-The Simpsons and Philosopy: The D'oh! of Homer
-William Irwin, Mark T. Conard, Aeon J. Skoble [E.U.]
-Primera edición: 2001
-No-ficción/Filosofía/Crítica
⋆⋆⋆1/2
“Sólo porque no me importe, no significa que no entienda”.
Puede que una de las lecciones más valiosas que nos dejó
Umberto Eco es que la cultura popular alberga joyas que merecen ser estudiadas,
sin importar cuál sea el medio utilizado para su transmisión. En su obra podemos
encontrar largos y minuciosos análisis de historietas, películas y series de
televisión, siendo el último inciso especialmente importante para él, pues
estuvo presente cuando las primeras transmisiones televisivas llegaron a Italia.
Lo que para muchas personas no pasa de una “caja idiota”, para Eco representaba
una nueva forma de producir significados. En un capítulo de Apocalíptico e integrados señala que, si
bien la televisión puede calificarse como la suma de modos y formas
preexistentes (como el cine y el teatro) y no es un género, sí tiene un
lenguaje propio y, en su papel como “servicio”, le impone condiciones nuevas a los géneros
preexistentes de los que hace uso. La gran trampa de este servicio es su
exploración es tan sencilla de lograr (apretamos un botón y nos quedamos
viendo) y exige tan poca participación que fácilmente pasa de ser una “experiencia
cultural”, de la que podemos ser parte y críticos activos, a una “relación
hipnótica”, donde predomina la pasividad. Esta pasividad convierte al servicio en un
producto de fácil recepción pero de valor pobre o nulo. Se participa falsamente
en el vínculo transmisor-receptor, por
lo que no existe una verdadera producción de significados y la pequeña caja se
convierte en un objeto de control y pacificación. En suma, no se trata de qué
sintonizamos cada noche, sino cómo lo percibimos y qué nivel de atención
ponemos. Claro, hay programas que simple y sencillamente son idiotas, y no
ofrecen nada que investigar en sus
niveles más profundos –porque no los tiene–, pero hay algunos otros que albergan
toda una gama de significados y propuestas, y que exigen de una mirada aguda
para detectarlos. Sí, hay programas ricos en contenido, en estructuras, en
creatividad, en drama, en comicidad... y después están Los Simpson.
Soy consciente de que estamos en 2016 y preferimos
sacarnos los ojos antes de ver un capítulo nuevo de la familia amarilla. No obstante,
si ignoramos la existencia de las últimas diez temporadas (aproximadamente),
nos encontramos con trescientos capítulos de puro oro. En 1989, esta familia
norteamericana promedio dejó en claro que no aceptaría a un público pasivo. Desde
las elecciones de colores más básicas, como hacerlos amarillos, hasta su
estructura narrativa, donde cada capítulo se compone de cinco tramas distintas,
la serie rompe con las expectativas de quien la sintoniza y se ha convertido en
un referente de nuestro día a día. Quien no tenga los ojos abiertos no notará
que Sylvia Plath, James Joyce y Edgar Allan Poe está compartiendo escenario con
Star Trek, Vértigo y El oso Yogui. Los años han demostrado que la comunidad de
Springfield no es sólo una lucrativa moda pasajera que puede condensarse en playeras,
tazas coleccionables o alguna otra mercancía sin alma, sino que permite ser
llevada a campos de análisis mucho más ricos. Por ello, no es de extrañar que
existan, por lo menos, quince títulos diferentes (sin contar los que ha
publicado el propio Groening) que pretenden abordar a Los Simpson desde un criterio no ficcional. Está claro que algunos
sólo se aprovechan del éxito de la serie para sacar dinero de los más ingenuos,[1]
pero vale mucho la pena acercarnos a trabajos como el William Irwin[2]
y compañía, pues sus intención como tal no es iluminar a Los Simpson, sino iluminar a quien ve Los Simpson
…la dependencia de Los Simpson de otros elementos de la cultura
popular tiene su costo….buena parte del público de Los Simpson no comprenderá en gran medida lo que ocurre en los
episodios a causa de su desconocimiento de la cultura popular que está en la
base referencial de la serie. Y, al no captar las referencias, muchos
espectadores podrían interpretar Los
Simpson como una de las tantas series existentes sobre una familia ligeramente excéntrica,
poblada de personajes ni muy listos ni muy interesantes… Por otra parte,
aquellos que encuentran placer en dibujar líneas entre los puntos de las citas
se deleitarán más en la tarea a causa de su exclusividad. No hay mejor chiste
que el chiste privado: el hecho de mucho no entiendan Los Simpson bien podría convertirla en una serie incluso más
divertida para quienes sí la entienden.
