miércoles, 9 de noviembre de 2016

De música y poesía: Bob Dylan y el Nobel

Por Jimena Ruiz Marrón

La entrega del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan ha creado gran polémica entre el público en general, desde la academia hasta la gente que no acostumbra siquiera leer poesía. Como resultado, hay un abanico de comentarios que van de la alabanza ciega al desprecio visceral. Yo no soy juez de la Academia Sueca, por lo que no estoy calificada para defender a capa y espada la premiación de Dylan; lo que sí puedo decir es que a mí me causó gran felicidad que finalmente se lo concedieran (así es, en varias ocasiones ya había sido nominado), reconociendo así su trabajo poético más allá de las páginas y el canon. Sí, es cierto que muchos autores podrían ser merecedores del premio, pero tal vez debamos dar más tiempo al tiempo y no tomárnoslo personal, pues todos sabemos que normalmente la academia entrega premios con 40 años de retraso o más. Ahora, tampoco sé si pueda decir que es un gran poeta, lo que sí puedo defender es que definitivamente ES poeta, y uno importante, aunque el formato de su poesía incomode a algunos. Aquí explicaré que el acompañamiento de una guitarra no resta valor poético a sus letras: al contrario, las enriquece y permite su transmisión de forma orgánica.

Comenzaré con un término que vi cuestionado en varios artículos a lo largo del mes pasado: songwriter. Encontré varios argumentos fundamentados en el hecho de que Dylan, por pertenecer a esta clasificación artística, no merecía el premio, pues involucra canciones. Me parece pertinente revisar con atención la palabra, ya que songwriter se traduce como “escritor de canciones” y sin duda alguna involucra el acto de escribir versos con una intención creativa y rítmica. Esto lleva a las siguientes preguntas: ¿si eres músico no puedes ser escritor?, ¿si eres escritor no puedes ser músico?, ¿las artes son exclusivas y excluyentes? Vaya, me pregunto qué dirían Platón y sus contemporáneos al respecto, dado que valoraban tanto la relación música-palabra; o bien pienso en los trovadores y troveros medievales, quienes cantaban y narraban temas diversos, como las historias de grandes héroes o los chismes de moda; y ni hablar de los monodistas del siglo XVII, quienes intentaron revivir el ya señalado valor retórico de la música y la palabra, por sólo mencionar algunos entre los muchísimos practicantes y estudiosos de ambas artes a lo largo de la historia. No debemos olvidar que, en el origen, la música era parte integral de la poesía: y qué mejores ejemplos que la Biblia, la Ilíada, la Odisea e incluso la Edda mayor (o poética) o Beowulf.

Al hablar de literatura, en especial de poesía, no se puede dejar de lado la importancia de la tradición oral, pues ésta es un medio de transmisión de consejos, historias, cultura y, por supuesto, literatura. Los pueblos con dificultades para escribir, debido a cuestiones económicas, de censura o incluso por falta de acceso al papel y la imprenta, recurren a la oralidad. La poesía surge junto a música con fines mnemotécnicos. Todos lo sabemos y lo hemos experimentado: es mucho más fácil aprendernos una canción que el contenido de un libro de texto. Resulta notable entonces que el blues haya sido una influencia tan grande para Bob Dylan —lo cual queda muy claro desde su primero disco homónimo, donde incluye varias canciones reconocidas del género, como “In My Time of Dying” y “Fixin’ to Die”—, puesto que el blues fue concebido de los spirituals, canciones religiosas que fueron importadas a América como una forma de comunicarse y sirvieron a los esclavos como método de preservación cultural durante la colonia norteamericana. Así que, por donde se le vea, ya sea por la tradición occidental y su música-poesía fundacional o por la tradición popular (incluyendo el blues), Dylan se encuentra inmerso en esta forma de comunicación. Si bien este medio no es nuevo, él lo adapta a sus necesidades y lo explota de una forma masiva, cosa que antes del crecimiento de la industria musical hubiera sido mucho más complicada, pero no imposible. Ahora, si es poesía, ¿a qué género pertenece? Como varios han señalado, Dylan es un gran escritor lírico o "lyricist". O sea, un escritor en la tradición de la escritura poética dedicada a asuntos “terrenales”, no a las gestas de grandes héroes o las loas a los dioses, para lo cual hace uso de un lenguaje concentrado y más simbólico que narrativo. Aunque la lírica no nos suene tan imponente como la épica, es un género de gran importancia desde la época clásica e incluso muchos poetas como Virgilio, Dante, Petrarca y Milton lo consideraban  indispensable para la formación de un poeta: quien pudiera escribir buena poesía lírica, sería capaz de escribir épica.

