-Oliver Sacks [Gran Bretaña]
-Primera edición: 2007
-Ensayo
⋆⋆⋆1/2
Si decidimos dedicar este mes a
reseñar obras sobre la enfermedad mental fue por Oliver Sacks; y si Oliver
Sacks llegó a nuestros radares es porque su obra no es típica de la literatura
clínica. En la primera reseña del mes ya habíamos hablado de su capacidad para
convertir a la enfermedad en parábola, en una historia que atrapa al mismo
tiempo que informa. Digo, ¿cuántos libros de ensayo médico son adaptados, como
su Awakenings, a lacrimosas películas
de Hollywood con Robert de Niro? Algunos dirán que es pop-science, y hasta cierto punto tendrán razón, aunque deban
admitir que su carácter accesible y de divulgación no deslava el rigor en las
décadas de ejercicio clínico tangible por parte de su creador. No es Sacks un
divulgador científico que se haya conformado con esparcir obra ajena y hacer de
Prometeo sin ensuciarse las manos. Pero, tras leer Musicofilia, me queda claro que la obra de Sacks es más que el
típico caso de un científico o médico tratando de “acercar” al público general
a la información, siendo que también constituye una labor de amor; la estela de
un hombre que escribió para ejercitar su capacidad artística casi tanto como la
científica.
Musicofilia está formado por 29 ensayos sobre diversas
condiciones mentales y el modo en que la música se relaciona con ellas, ya sea
como catalizador, síntoma o tratamiento. Mas por debajo de este hilo conductor
también está el propio Sacks. De hecho, hay 3 facetas del autor que uno puede
observar en el libro: 1) el escritor que transmite historias de sus pacientes y
descubrimientos de sus colegas, 2) el médico-celebridad al que todo
mundo respeta y busca, quien viaja alrededor del mundo para conocer a los casos que
después transmitiría, y 3) el hombre sensible, que escribe sobre música no sólo
por relevancia médica, sino porque la ama, y que no duda en insertar
referencias al mundo literario también, cuando es requerido. Sin embargo, quizá
en esa variedad y amplitud de propósito haya también un pequeño traspié, y es
que no todos los ensayos tienen el mismo nivel de profundidad ni el mismo
enfoque, y en ocasiones la organización estructural del libro puede perder
coherencia. En resumen, para el todólogo de ocasión y el coleccionista de Sacks
está muy bien, pero si ustedes buscan un estudio musicológico más duro y explayado
quizá se decepcionen un poco. Pero bueno, al final eso es también la
divulgación científica, ¿no?: plantar ante la gente las ideas, los caminos, y
esperar que cada quien tome, desde allí, el rumbo que la curiosidad demande.
Qué cosa tan extraña es ver a toda una especie —billones de personas— jugando con o escuchando patrones tonales sin significado, ocupados y preocupados por mucho de su tiempo con aquello que dan en llamar “música”.
Musicofilia está dividido en 4 partes cuyos títulos a veces no
dicen mucho, así que les haré el resumen yo mismo:
1.
Cuando la música
no te deja en paz (alucinaciones y obsesiones)
2.
Bolsita de
curiosidades médicas-musicales
3.
Música como
procedimiento de memoria corporal (sobre todo en pacientes que han perdido sus
otras memorias o procedimientos físicos)
4.
Sobre la música
como parte de la identidad del enfermo mental
Ya habrán notado que el libro tiene
un problema, en específico la parte 2. Pareciera ser que en dicho apartado Sacks
se avocó a juntar todo lo que no encajaba dentro de los otros tres, y ello da
como resultado un espacio de alrededor de 100 páginas donde no hay mayor hilo
temático, no hay coincidencias que den continuidad a la experiencia lectora, con
lo cual la cosa se puede poner algo aburrida o desconcertante, sobre todo
considerando que los ensayos en la primera mitad del libro no son tan profundos
como los de la segunda, sino que a veces se mueven a excesiva velocidad,
enlistando pacientes y conocidos de Sacks vertiginosamente, sin decir gran cosa
sobre ninguno. Esto no es decir que los temas de la parte 2 no sean interesantes.
Hay un par de ensayos cautivadores allí, en específico los dedicados al
savantismo musical y al oído absoulto.
Sin embargo, en general, disfruté
mucho más la lectura de la segunda parte del libro, donde las piezas del
rompecabezas comienzan a verse como un diseño coherente. Los últimos dos apartados
son donde Sacks verdaderamente ilumina, puesto que cada ensayo va contribuyendo
a un argumento mucho más claro: el de que la música es algo así como un
interruptor dentro de nuestro ser, algo primal e imposible de evitar (a menos
que uno sufra de amusia, por supuesto), cuya experiencia se almacena en un
campo cerebral completamente distinto al lenguaje. La música, aprendemos, tiene
mucho más que ver con la memoria procedimental, la memoria de los músculos ante
un acto que se ha vuelto automático, en el cual ya no se tiene ni que pensar.
