-Novela
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Termino de citar a Piglia y constato que vivo rodeado de citas de libros y de autores. Soy un enfermo de literatura. De seguir así, esto podría acabar tragándome, como un pelele dentro de un remolino, hasta hacer que me pierda en sus comarcas sin límites. Me asfixia cada día más la literatura, a mis cincuenta años me angustia pensar que mi destino sea acabar convirtiéndome en un diccionario ambulante de citas.
Admito que estoy haciendo trampa, o
al menos subvirtiendo las reglas un poco. Se supone que este mes el blog
dedicaría su esfuerzo a reseñar obras que trataran con enfermedades mentales y
su tratamiento. Comparado con los otros libros a los que nos hemos acercado
este mes, y los que todavía nos faltan, el de Vila-Matas es sin duda la oveja
negra. Para empezar, es la única novela de fin completamente artístico que
enlistaremos este mes. No es un libro de ensayos clínicos, ni una crónica, ni una
novela de tintes didácticos. No se habla en ella de esquizofrenia, de
compulsiones, de desórdenes evasivos ni de psicosis. Al menos no con esos nombres.
Porque, la verdad sea dicha, es que las características del texto sí llegan a
rozar dichas patologías. Acotando, El mal
de Montano está aquí no porque lidie con o busque explicar la enfermedad
mental en términos explícitos, sino porque es, de suyo, un texto demencial —impredecible,
cambiante, imposible de asir y sin embargo definido por algunas recurrencias y
pesadas obsesiones. En fin, es una locura.
Ya habrán notado (y si no se los
repito ahora) que definí al texto como una novela de fines completamente artísticos.
Esa última palabra es importante. No puedo decir “literarios”, porque al final
los ensayos y las crónicas también son literatura. Y definitivamente no puedo
decir “creativos”, porque éste no es un libro que cree, sino uno que hurga, que
recicla, que extrae su discurso en gran parte de lo que ya está ahí, tal como Roland Barthes entendiera el proceso de
escritura en su obra teórica S/Z.
Pero allí donde Barthes ve una condición básica para la existencia de
literatura moderna, Vila-Matas ve un peligro, una obsesión en la mente lectora que
raya —¡al fin!— en la enfermedad mental. Y es que eso es la literatura en
exceso, sugiere el libro. Un mal. Una obsesión que te hace regresar siempre a
lo que ya leíste, que te obliga cada día a leer más, y que termina, si uno se
descuida, por bloquear la creatividad propia, por dejarnos atrapados en ese
mundo platónico de las cosas intangibles. Y sin embargo, también es algo irresistible. Todos sabemos que vamos a morir jóvenes si comemos demasiadas hamburguesas o fumamos cuatro cajetillas al día, pero muchos arguyen que si uno no puede hacerlo la cosa no vale la pena. El vicio sazona la vida. Pues así con la literatura.
Cuando el libro inicia, nos
encontramos ante la historia de un reputado crítico literario quien va a Nantes
para visitar a su hijo, llamado Montano, quien a su vez es un novelista. Sin
embargo, los impulsos creativos de Montano se encuentran completamente
bloqueados después de la conclusión de su última obra, una novela sobre los
escritores que, a lo largo de la historia, han decidido abandonar la literatura.
Ya aquí se enreda, por primera vez, la realidad con la ficción, puesto que tal
novela es, a todas luces, una alusión al libro anterior de Vila-Matas, Bartleby y compañía, publicado en 2001.
El caso es que Montano no sólo está bloqueado, sino obsesionado con la
literatura hasta un punto inquietante, patológico, y su padre (quien admite
estar enfermo de lo mismo) comienza a preocuparse de que Montano esté pensando
seguir los pasos de un personaje específico, Hamlet, y terminar con su vida debido a un viejo rencor familiar.
Pero esta historia no es tan simple
como hacer una sinopsis y ya. Su realidad y su coherencia se verán
comprometidas una y otra vez durante la narración, mientras Vila-Matas
construye pequeños espacios de verosimilitud sólo para hacerlos explotar una y
otra vez y reírse de nosotros, de nuestra credulidad decimonónica en la firmeza
de las historias. En el dibujo y el desdibujo constante de los personajes y los
espacios de la novela, el escritor barcelonés logra indagar en la pérdida de la
personalidad, en su carácter inestable y cambiante y, sobre todo, en su
tendencia a desaparecer en los placeres del escapismo (en este caso literario).
