lunes, 4 de enero de 2016

Escritor del mes: Oliver Sacks



Hace un buen tiempo que no publicamos nada, pero la verdad es que no queremos que desaparezca este espacio y termine en el olvido. Iniciamos este 2016 con la melancolía que dejó el 2015, pues hablaremos de un escritor que, personalmente, valoro mucho, y que murió en agosto del año anterior.
“Es el destino de todo ser humano ser un individuo único, encontrar su propio camino, vivir su propia vida”.


Oliver Sacks no fue un novelista, ni un hombre de letras propiamente dicho. En realidad era un neurólogo británico nacido el 9 de julio de 1933, en Londres. La inclinación por la medicina llegó por herencia familiar, pues su padre, Samuel Sacks, era médico, y su madre, Muriel Elsie Landau, fue una de las primeras mujeres cirujanas en Inglaterra. Tomando en cuenta estas generalidades biográficas, Sacks puede parecer una elección extraña en este espacio, pues sus temas parecen alejados de nuestro campo de estudio particular; pero si bien la medicina no es nuestra meta, todo lo humano nos incumbe: los avances que hizo este hombre en lo que respecta al trato humano hacia los pacientes, especialmente aquellos que padecen algún tipo de trastorno o enfermedad mental, eso nos incumbe a todos. Además, su prosa no es ninguna pérdida. Aun el menos conocedor en medicina puede acceder fácilmente a sus libros, porque muchos de ellos están pensados para eso, para abrir puertas y ventanas al extraño órgano que es el cerebro.

El siglo XXI nos ha traído un amplio movimiento de apertura y apoyo hacia grupos minoritarios. Hoy en día reconocemos que las personas no eligen su raza, su apariencia, su identidad de género ni su orientación sexual. Aplaudimos el cambio de mentalidad, y se busca que pase de “general” a “universal”. Nos aguarda un futuro utópico de tolerancia, patrocinado por miles de campañas dentro y fuera de internet que han unido esfuerzos por los derechos de todos. Muy romántico el asunto, muy positivo. Pero hay otra cosa que la gente no elige, otros asuntos que pueden resultar problemáticos para la sociedad y por los cuales muy pocos levantan la voz: las enfermedades, trastornos, lesiones y déficits mentales y/o neuronales. ¿Cuántos luchan por los pacientes con esquizofrenia que son envenenados año tras año con medicinas altamente tóxicas y poco efectivas? ¿Cuántos piden dignidad y regularización de los asilos, a veces “granjas”, donde personas con bipolaridad o con trastorno límite de la personalidad son enclaustrados? ¿Cuánta paciencia le tenemos al alguien con afonía, o con afemia, afasia, alexia, apraxia, agnosia, amnesia o ataxia?, ¿cuántos queremos estar cerca un epiléptico o un parkinsoniano?

No culpo a nadie de falta de interés. Para empezar, es poca o nula la información que se brinda sobre todas estas situaciones. Mucho del conocimiento que se tiene sobre este tipo de “problema” proviene de rumores, de viejas creencias, de lo que dice el tío del amigo o de lo que dice ese agujero negro lleno de chismes llamado internet. No es probable que en la escuela te digan qué es la propriocepción, ni lo mucho que puedes sufrir si la pierdes, porque realmente no parece un conocimiento indispensable para la vida. Incluso la línea entre enfermedad mental y déficit neurológico resulta confusa, pues no es sencillo saber dónde acaba lo orgánico y empieza otra cosa. Escribiendo desde un cierto contexto y situación geográfica-política-económica, puedo decir que ser familiar de alguien que padece algo de lo arriba mencionado, o ser alguien que lo padece, es poco menos que una terrible maldición enviada por los dioses. En el caso de las familias, existe la vergüenza, y el avasallador impulso de esconder tan terrible catástrofe, de encerrar a aquel elemento que no funciona so pena de ser juzgados. En el caso de quien lo sufre, también hay vergüenza, pero además una inmensa soledad y un miedo acuchillante. ¿A qué? A la pérdida de uno mismo, al olvido de quien realmente se es, a las implicaciones futuras. Miedo a ser devorado por algo que no se elige, y que pocas veces se controla. En ambos casos, existe una gran frustración, y aguarda un largo y penoso camino. 

Si suena muy dramático es porque realmente lo es. En el caso particular de México, las personas que padecen una condición mental o neuronal pueden perder fácilmente sus derechos más elementales por el simple hecho de que se cree que no tienen las facultades para ejercerlos (conjeturas sin mucho fundamente). Las instituciones públicas con las que se cuenta están lejos de ser de calidad, y no es culpa del personal que atiende, sino de la saturación y la poca atención que se le brinda a ese sector específico. Los espacios privados puede arrancarte hasta el último centavo en el proceso de atención debido a su exclusividad, o pueden resultar infiernos sin regulación ni compromiso ético. Al final del día, el estigma que existe en cuanto a estas condiciones mentales/neuronales es sobrecogedor, y son pocos quienes buscan acallarlo. Al final del día, la palabra “loca” o “loco” resulta suficiente para encapsular y minimizar el problema, para dejarlo de lado, pues la verdad es que resulta incómoda para un organismo funcional.

