martes, 28 de junio de 2016

El prisma del lenguaje: cómo las palabras colorean el mundo


-Through the Language Glass-How Words Colour Your World (traducción de Manuel Talens)
-Guy Deutscher [Israel]

-Primera edición: 2010
-Historia cultural/Lingüística

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“Hay cuatro lenguas en el mundo que merece la pena utilizar”, dice el Talmud, “el griego para cantar, el latín para guerrear, el siríaco para honrar a los muertos y el hebreo para hablar”. Otras fuentes se han mostrado igual de tajantes en su veredicto sobre el valor de diversas lenguas. Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano, rey de España, archiduque de Austria y consumado conocedor de varias lenguas europeas, presumía de hablar español con Dios, italiano con las mujeres, francés con los hombres y alemán con su caballo.

En 1858, William Ewart Gladstone, uno de los hombres de Estado más importantes de Gran Bretaña y gran conocedor de la obra de Homero, publicó sus Estudios sobre Homero y la edad homérica, obra de más de mil setecientas páginas en las que se abordan temas varios como la geografía de la Odisea o el sentido homérico de la belleza. Los académicos literarios optaron por verlo como a un niño, un “entusiasta poco lógico”, pero los historiadores y doctos de la cultura no dejaban de verlo como un reverendo lunático, pues en su libro aseguraba que los lugares de la batalla descritos por el poeta no sólo eran reales, sino rastreables. Recordemos que aún faltaban quince años para que Heinrich Schliemann desenterrara los restos de Troya e hiciera ver mal a todos, así que las anotaciones de Gladstone fueron comidilla de unos cuantos y casi pasaron al olvido. Digo casi porque entre ellas había un corto capítulo, casi al final y casi innecesario, en el que el hombre observaba que los griegos veían menos colores que nosotros, y que a eso se debe que el mar de Homero sea color violeta, las ovejas lilas, la miel verde y el cielo negro. Estas observaciones no podían justificarse como una licencia poética o un error de traducción, sino que era literal. Por ejemplo, la palabra ioesis, nombre de la flor “violeta”, es la fiel acompañante de la palabra mar en todo momento: ioeidea ponton. Para explicarse este extraño fenómeno del uso del color, y siguiendo la moda darwiniana de ese momento, Gladstone argumentaba que nuestra percepción de los colores había evolucionado (“se había educado”) a lo largo de los años: los griegos distinguían luces brillantes y algunos colores cercanos a la escala de grises, mientras que nosotros ya habíamos llegado al tecnicolor. 

Aunque ahora sabemos que la evolución es una cuestión de millones y no de miles de años, las  observaciones de Gladstone eran atinadas, y quienes no estaban muy ocupados riéndose de él decidieron buscar una explicación convincente, pues no era sólo el lenguaje homérico el que parecía anómalo. Claro, sólo tardaron veinte años en ponerse a buscar, pero los paulatinos descubrimientos sobre la naturaleza del color que se fueron haciendo demostraron que algo tan básico como las descripciones de lo que vemos está sujeto a los parámetros de cada lengua, y que las divisiones que se hacen del espacio cromático no son tan transparentes y universales como podríamos pensar. En español dividimos el espacio cromático en amarillo, verde y azul, y nos parece tan normal como es normal que el bellonés lo divida en blanco, negro y rojo. ¿Esto quiere decir que la lengua  refleja las leyes de la naturaleza o sólo es producto de cada cultura? La realidad es que los griegos veían los mismos colores que nosotros, pero su división del espacio cromático estaba limitada al lenguaje del que disponían en ese momento por su naturaleza cultural. 