Si este narrador y su esposa y su hijo pueden fluir dentro y fuera de la
existencia de tal modo, el lector termina por preguntarse quién es uno mismo entonces.
¿Acaso uno habita ficciones efímeras, como los personajes, o incluso es una
ficción efímera en sí? ¿Qué es lo que me distingue como persona real, aparte de
mi nombre? De manera intrigante, el libro comienza con el crítico literario
hablando del concepto de los dobles, o doppelgänger, usando como excusa su aparición en una novela ficticia que, según, le recomendó su hijo. De repente, el narrador suelta una
sentencia que bien podría servir para resumir El mal de Montano, dado que su naturaleza multiforme me impide
hacerlo del modo usual sin spoilearles demasiado. La sentencia va así: “Quizá
la literatura sea eso: inventar otra vida que bien pudiera ser la nuestra,
inventar un doble”. El problema es que Vila Matas no se conforma con un doble;
los multiplica descaradamente por 316 páginas en afán de desaparecer, de
encarnarse por completo en fantasía, en literatura,[1] en
convertir a su persona en un mapa de lo literario. En cuanto a enfermedad
mental se refiere, quizá les parezca de lo más suave o pintoresco, y quizá
tengan razón, pero en cuanto a sus resultados textuales es de lo más
interesante.
Otro de los adjetivos que saltan a
la mente cuando uno habla de este libro es “conflictivo”. No sólo nos confronta
con múltiples realidades ficcionales, y desestabiliza con ello nuestra percepción,
sino que no tiene moraleja aparente. Miren, a pesar de lo abstracto que puede
parecer este libro, es innegable que “el mal de Montano”, que es decir la
obsesión con regurgitar citas de autores cada cinco minutos, con filtrar
nuestra experiencia de vida siempre a través de sus palabras, es una enfermedad
real, y tremendamente común entre la gente que se dedica a las letras, o
incluso entre los que sólo las aman. Yo mismo soy algo así como un enfermo. Y el
libro me pone en conflicto porque, al final, no sé si aplaudir o renegar ante
la desaparición de la identidad propia entre el mar de la literatura —tesis
central del texto—, siendo que ésta equivale a un triunfo de la enfermedad. No sé si Vila-Matas está acusando un síndrome que carcome la
potencialidad creativa de los lectores asiduos, o si más bien su libro es un
guiño, una confesión de la enfermedad propia expresada con la esperanza de que
nosotros respondamos “Sí, yo igual, yo sé lo que es eso”, y sigamos con nuestras
quijotescas vidas. Puede que esté haciendo ambas cosas. O incluso más. Y es que
éste es un libro así, con múltiples entradas, salidas y formas de entender el trayecto.
Acusación. Confesión. Diario. Novela. Diccionario de citas. Laberinto. Al mismo tiempo declaración de
guerra y carta de amor a la literatura. Uno casi puede sentir a Borges sonriendo
gustoso dentro de nuestro pecho.
Ya no tengo tantos complejos de enfermo de literatura como cuando, por ejemplo, llegué a Nantes en noviembre del año pasado. Por eso ahora puedo decir tranquilamente que, entre la vida y los libros, me quedo con éstos, que me ayudan a entenderla. La literatura me ha permitido siempre comprender la vida. Pero precisamente por eso me deja fuera de ella. Lo digo en serio: está bien así.
Para completar:
-Kis, Danilo. La enciclopedia de los muertos.
-Musil, Robert. El hombre sin atributos o Las tribulaciones del estudiante Törless.
-Valery, Paul. Monsieur Teste.
-Canetti, Elias. Auto de fe.
[1] El
libro tiene un epígrafe del francés Maurice Blanchot, que reza: “¿Cómo haremos
para desaparecer?” A lo largo de la novela, ese parece ser el objetivo
principal del protagonista (¿o los protagonistas?). Dejar atrás la identidad
personal y el mundo tangible para fundirse en uno con la literatura. Lo que no se
resuelve es si eso es bueno o malo.
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