Hay que prestar mucha atención al título. No dice “La
filosofía de Los Simpson”, sino “Los Simpson y la filosofía” y señalar la separación es bastante importante.
La primera opción da a entender que existe alguna clase de filosofía propia en
la vida cotidiana de Springfield, idea que tal vez no está equivocada, pero
resulta demasiado presuntuosa. La segunda opción separa cada campo de manera
visible porque quienes participaron en la elaboración del libro no pretendían
atribuirle alguna clase de filosofía propia a la serie, sino juntar ambas
entidades para iluminar diferentes puntos tanto de la trama simpsoniana como de
la filosofía occidental. La idea del libro es darle a una persona promedio, conocedora
de Los Simpson, una ligera probada
del pensamiento kantiano o un acercamiento a los principios de la
intertextualidad según Linda Hutcheon. Los habitantes de Springfield y las
situaciones que viven sirven para ejemplificar o contextualizar ideas que, de
otro modo, pueden ser aburridamente complejas, como los tipos de carácter según
Aristóteles. Por esto, el público meta no es un estudiante de filosofía de
último semestre, pues puede encontrar algunos de los ensayos simplones o faltos
de detalle, pero sí, por ejemplo, una estudiante de Literatura Inglesa que
terminó la carrera sin tener la menor idea de cuáles eran los “rasgos virtuosos”
y que está inquieta por no saberlo. Así, leer el libro desde cero no es ningún
problema, pues todo está perfectamente explicado, no con peras y manzanas, pero
sí con donas y magumbos. La única exigencia para darle la vuelta a estas cuatrocientas
páginas es tener la voluntad y la curiosidad de hacerlo, porque es amigable,
pero no sencillo.
Dicho lo cual, tengo que reconocer que existen otros
contratiempos para leerlo. (Hora de las quejas). A saber: la cantidad de veces
que se repiten algunos ejemplos, el desequilibrio de los ensayos y la traducción.
Para empezar, Irwin debió haber notado que 11 de sus 18 ensayistas decidieron
utilizar “Lucha de clases en Springfield” para explicar o ejemplificar su tema,
lo cual se vuelve sumamente molesto si pensamos que, para el año que se
publicó, tenían al menos 248 capítulos de donde escoger. El problema se repite en menor medida con otros capítulos, pero leyendo los agradecimientos (al final
de cada ensayo) puede entenderse lo que pasó: todos tomaban café juntos y todos
aconsejaron a todos, lo que resultó en la saturación o sobreexposición de
determinados episodios. El segundo punto es un problema que afecta a toda
recopilación de textos, y es que cada quien escribe como quiere. No obstante,
alguien debió haber puesto un mínimo y un máximo de cuartillas, porque hay
ensayos absurdamente cortos y otros innecesariamente largos –como “Los Simpson y la política del sexo”–. Además,
si bien el título reza que se hablará de filosofía, hay muchas intervenciones
que pertenecen claramente al campo de los estudios sociales, como “Lisa y el
antiintelectualismo estadounidense”, o al de la crítica literaria, como “Los
Simpson y la alusión: el peor ensayo de la historia”, lo cual vuelve
cuestionable al título. Finalmente, la edición que se vende en México es de
traducción española, lo cual resulta terrible sin pensamos que el éxito de la
serie en nuestro país se debe, en gran medida, a que Humberto Vélez dijo “A la
grande le puse Cuca”. Las frases más emblemáticas se vuelven extrañas para el
fanático mexicano de la serie, sencillamente porque la traducción de cada país
es única y memorable.[3]
Termina siendo enojoso que “Homer” diga “reverendo Lovejoy” o que el nombre de los episodios cambie tanto que no sepas
de cuál hablan.