Todo esto hubiera pasado desapercibido por muchos años más si no fuese por un hombre entusiasta que se aventuró a estudiar el lenguaje de una forma… pues entusiasta. Y que después fue seguido por muchos otros hombres que tuvieron que ingeniárselas de todas las maneras posibles para volver objetiva y empírica una ciencia que no cuenta con métodos claros de estudio. La más de las veces una simple suposición sin fundamentos se volvió la piedra de toque de generaciones de estudiosos, lo que ocasionó que se retrasaran descubrimientos importantes. Aunque en este caso específico hablamos del color y la manera en que cada cultura secciona el espacio cromático, la confusión del descubrimiento, el método y los resultados pueden extrapolarse a otros campos del lenguaje, como la manera en que nos posicionamos espacialmente (el sistema egocéntrico o el de coordenadas) o la forma en que influye en nosotros el género gramatical. Lo que importa en este libro es la forma en la que se ha estudiado el lenguaje en los últimos siglos. Con ésta y otras muchas anécdotas es que Guy Deutscher abre las puertas a todo un repertorio de datos curiosos y debates que han existido en el mundo de la lingüística, y que interesan a todos por igual —pues al final del día somos seres lingüísticos, articulamos nuestro mundo interno a través del lenguaje y lo menos que podemos hacer es interesarnos un poco en lo que pasa con él—.

De los dictámenes de las grandes lumbreras sobre la lengua, la cultura y el pensamiento parece deducirse que sus grandes œuvres no siempre han superados los hors d’œuvres de las pequeñas lumbreras. Si tenemos en cuenta lo poco apetitosos que son tales precedentes, ¿hay alguna esperanza de que podamos paladear algo exquisito en esta discusión? Si descartamos los argumentos gratuitos y no debidamente informados, los ridículos y los absurdos, ¿queda algo sensato que decir sobre la relación entre lengua, cultura y pensamiento? ¿Es cierto que la lengua refleja la cultura de una sociedad en sentido profundo, más allá de trivialidades como la cantidad de palabras para definir la nieve o el esquileo de los camellos? Y si ahondamos todavía más en la polémica, ¿pueden lenguas diferentes llevar a quienes las hablan a diferentes pensamientos y percepciones?

La verdad es que pocas veces me he entusiasmado tanto con un libro de historia, ya ni qué decir de uno de historia de la lingüística, por llamarlo de alguna manera. Pero el texto de Deutscher fluye con tanta naturalidad (y con tal sentido del humor) que por momentos se te olvida que estás leyendo algo genuinamente educativo y te sientes en medio de una novela policía. Me explico: gran parte de la obra se ocupa de escarbar en pequeñas anécdotas académicas que revelan a un asesino de la lingüística en potencia, a un alguien que suelta una teoría tan alocada y general que, por efecto péndulo, se esparce de un extremo a otro sin que se demuestre nada empiricamente. La historia de la que habla Deutscher no se ocupa de componerle monumentos a nadie, ni de recitar los nombres de los grandes a quienes les debemos todo. Por el contrario, su trabajo consiste en exterminar cualquier traza de solemnidad y dejarnos con los hechos: que los lingüistas también se equivocan en grande, pero que de esos errores podemos aprender mucho. Tomemos como ejemplo a Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf, quienes pasaron de hacer observaciones muy notables sobre la forma en que se estructuran las lenguas amerindias a asegurar, sin evidencia alguna, que la lengua materna determina tiránicamente cómo pensamos y cómo percibimos el mundo. Bautizaron a esta idea “relatividad lingüística”, y le atribuyeron cualidades cognitivas exageradas a la lengua materna, tomando como punto de partida las ideas de Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein sobre la metafísica del pasado. Aunque sus ejemplos y teorías fueron desmentidos con los años, y para los lingüistas es más bien un capítulo oscuro en la historia, sus ideas siguen resonando en uno que otro espacio. Pensemos, por ejemplo, en iniciativas que buscan eliminar marcas de género utilizando una “x”, y dicen cosas como “todxs” a “nosotrxs”, argumentando que esto elimina la supremacía de un género gramatical sobre el otro y que de alguna manera mágica crea igualdad entre los hablantes pues “la lengua afecta directamente el pensamiento”. Ahora cavilemos en lenguas como el indonesio y el uzbeko, donde no hay marcas de género en absoluto (es un eterno habar con la “x”) y donde no puede decirse que exista igualdad de géneros o un mejor trato hacia la parte femenina de la población. 