Por si lo anterior fuera poco, no es la primera vez que Dylan recibe un reconocimiento literario por su trabajo: en 2008 recibió el premio Pulitzer otorgado por la Universidad de Columbia por “Su profundo impacto en la música popular y cultura americana, marcada por composiciones liricas de gran poder poético” (Pultizer.org); en 2011 fue nominado para el Premio Internacional Neustdat (consagrado a novelistas, poetas y dramaturgos) e incluso fue nombrado Caballero de las Artes y las Letras en Francia en 1990. Además, no es la primera vez que se le da el Nobel a un músico o a alguien que no es estrictamente un literato, por lo que se puede decir que el premio responde más al uso expresivo de la palabra que a las etiquetas creativas bajo las que opere el autor.

Un texto que explora ampliamente las cualidades del trabajo de Bob Dylan es el libro Dylan como poeta, visiones del pecado, de Christopher Ricks, donde contrasta la opinión del poeta inglés Philip Larkin sobre lo que debe ser la poesía con lo que hace el cantautor estadounidense. Para Larkin, la poesía puede existir únicamente en papel, ya que este medio proporciona elementos que se perciben solamente a través del sentido de la vista, como es el caso de la puntuación, la ortografía y la forma.  Estos elementos son los que permiten que se pueda leer un poema de forma correcta. Además, el poema impreso proporciona un sentido de longitud y permite saber cuándo el lector se acerca al final del mismo, lo que cambia la lectura de la obra (Ricks, 21). El trabajo de Dylan es completamente diferente debido al formato en que se presenta: lo que él escribe son canciones, las cuales existen de manera temporal y, por definición, según Ricks, “Sólo existen durante la interpretación” (21) y “Son distintas a los poemas porque combinan tres medios diferentes: música, palabra y voz.”(21); es decir, existen  más allá del papel debido a su carácter performático.

Existen otras características que son necesarias al tomar en cuenta para poder valorar la obra de Bob Dylan. En una entrevista con Ron Rosenbaum para Playboy en 1977, declaró que “primero [se considera] un poeta y después un músico” mientras que algunos autores se refieren a él como alguien que logró “redefinir el arte que practica” (Ricks 23). De igual manera, en sus liner notes para Desire (1975), Allen Ginsberg etiquetó el trabajo de Dylan como “La culminación de la poesía musical tal y como se había soñado en los años cincuenta y sesenta”, por la forma en la que elaboró y utilizó sus canciones. Aunque no todos acepten el pacto que propone para la escucha y lectura de su obra, es muy posible analizar su música como poesía, ya que la letra es tan importante como la música (o más). No habría música si no hubiera letra. Sin embargo, esto no necesariamente quiere decir que si Dylan dice que su trabajo es poesía lo aceptaremos con los brazos cruzados; más bien es necesario reflexionar sobre los límites de la poesía y la música, tanto en términos de género literario, como en términos del medio mismo.

Un poco de contexto


Es importante señalar que, aunque el trabajo de Dylan es muy extenso y ha cambiado múltiples veces a través de los años, sus años iniciales fueron fundamentales para su consolidación artística. Sus primeros discos le encontraban inmerso en la situación política y social de Estados Unidos, la cual permitió que su carrera artística  se desarrollara de la manera que lo hizo, como el ícono popular de una generación.