Es por ello que la música es capaz de permanecer aun tras episodios de amnesia
profunda. Sacks relata, en uno de los mejores ensayos del libro, la historia de
Clive Wearing, un músico que perdió la capacidad de recordar debido a una
infección cerebral. Sin embargo, así como “recordaba” dónde estaba el baño de
su casa por medio de la
memoria automática (aunque no podía explicarlo si uno se lo preguntaba), era asimismo capaz de seguir interpretando, y hasta aprendiendo
piezas nuevas de música. En su caso, y en el de pacientes con diversos
padecimientos neurológicos, como el Parkinson y el Alzheimer, la música es uno
de los poquísimos accesos del enfermo al mundo de la normalidad —quizás el
único. Esto no es por razones gratuitas ni cursis, sino porque,
siendo poseedora de melodía y ritmo, conlleva dentro de sí un carácter de tiempo
organizado que permite al paciente comportarse como alguien normal mientras la interpretación musical dure, o incluso, en algunos casos de afasia,
re-aprender el habla mediante la práctica del ritmo.
Y si mediante la música es posible
sacar al enfermo mental de su terrible ensimismamiento, ofrecerle una cuerda
para trepar fuera del abismo insondable al cual te lleva la enfermedad mental,
entonces es lógico que el libro termine con una serie de ensayos que afirman la
importancia de la música para la construcción y re-construcción de la
identidad. Hay casos, como el expuesto en el ensayo “Irreprimible”, en donde el
paciente sufre de demencia, y olvida los nombres de casi todo, pero conserva la
capacidad de cantar, y logra poner en pie una nueva vida alrededor de su única
habilidad. No quiero darles la impresión de que en esta parte el libro pierde
rigor clínico. Los ensayos siguen teniendo un eje médico, si bien su
exploración se vuelve más humanista; de hecho, es en esta última parte de la
obra en donde se esconde una de las mayores gemas, el ensayo “Una especie
hípermusical”, sobre las personas con síndrome de Williams, en el cual Sacks logra hacer un retrato tierno y desgarrador de dichos pacientes, al mismo tiempo que explica la condición con lujo de detalle.
Y también está el ensayo más
emotivo del libro. Es una pieza curiosamente corta, quizás porque es algo que —a
diferencia de las diversas condiciones neurológicas a lo largo de la obra—
todos sufrimos alguna vez, y por lo tanto no hay mucho que explicar. La depresión causada
por el proceso de duelo. La música, tal vez por su carácter primal dentro del
cerebro, alcanza profundidades emocionales que nada más toca, y es por eso que
recurrimos a ella cuando necesitamos de una catarsis profunda, purificadora.
Sacks, un hombre de alta cultura, lo describe con su experiencia de una pieza fúnebre de Jan Zelenka, compositor checo contemporáneo de Bach, la cual
le permitió sentir de nuevo tras la muerte de su tía; sin embargo, es para
todos nosotros algo presente y casi cliché: las canciones que nos ayudan a
pasar el trago amargo, a penar con una melancolía más llevadera la pérdida de alguien,
o incluso de una relación. No es tan fácil como tomarse una píldora, claro.
Tiene que llegar la pieza musical adecuada en el momento preciso. Pero casi
todos lo hemos experimentado alguna vez. Es la música que nos hace más cuando
nos sentimos menos.
Es para mí inexplicable que el
libro no concluya con este ensayo, pero en realidad aparece cuatro antes del
final. Creo que allí hay un error, pero si puedo “solucionarlo”, al menos en
espíritu, concluyendo esta reseña con esa nota, pues que así sea:
La música, de forma única entre las artes, es completamente abstracta y profundamente emocional. No tiene el poder de representar nada particular o externo, pero cuenta con una capacidad única para expresar estados o sentimientos internos. La música puede perforar el corazón directamente; no necesita mediación. Uno no tiene que saber nada acerca de Dido y Eneas para verse conmovido por el lamento que ella lanza hacia él; quien sea que haya perdido a alguien sabe lo que Dido expresa.[1] Y allí hay, finalmente, una misteriosa y profunda paradoja, puesto que la música, aunque nos hace experimentar la pena y el duelo más intensamente, al mismo tiempo nos brinda refugio y consuelo.
[1] Sacks está hablando del aria "When I am Laid in Earth", mejor conocida como "El lamento de Dido", perteneciente a la opera Dido & Eneas (1689) del compositor inglés Henry Purcell.
Para completar:
-Storr, Anthony. Music and the Mind.
-Treffert, Darold. Extraordinary People. (estudio sobre el savantismo)
-Wearing, Deborah. Forever Today. (memoria de la esposa de Clive Wearing, mencionado arriba, sobre su vida conjunta con la enfermedad)
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