Pero Deutscher no es un cínico que busque negarlo todo y burlarse de los errores ajenos. Detrás de toda su ironía hay un esfuerzo verdadero por reivindicar los errores de quienes estuvieron antes que él y no contaban con los medios para explicar ciertas cosas. En la primera parte de su libro se encarga de dejar bien parado a Gladstone, a pesar de que sus anotaciones estaban más que equivocadas, y de la misma forma reivindica a Sapir y Whorf. La segunda parte se ocupa de demostrar por qué la “relatividad lingüística”, como la planteaban sus autores, no funciona a niveles exagerados al hablar del pensamiento, pero cómo sí puede afectar en formas más sutiles y poco evidentes. Si volvemos al género gramatical, es cierto que algunas lenguas nos obligan a dar más información que otras, y también es cierto que se le atribuyen ciertas particularidades a los sustantivos dependiendo de si es masculino o femenino y que estos varían en cada cultura. Su afán por rescatar estas ideas corresponde a una consciencia plena de que, en un futuro, sus propias teorías también serán vistas como absurdas, pues habrá más métodos de investigación y exploración de la lengua a nivel neuronal. Este reconocimiento de que el error es necesario para el descubrimiento ameniza lo que ya de por sí es un buen libro. Pero alguien puede ocuparlo como escalón, así como Gladstone, Sapir, Whorf y muchos otros sirvieron para llegar a donde estamos. 

Tú, lector del futuro, perdónanos nuestra ignorancia como nosotros hemos perdonado la de quienes nos precedieron. El misterio de la herencia nos ha sido desvelado, pero si hemos visto su luz ha sido únicamente porque nuestros mayores nunca se cansaron de investigar en la oscuridad. Por eso si tú, que vendrás después, te dignas a mirar desde tu atalaya de superioridad lograda sin esfuerzos, recuerda que la has escalado apoyándote en nuestras espaldas sudorosas, porque es ingrato avanzar como lo haceos en la oscuridad y la tentación de esperar hasta que el fulgor del conocimiento brille sobre nosotros siempre nos acecha. Pero si caemos en ella tu reno nunca llegará. 


Sin buscar caer en generalidades, y con la esperanza de que lo busquen y vean qué otras calamidades han ocurrido en el mundo lingüístico, este libro no tiene pierde, es una verdera joya. No se necesitan conocimientos básicos de la lingüística y nunca te sientes como si te estuvieran aleecionando con manzanitas. Deutscher nos alerta sobre una cantidad increible de cosas que damos por sentado y que en realidad se deben a años de evolución cultural que se nos trasnmiten. Al hacernos conscientes sobre nuestra relación con la lengua materna, el autor nos anima a cuestionarnos qué tanto limita ésta nuestra capacidad para comprender el mundo, si es que de verdad lo hace o sólo es una lección  más mal aprendida. Además, corrige creencias falsas que se han difundido en los últimos años e ilumina hechos sobre poblaciones poco conocidas que se comunican de formas sumamente diferentes, casi inimaginables. El texto está bien escrito sin caer en la simplicidad, y se puede regresar a él para consultarlo y salir siempre con algo nuevo. No es exageradamente corto ni terriblemente largo, lo que permite leerlo en cuestión de días. Claramente no es perfecto, y a veces llega a ser confuso el uso de algunos términos o la diferenciación que hace de otros, pero de eso nace una cierta necesidad de seguir buscando y aclarar los espacios borrosos, de seguir con el debate que impone y crear nuevas preguntas a partir del contexto individual. Repito, es una verdadera joya.

PD: al principio incluyo el nombre del traductor de la obra. Pocas veces hacemos esto (lo cual está mal pero luego lo arreglamos), pero en este caso hice la excepción porque el trabajo Talens es excepcional. Si de por sí es arduo traducir un libro, ahora imaginen traducir uno sobre el lenguaje donde el lenguaje es protagonista principal en los numerosos ejemplos que se dan. Talens se encargó de adaptar pasajes enteros del libro para que funcionaran en español y no se perdiese conexión con lo que Deutscher trataba de explicar, por lo que merece que lo tengan en mente cuando lo lean. 

Para completar:
-Pueden encontrar un resumen completo del libro aquí:

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