Durante los sesentas, Estados Unidos estaba pasando por diversos procesos sociales, además de tener un ambiente político complicado. John F. Kennedy, presidente de 1961-1963, asesinado un mes después del lanzamiento del tercer disco de Dylan, The Times are A-Changing, tuvo un gobierno caracterizado por tres grandes eventos: la consolidación de la lucha por los derechos civiles, que buscaba erradicar la segregación racial, las constantes tensiones y escaramuzas con la Cuba posrevolucionaria apoyada por la URSS y la Guerra de Vietnam, quizá el mayor conflicto bélico de la Guerra Fría. Las tres situaciones provocaron grandes inconformidades y tensiones en la sociedad, lo que tuvo como consecuencia una gran cantidad de movilizaciones. Con éstas surgieron varias expresiones de protesta, una de las cuales fue el “revival” y la mescolanza del folk y el pop, ambos con una perspectiva diferente a la que se le había dado antes, ya que sus letras reflejaban el deseo de protesta de la  juventud. Uno de sus voceros más reconocidos fue Bob Dylan junto con otros músicos como Joan Baez. Esto se debió al carácter de la letra que acompañaba su música, con el que se dio una nueva dimensión a la industria del pop, pues las canciones que escribían pretendían ir más allá de lo comercial, a la vez que el rock comenzaba a tomar forma y popularidad al estar más comprometido con los sucesos sociales (Middleton).

El contenido de las letras de Dylan agradó a una juventud que deseaba tener íconos que la unificaran en contra del sistema y pudieran retratar su inconformidad. Estaban en búsqueda de una identidad dentro de una cultura de multitudes, lo cual se tradujo en la creación de celebridades dentro de la naciente cultura de masas ( Monteith 37), cada una dándose a conocer a través de un medio comercial en donde destacaran, ya fuera la música, el cine, la televisión, etc. Posteriormente, el estatus de celebridad cobraría gran importancia para los nuevos movimientos sociales que buscaban plataformas mediáticas para esparcir su mensaje (39). Gracias a esto, muchas celebridades fueron transformadas, voluntariamente o no, en íconos y voceros de una generación que necesitaba quien representantes dentro de las corrientes históricas de la época. Bob Dylan, además de mostrar una fuerte inconformidad ante los estándares sociales y artísticos de la época en muchas de sus canciones, decidió adoptar la imagen del trovador (41), la cual está relacionada con el poeta-músico que narra historias populares. Esto lo logró al retomar la tradición del folk ancestral y resignificarla dentro del contexto de los sesenta. De esta manera, retrató con sus letras lo que sucedía en esos momentos en su país y se convirtió en uno de los mayores representantes de su generación gracias al crecimiento de la industria musical, la cual, sin embargo, debe entenderse más como un vehículo para la distribución de su trabajo que como una razón para la descalificación del mismo en términos de calidad o autenticidad: ser parte de la industria nunca le restó vigor a su mensaje.

La obra de Dylan es tan vasta que es difícil elegir con qué representar el valor poético de sus letras, pues nunca terminaríamos. Hay ejemplos muy claros (y con grandes versos) de la relación música-palabra, como es el caso de “To Ramona” (Another Side of Bob Dylan, 1964), “It’s All Over Now, Baby Blue” (Bring It All Back Home, 1965) y “Farewell Angelina” grabada a mediados de los sesentas, publicada hasta 1991 en The Bootleg Series, pero famosa por la interpretación de Joan Baez. En las tres canciones es claro que el metro y la rima de la letra dictan el ritmo, tempo y acentos de la música. La letra es más hablada que cantada, algo así como si escucháramos un recitativo en la ópera, donde el contenido de la palabra es más importante que el adorno musical, estilo característico Dylan. Por otro lado, hay canciones con un contenido un poco más melódico en términos de acompañamiento musical, muchas veces dado por la armónica como un refuerzo o eco de la sonoridad de las palabras, como “It Ain’t Me Babe” (Another Side of Bob Dylan) y “Just Like a Woman” (Blonde On Blonde, 1966). Hay canciones que no sólo tienen un buen uso de la palabra y crean imágenes memorables, también narran historias de calibre casi épico sin perder el toque político, como “Hurricane” (Desire, 1976), mientras que en otras como “Blowin’ in the Wind” (The Freewheelin’ Bob Dylan, 1963) y “The Times They Are A-Changing” (álbum homónimo, 1964) sus versos son los responsables de que éstas se convirtieran en los himnos de una generación. Por si esto no fuera suficiente, pueden escuchar con atención Blonde on Blonde o Highway 61 Revisited (1965, sí, donde viene “Like a Rolling Stone”), álbumes con alto contenido poético, además de ser clásicos del rock.

