domingo, 14 de febrero de 2016

Fools of Fortune

-William Trevor [Irlanda]
-Primera edición: 1983

-Novela
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Ojala hubieras compartido mi niñez; me encantaría recordarte en el salón escarlata, tan fragante en verano con el aroma de las rosas y cálido en invierno con la leña que traía Tim Paddy. Libros de aritmética y gramática yacían posados sobre una mesa oval cada mañana, tinta roja en un tintero, negra en el otro. En aquél pasado distante ni siquiera sabía que tú existieses.

Hoy es 14 de febrero, y si la están pasando mal les recomiendo que cierren la página y se pongan a ver memes. ¿Por qué? Porque Fools of Fortune[1] es una novela con la que se sentirán aún peor. Incluso si ésta es una sencilla reseña en la que no pretendo darles demasiados detalles, pues sería arruinarles todos los horribles giros dramáticos, no recomiendo que lean esta cosa si están muy susceptibles. Digo, tampoco es que vayan a tener muchas oportunidades de leerla, pues es una joya poco apreciada que casi no se consigue en español… de hecho, no me consta que esté traducida. Pero si tienen un nivel de inglés respetable pueden descargarla desde un torrent y disfrutar de su maravilloso contenido, el cual incluye muertes, incendios, locura y venganzas sangrientas, con todo y una historia de amor en medio.

Puede que lo anterior les haga pensar que esta historia es muy cliché y no se pierden de nada nuevo, pero se equivocan. Como ya se dijo en la semblanza, leer a Trevor nunca es un desperdicio, porque el hombre tiene una capacidad maravillosa para relatar historias, aun cuando creemos saber qué va a pasar. Además, en buena medida, lo que sea que imaginen que va a pasar, no se acerca a lo que en realidad sucede, porque la narrativa parece seguir los reglamentos de un thriller, donde el suspenso se mantiene hasta la última página y los resultados son casi imposibles de imaginar. Siendo franca, este suspenso, que se sustenta con cambios de voz y enfoque narrativos, así como saltos temporales, es lo más moderno con lo que se van a encontrar en la historia, pues Trevor es un escritor “a la antigua”, por decirlo de alguna forma. No hay mayor misterio en su historia que el de narrarla puntualmente, con todos los detalles que se necesiten para que el lector se adentre en el abismo al que ha enviado a sus personajes. Al final, lo que nos queda no es sólo una historia entretenida, sino verosímil y sumamente humana. Pero la verdad es que sólo les estoy diciendo todo esto porque no tengo idea de cómo empezar, pues cualquier detalle que se me escape podría arruinarles una de las mejores lecturas que van a tener en sus vidas. Supongo que las generalidades se inventaron para estos casos, así que comencemos por ahí.

A los irlandeses nos intrigan, mi padre solía decir, las historias con algún grado de irrealidad.

La historia sucede en Irlanda, en la segunda década del siglo XX; 1918, siendo más exactos. Aunque la Primera Guerra Mundial se encuentra presente en este momento, no es de especial relevancia histórica para nuestros personajes, pues ellos están inmersos en un momento menos conocido pero no por ello menos importante: la independencia irlandesa (también conocida como la Guerra anglo-irlandesa). Para quienes no son muy versados al respecto de este tema, el resumen básico es que los ingleses fueron unas terribles personas con los irlandeses durante ochocientos años. Los conquistaron, los saquearon y los mataron de hambre. El pueblo irlandés estuvo hundido en la miseria y el horror hasta 1919, año en el que el ejército republicano irlandés se levantó en armas y dio paso a la formación de un país independiente llamado Estado Libre Irlandés. Aunque se cuente fácil, las cosas no lo fueron tanto, pues una buena parte del territorio quedó en manos de los ingleses (Irlanda del Norte) y hubo más de una muerte innecesaria en el proceso, pues incluso los bandos independentistas estaban divididos.[2] En un intento por detener el creciente movimiento nacionalista, los ingleses enviaron a los “Black & Tans”, una especie de policía que patrullaba los condados y exterminaba a quienes ayudaran a los rebeldes.

