona
con el después de la lectura, una sensación incómoda que permea la conciencia
de quien termina de leerlo.
De nuevo, Capote supo jugar sus cartas muy
bien. Al iniciar con la familia aún viva, ignorantes de que sus vidas están en
riesgo, y permitirse inyectar a cada miembro una compleja personalidad
aumentada por meticulosos detalles, el autor logra crear un ambiente hogareño e
inocente que será clave para poner al lector en jaque. Está claro que los
Clutter no merecían lo que les pasó, y que lo que Smith y Hickock hicieron está
muy mal. Lo sabemos no porque un libro o un periódico lo digan, sino porque (en
teoría) tenemos un cierto grado de decencia y percepción del bien y el mal, el cual nos permite asegurar que matar no tiene perdón. Nuestros fundamentos para odiar
a este par se ven fortalecidos cuando nos enteramos de que su móvil es algo tan
banal como el dinero, y que su motivación es una vaga idea de que la familia
esconde una gran fortuna en algún punto de la casa. Los Clutter murieron por
algo así como 50 dólares. No había nada más. Cada vida costó alrededor de 12.50.
Hasta este punto, y conociendo todo lo que pasó la noche del homicidio, los sujetos
son unos villanos, y la pena de muerte parece vagamente razonable. Pero luego
viene la otra mitad del libro, aquella mitad concerniente al pasado de Perry y
Dick, así como todo su juicio y encierro. Es ahí cuando nuestra postura se complica,
porque Capote no se limita a decirnos “estos chicos la pasaron mal cuando niños”,
sino que nos conduce por todo el tortuoso camino que los convirtió en lo que
eran. ¿Recuerdan nuestro tema del mes? Sí, las enfermedades mentales. El complejo
mundo de los problemas psicológicos, psiquiátricos o neurológicos. Pues es aquí
cuando vuelve a ser importante, porque hay algo más en este par de asesinos que
la necesidad económica, un algo más que Capote sabe explotar muy bien y que nos
orilla a reconsiderar nuestra postura. Smith tenía un perfil de esquizofrenia
paranoide, Hickock un severo desorden de personalidad. Nadie puede cambiar que hicieron
lo que hicieron, pero las formas y el castigo dejan de parecer merecidos.
Claro, estas son opiniones mías. A sangre fría exige mucho de eso,
opiniones propias. Hay una necesidad de saber qué pasa después, ansiedad que es
clásica de una buena historia policíaca, pero junto a ella hay un cierto miedo
a saberlo, puesto que nuestras posturas se comprometen, cambian, quedan en un
limbo. El asunto aquí es que, con todo y breves ayudas de la imaginación, la
obra sigue siendo no-ficcional, y como tal nos afecta en un plano más directo. La
tranquilidad hogareña de los Clutter nos es un ambiente conocido, nadie quiere
verlo terminado de manera violenta. Pero… pero, esa es la cuestión, que Capote
logra transmitirnos un “pero”, logra sacarnos de nuestra familiaridad para
cuestionar nuestra probable postura inicial. Es difícil sentirse cómodo con las
últimas palabras de Dick, o querer leer el párrafo donde muere Perry. Es difícil
porque se vuelve asombrosamente vívido y personal. Es importante decir que el
autor estableció muchos lazos afectivos con Smith, pues sus siniestros pasados
se parecían mucho, y esto se nota en el texto. Hay un constante intento por
enmendar las cosas, por nivelar la balanza que separa a los dos mundos
implicados. Tal vez por eso tardó tanto en escribirlo. Pueden acercarse a este
libro si les atrae el tema de los asesinatos, es siempre una razón válida;
pueden hacerlo por curiosidad mórbida; pueden hacerlo para saber cómo se
ejecuta una obra perfecta; pueden hacerlo por cualquier razón y decir que es
bueno o que lo odiaron. Al final del día, estoy casi segura de que habrá algo
que los deje dando vueltas, algo que les exija razonar lentamente y
cuestionarse sus opiniones previas.
Yo no quería hacerle daño a
aquel hombre. A mí me parecía un señor muy bueno. Muy cortés. Lo pensé así
hasta el momento en que le corté el cuello.
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