Si pudiera les explicaría canción por canción e imagen por imagen, pero mejor sólo intentaré apegarme a un pequeño ejemplo. No se trata sólo de poder analizar sus letras como poesía a través de metro, rima, estrofas, figuras retóricas y demás, es poesía con un formato distinto. Es poesía popular con un proceso de creación e interpretación distinto al de la poesía que se transmite por el medio escrito. Exploraré la canción “With God On Our Side” (The Times Are A-Changing), de su tercer álbum de estudio. Esta canción tiene forma de balada histórica, la cual narra los acontecimientos más importantes de un pueblo. La canción condensa la historia de Estados Unidos desde su fundación, pasando por el desalojo de los indígenas y hasta llegar a la Guerra Fría. Enlista y describe las guerras que forjan la identidad estadounidense e insiste en que todas ellas fueron aprobadas por Dios. La música que acompaña esta letra es de un estilo folk muy sencillo. La melodía, al ser de carácter popular, es fácil que se encuentre en el imaginario de la gente de donde es originaria, pues le pertenece al pueblo. Lo que hace Dylan aquí es muy característico de su trabajo, ya que se considera que con este tipo de canción rompía “la balada tradicional monótona, e introducía una nueva problemática, le daba una dimensión más profunda” (Iñigo 40) porque, más allá de ser una simple balada que se enfoca en narrar y forjar, critica la identidad nacional. A su vez, no se puede negar que  con sus baladas y canciones Dylan creó un lenguaje americano en términos léxicos y fonéticos (Monteith 40), el cuál sabía que su público sentiría como suyo y aprovecharía para enviar su mensaje.

El papel que la música y la letra cumplen una respecto a la otra es el de darse nuevas dimensiones y redondear el efecto total. La estructura musical provee los elementos mnemotécnicos característicos de su género, los cuales facilitan la memorización del contenido de la canción. Su estructura armónica es sumamente sencilla, se encuentra en Fa menor y únicamente utiliza los acordes de 1er, 2do, 5to, 7mo grado (Fa, Mi menor, Do Sol) característicos de la música folk y no presentan ninguna variación musical; dicha estructura se repite una y otra vez. La letra va narrando una historia que parece ser la misma, pero en diferentes escenarios: la de la guerra ganada por un país a pesar de los efectos perjudiciales que ésta podría tener en los países vencidos. A su vez, la música marca las pausas entre estrofas, mientras que la armónica repite la melodía que remite al estribillo de manera insistente. La música refuerza y pone énfasis en lo que Dylan quería resaltar en la canción. Esta redundancia musical y temática se puede contrastar con el título del álbum The Times They Are A-Changin, que indica una época de cambio, mientras que la letra de la canción señala lo contrario a través de la historia se han obtenido resultados similares de problemáticas similares, a pesar del aparente progreso. Así, la música reitera la circularidad de la letra y se opone con ironía y tensión a lo que propone el título del álbum: la renovación.

No todas las canciones son poesía y no toda la poesía es musical

Al conjugar la música y la letra, sería difícil plantear que uno de estos aspectos individuales pueda funcionar y significar del mismo modo que todo el conjunto de elementos de la canción. La música sin las palabras queda vacía, sería sólo una simple armadura armónica esperando a ser llenada; sin embargo, la música es esencial para completar el mensaje que Dylan expresa con palabras. Su obra debe ser valorada en su totalidad para poder comprenderla mejor. La letra de la canción logra adquirir un significado más amplio al ser contextualizado con la música que la acompaña. Esto lleva a la pregunta: ¿dónde se encuentra el valor poético, y por lo tanto literario, dentro de una canción? En el caso específico del trabajo de Dylan, reside en su habilidad para usar tanto la palabra como los elementos musicales, lograr la conjunción de ambas herramientas y así crear versos con imágenes memorables (labor no muy distinta a la que realizaban los monodistas del siglo XVII y a la finalidad de la música retórica utilizada a lo largo de todo el barroco).