Así que nos encontramos en una Irlanda agitada e inestable, donde cualquiera puede ser sospechosos de actividades ilícitas. No obstante, nuestros protagonistas, la familia Quinton, no tienen mucho que ver con lo que está sucediendo. Ellos sólo son respetables protestantes que viven en el condado de Cork y que dirigen un molino, por lo que se les puede considerar clase media-alta. El ser protestantes no les impide amar a Irlanda,[3] ni ser ajenos al movimiento nacionalista, pero no puede decirse que tomen demasiadas cartas en el asunto. En todo caso, es la señora Quiton quien expresa más sus opiniones al respecto, pero esto no implica que piense en formar parte del movimiento. Es el hijo mayor, Willie Quinton, quien nos pone al corriente de todo esto. Los años ya han pasado, y lo que recibimos nosotros es una especie de memoria epistolar donde su infancia es un encanto perdido. Mientras él crecía en un momento histórico conflictivo, en el territorio vecino, en Woodcombe Park, una niña llamada Marianne, prima de Willie, era hermosa y ajena a cualquier conflicto. Un verano aparece e ilumina aún más la vida de nuestro primer narrador, pues se enamoran irremediablemente y se  llenan de silenciosas promesas para un futuro juntos.[4] Pero el encanto pastoril de los Quinton termina de la manera más abrupta, y junto con ello se arruina también el futuro romance. Debido a que Willie era un niño en aquel momento, su comprensión de la situación histórica en la que estaba sumergido era limitada, y esto se transmite aún años después. Ni él ni el lector esperan el terrible golpe que le atesta Trevor. No es hasta que aparece Michael Collins [5] afuera de la casa Quinton que no entendemos el peligro exponencial en el que está inmersa la familia. Cual aves de mal agüero, la aparición de este personaje y el asesinato de uno de los trabajadores del molino dejan a su paso una estela de humo y muerte que arruinan los años felices de Willie.

Cuando él y Marianne se vuelven a encontrar, la inocencia ha desaparecido por completo: Willie ha sido expulsado del paraíso. En este punto, la narración cambia y le pertenece ahora a la joven, quien ya no encuentra a aquel niño dulce que amó, sino a un hombre que se hunde en la tristeza. Los campos han desaparecido, junto con el molino, y Willie recorre una mohosa ciudad donde es ajeno. De su familia sólo queda su madre, quien intenta apagar su dolor bebiendo todo el alcohol que puede conseguir. Es ella la primera víctima de la locura, pues es perseguida por las pesadillas y el odio al hombre que causo toda su desgracia. Pero al igual que su esposo, ella no tenía ninguna culpa de lo que sucedió. Tampoco tuvieron culpa Willie ni Marianne, pero aun así pagaron caro el ser parte de un momento histórico determinados. Nadie tiene la  culpa de que los “Black & Tans” viesen a Collins ser recibido por el señor Quinton. Fue un error inocente, un tropiezo accidental. No hubo malicia en sus acciones, pero aun así hubo un castigo terrible que alcanzó a una generación que no había nacido siquiera. Imelda es la última en narrarnos los acontecimientos, y busca desesperadamente saber la suerte de padre, o entender la soledad de su madre. Ella no sabe quién es Michael Collins, ni por qué la mitad de la casa en la que vive está calcinada, no sabe por qué murmura la gente al verla pasar. Ella es el último eslabón de una cadena llena de escarmientos innecesarios. Todos fueron castigados por la fortuna, una presencia caprichosa que condena a ciegas, incluso a quienes no lo merecen.

Un evento aleatorio cambia y destruye la vida de tres generaciones, y nadie tiene el control ni el poder para cambiar esta suerte. Como lector, sólo puedes presenciar una caída tras otra, y eres incapaz de detener el torbellino en el que se han sumergido todos. Resulta descorazonador ver la frase “pagaran justos por pecadores” ser llevada a tales extremos. Pero la mano de Trevor no tiembla, no se arrepiente de su obra en el último momento y rescata a todos. Tal vez esto sea lo que más  aprecie de él, sobretodo en este trabajo, el hecho de que lo ejecute todo hasta la última de las consecuencias, y que nos someta así a los caprichosos de una fuerza inescrutable. Incluso podemos ver esto reflejado en sus personajes, pues la vida los arrastra a los peores desenlaces, pero no se arrepienten de lo que hacen. El resultado es deprimente, incluso frustrante, lo admito, pero también es catártico. Pocas lecturas resultan tan satisfactorias, tanto a nivel técnico como espiritual, pues son muchas las marcas que puede dejar una obra de este tipo.

Imelda Quinton es mi nombre, Irlanda es mi nación. Un hogar calcinado es mi morada, el Cielo es mi destino.





[1] Según la siempre confiable Wikipedia, hay una traducción al español de esta novela, pero en ningún lado encuentro cómo se tradujo el título. Por alguna razón, pongo Tontos de la fortuna en el buscador y me aparecen videos de Laura Bozzo.

[2] Además de que las cosas no concluyeron del todo hasta casi noventa años después, pues continuó habiendo atentados y masacres durante el final del siglo XX y principios del XXI.

[3] Irlanda es principalmente católica, el protestantismo llegó por parte de los ingleses, quienes intentaron instaurarlo con poco éxito. Irlanda del Norte es principalmente protestante, pero el resto se caracteriza por el catolicismo, y a los protestantes se les llegaba a acusar de traidores, pues habían cambiado de religión a cambio de un puñado de papas.

[4] Sí, bueno, es 1900. Aquí nadie se asusta de que te enamores de tu primo hermano, pero ponte un vestido que no cubra tus tobillos y serás expulsada de la familia.

[5] Uno de los principales líderes del movimiento nacionalista. De hecho, fue el primer líder y precursor de las guerrillas urbanas en Irlanda.

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