Pero así como no todo es perfecto, tampoco todo es
terrible. Muchos de los ensayos están muy bien planificados y no sólo explotan
a Los Simpson como ejemplo, sino que
alimentan lo que sabemos, o creemos saber, de los personajes. En el primer
ensayo, “Homer y Aristóteles”, los dos aludidos ganan algo. A Aristóteles se le
concede que un público no especializado se acerque a su categorización lógica
de los cuatro tipos de carácter, pues el tema a discutir es si Homero es
virtuoso, moderado, intemperante o vicioso. Claramente, Homero no pinta para
ninguna de las primeras dos opciones, pues carece de “frónesis”, la habilidad
para majearse en el mundo de manera inteligente y moral. Sin embargo, también
es difícil situarlo en las categorías del vicio, pues el brillo de algunas de
sus acciones compensa la mayoría de sus fallos. Aun así, es el personaje más
querido de la serie, también el más admirado, ¿cómo se equilibra todo
esto?, ¿qué lo vuelve tan especial? La respuesta a la que llega Raja
Halwani es que Homero tiene un gusto desmedido por vivir, y el cual se contagia
a quien lo ve, pero que es peligroso de imitar. Saber esto ayuda a explicar lo
que provoca Homero en el espectador, pero también alimenta el valor que tiene
el personaje y sus muchas extravagancias adquieren un nuevo sentido. Una revelación
similar ocurre en “Disfrutar de 'esa cosa llamada cucu…cucurucho':
El señor Burns, Satanás y la felicidad”, donde Daniel Barwick no utiliza
ningún marco filosófico específico para explicar en qué consiste “ser feliz”,
pero sí se toma su tiempo para explicar cómo “significamos” la felicidad y cómo
la sistemática simbolización que el señor Burns le da a todo lo que le rodea le
impide sentirse alegre. Hacia el final del ensayo, Burns deja de ser sólo el
personaje malvado que se frota las manos, y pasa a convertirse en un hombre que
persigue la felicidad sin éxito alguno porque ha sido maldecido con el don de
la simbolización. En “Así habló Bart. Nietzsche y la virtud de la maldad”, de
Mark Conard, Bart sirve de excusa perfecta para hablar de El nacimiento de la tragedia y La
genealogía de la moral. El carácter del problemático niño sirve para hablar
de cómo le damos valor al aquí y al ahora, dependiendo de la manera en que
vivimos nuestras vidas y nos relacionamos con los demás. Tenemos consciencia de
que la conducta de Bart raya en el nihilismo, pero Conard se ocupa de
hacernos ver lo triste que es su posición cuando se piensa en un mundo sin
ningún valor.
De manera contraria, hay ensayos que no proporcionan
ningún nuevo atributo a los personajes de los que hace uso, pero que exponen su
tema de forma brillante. Ejemplo de esto es “Lisa y el antiintelectualismo estadounidense”,
donde se habla del profundo desprecio que siente la sociedad hacia las personas
especializadas, sobre todo en el campo de las humanidades. Una alarmante
mayoría de la sociedad (no sólo estadounidense, sino en general) desestima las
opiniones de personas especializadas en algún campo que pueda tener algo de “subjetivo”,
bajo la excusa de que nada es medible y cada quien puede sentir lo que quiera.
Aeon Skoble analiza esta desesperante situación, en la que las ideas de quienes
estudian cierto tema se critican con resentimiento si contradicen los puntos de
vista más populares. Lisa y Springfield aparecen en este ensayo como ejemplos
demostrativos, pero no son el verdadero punto. Lo que concierne a Skoble es una
sociedad donde ya no importa tu competencia o tus acreditaciones, pues a nadie
le gusta sentirse estúpido.
Con todo y sus fallos, este libro no duda en reconocer el impacto de Los Simpson en nuestra cultura. La
comunidad de Springfield se ha vuelto un referente crucial que no podemos
ignorar. Además, ninguna otra serie de televisión ha tenido jamás un nivel de
alusión tal alto, establecido conexiones intertextuales tan diversas o se ha encargado de retar tanto al género animado. Leyendo Los Simpson y la filosofía incluso pueden encontrar por qué nos han
fallado en estos últimos tiempos, por qué no podemos querer a Homero o sentir
lástima de Burns. En la tradición de Eco, esta familia es una “experiencia
cultural”, con su propio lenguaje y adaptaciones de género, y por ello merece
un público que la rete y critique. A cambio, al hacer uso de un elemento de la
cultura popular para explicar situaciones éticas y morales, el lado teórico
de la tradición académica se hace a un lado, y se le da paso a lo práctico del
día a día. El trabajo de Irwin nos vuelve conscientes de que la filosofía y las
humanidades están allí, en el día a día de nuestras acciones, y que no podemos
seguirlas pasando por alto.
Queremos una guía autoritaria pero
también deseamos autonomía. No nos gusta sentirnos estúpidos, pero si somos
sinceros nos damos cuenta de que tendríamos que aprender un poco más. Respetamos
los logros de los demás, pero a veces nos sentimos amenazados y resentidos. Respetamos
la autoridad cuando nos conviene, pero en otros casos predicamos el
relativismo.
[1]
Una buena técnica para evitar este tipo de trampas es asegurarse de que exista
algo parecido a una bibliografía, notas al pie o que la cantidad de páginas sea
coherente con el tema (si el libro dice que es de filosofía y no pasa de las 120
páginas, mejor aléjense).
[2] A quien quizá recordaran de títulos
como Seinfeld and Philosophy: A Book
about Everything and Nothing (1999).
[3]
Este problema también lo pueden apreciar en la Guía completa de Los Simpson de 1997, publicada por Ediciones B.
Links de interés:
si
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