Es en este punto cuando enjugamos las lágrimas y yo vuelvo al tema que nos trajo aquí. Si bien existen autores como Foucault y su Historia de la locura en la época clásica, donde podemos dar un sano recorrido a las iniciales implicaciones culturales del llamado “loco” y estudiar la función “liberadora” de los manicomios, encontrarnos con el punto de vista fisiológico de Oliver Sacks sirve no sólo para complementar, también puede llevarnos hacia la empatía y comprensión (tan necesarias en estos casos). Sus libros se inclinan hacia la fácil lectura de un best-seller, y eso es algo que se agradece en muchos sentidos. Los aspectos médicos no se hacen de lado, pues podemos encontrar términos tan rimbombantes como la ya mencionada “propriocepción”, pero siempre se acompañan de una explicación humanamente razonable. Esta accesibilidad puede interpretarse de diversas y maliciosas formas, tomarla como una falta de seriedad hacia su trabajo o verlo como un sujeto que busca hacerse rico vendiendo neurología predigerida, pero si excavamos en sus múltiples memorias y autobiografías encontramos razones mucho más sencillas y nobles. Como conclusión personal, creo que la cercanía de Sacks con un hermano esquizofrénico fue el primer motor que lo impulsó a combatir los estigmas. Son contadas las ocasiones en las que habla de él, y resulta curioso notar lo ausente que está el tema de su obra (tal vez por respeto a su hermano), pero la paciencia y el cuidado que brindaba a sus pacientes me hacen pensar que existía siempre una conexión personal que lo impulsaba a no distanciarse de ellos. 

A partir de esta conclusión pueden explicarse sus movimientos posteriores que lo hicieron tan popular dentro de su campo: para empezar, rechazó la neurología mecanicista, que ve la mente humana como un simple sistema de capacidades y conexiones donde no existe un “yo” como tal; se acercó a los padres de la neurología de forma tanto bibliográfica como personal, siendo su amistad más importante A. R. Luria, de quien aprendió que podía escribir académicamente, pero también podía optar por una “ciencia romántica”, libros biográficos donde lo importante fuesen los pacientes como personas y no como enfermedades. Tan importante fue este consejo que publicó A Leg to Stand On, una pequeña memoria donde se explora a sí mismo como paciente tras haber sufrido un accidente en una montaña, comenzando por el accidente mismo y pasando por los procesos de deshumanización que sufrió en rumbo a convertirse en un número de cuarto y, finalmente, el regreso a la vida como un ser completo. A todo su trabajo de exploración científica y autoexploración se añade un gusto inusual por las bellas artes y la filosofía (entre sus amistades más valiosas se encontraba el poeta W. H. Auden), de las cuales hace uso y mención en más de una ocasión para explorar el complejo problema que implica perderse a sí mismo dentro de la propia mente. Explorando sus libros pueden encontrar a Milton o Donne, o pasar por compositores como Bach, Brahms, Schubert y Stravinski.

Si les interesa incursionar en su primer gran salto a la fama, pueden remitirse a Awekenings (pueden buscar el libro en Anagrama o ver la película con Robin Williams y Robert de Niro), donde habla de su experiencia en 1966 con pacientes que habían sucumbido a la enfermedad del sueño entre 1916 y 1927, llevando media vida paralizados en sus camas. Utilizando una droga entonces experimental, Sacks y Beth Abraham lograron volverlos a la vida. También pueden adentrarse en Migraña, sobre todo si padecen constantemente de dolores de cabeza y les interesa conocer las muchas formas en que se manifiesta y expande este dolor; además, fue debido a esta obra que logró entablar amistad con Auden. Como ya mencioné antes, son numerosas sus memorias y autobiografías, pues era un hombre que consideraba importante hablar de sí mismo, no porque fuera interesante, sino porque su identidad era lo más valioso que tenía. Pueden buscar su diario de viajes a Oaxaca, México, si son curiosos, o pueden ahorrar para conseguir la última biografía, publicada ya de manera póstuma. Si no les molesta leer en inglés, muchos de sus ensayos están disponibles en la página de The New Yorker, pues era colaborador constante. En otras palabras, hay suficiente de Sacks como para retacarse, pero nunca es demasiado. Acercarse a este escritor es casi una promesa de que su percepción hacia los llamados problemas o déficits mentales/neurológicos cambiará, o por lo menos se hará más amplia. La pasión con la Sacks redacta sus casos clínicos y aprende de sus pacientes es algo que vale la pena leerse y compartir. Tengan en mente que su primer trabajo es como médico, no novelista, por lo que a veces puede llegar a ser repetitivo, incluso un poco empalagoso. Es necesario ser indulgentes con él y ver más allá de esos abusos de estilo para poder reflexionar sobre el contenido.

Él me enseño que no hay nada de qué avergonzarse cuando se trata de enfermedades, trastornos, lesiones y déficits mentales y/o neuronales, que no hay nada que esconder ni nada que señalar, y que no hay necesidad de enfrentar las cosas siendo un paria. Claro que el miedo existe y seguirá existiendo, hay cosas que la comprensión no puede curar, pero siempre es tranquilizador saberse escuchado y reconocido como persona, no como molestia pública. Considero su muerte una pérdida mayor, y no sólo yo: también las miles de personas que durante sus últimos meses de vida lo llenaron de discos y platillos de salmón. Dejó un extenso legado que sigue propagándose mediante su Fundación. Hay muchas razones para apreciarlo. Creo que con cada libro suyo encuentro más.
Mi sentimiento predominante es de gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído y viajado y pensado y escrito. He tenido una relación con el mundo, la relación especial de los escritores y los lectores.
Ante todo, he sido un centinela, un animal pensante en este bello planeta, y eso por sí mismo ha sido un enorme privilegio y una aventura.


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1 comentario:

  1. Sacks, excelente clínico, pero muchísimo mejor ser humano. Saludos chicos

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