Para Dylan, la música le da una intención determinada a la letra, como una especie de puntuación diferente a la escrita (Ricks 27). Sus poemas utilizan la música como recurso rítmico y ambiental, contribuyendo así a la formación del significado esencial de la obra. Debido a su contexto, Dylan se desarrolló en un medio que lo promocionó como músico debido a las características sonoras de su trabajo, pero para él la música es tan importante como las palabras y viceversa. Por ello, algunos consideran que la obra de Dylan representa una transgresión al género al que dice pertenecer y polemiza tanto el trabajo del poeta como el del músico, ya que su propuesta es no limitarse a los estándares de producción de ninguna de las artes.

Aunque es cierto que no toda la poesía posee musicalidad, lo cierto es que existe más allá del papel: no sólo debe ser leída, también debe ser escuchada o de lo contrario se está experimentando mal. Para ello que mejor ejemplo que The Wasteland de T.S. Eliot o L’Allegro e Il Penseroso de John Milton. No sólo necesitamos buena literatura escrita, es importantísimo que tengamos buena literatura oral y que no olvidemos que también existe, aunque sea popular y no canónica. Si la gente deja atrás sus apegos a la materialidad y las clasificaciones artísticas estrechas y se permite escuchar la poesía de Dylan con la mente abierta, tal vez dejen de pensar que su trabajo es de la misma calidad que el de Taylor Swift o Paul Simon tan sólo porque todos ellos son “músicos”. En el caso de Dylan y otros músicos poetas, su habilidad para crear imágenes e historias con sonidos y palabras trasciende la rigidez de ambos medios, cosa que no cualquiera que diga escribir letras de canciones puede presumir.

Si algo nos puede hacer reflexionar la entrega de este premio es ¿qué es poesía? Una pregunta con una infinidad de respuestas y que siempre nutrirá el diálogo sobre literatura y permitirá expandir límites y conceptos establecidos. Si Dylan es famoso en otro medio es porque hay quienes llevan siglos insistiendo en que la música es sólo música y la poesía es sólo poesía y no pueden ver que ni la música ni la poesía funcionan así. En el caso de la poesía, podemos pensar en William Blake: ahora nadie cuestiona el valor de su obra, pero no hay que olvidar que fue pintor antes que escritor y que toda su obra escrita se encuentra inmersa en sus pinturas, así como la de Dylan en su música.

Todas esas opiniones que circulan alrededor del premio de Dylan son poco sorpresivas y me imagino que no le importan mucho a alguien que, desde el principio de su carrera, está acostumbrado a ser el centro de la polémica. Lo ha sido desde que era un blanco tocando blues y que abordó temas políticos, pasando por el día que decidió tomar una Stratocaster y subirse a un escenario donde lo esperaban para escuchar folk, hasta cada concierto que da e interpreta versiones distintas de sus propias canciones. Tampoco es de sorprender su extraña aceptación del premio: es de poco interés si Dylan es grosero, gruñón o su actitud es de mal gusto, pues no veo porque esperar algo distinto a estas alturas de su carrera, donde todos sabemos que tiene su carácter y que eso no demerita su trabajo. Que si sería mejor que le dieran un Grammy, no lo creo, ya tiene algunos y el Grammy jamás reconocerá el valor literario de su trabajo. Que el Nobel de Literatura no es el “Nobel de Música”, es verdad, sería bonito que existiera, pero el hecho es que en el trabajo de Dylan es mucho más impactante el uso de la palabra que el uso e innovación musical (vamos, no es Jimi Hendrix ni Jeff Beck y mucho menos Leonard Bernstein). Lo que se reconoce ahora es la habilidad literaria y lingüística de quien se apropió del blues, dominó la cultura popular y, con sus versos, consolidó la imagen de uno de los movimientos populares más importantes del siglo XX: el rock como contracultura.




Bibliografía:

Iñigo, José María, Joaquín Díaz. Música pop y música folk. España: Planeta, 1975.

Ricks, Christopher B. Dylan como poeta: visiones del pecado. San Lorenzo de El Escorial, [Madrid]: Langre, 2007.

Ginsberg, Allen. “Songs of Redemption” Desire. Maine: Naropa Institute, 1975.

Middleton, Richard.” "Rock." Grove Music Online. Oxford Music Online. Oxford University Press. Web. 3 Dec. 2013.


Monteith, Sharon. American Culture in the 1960s. Edinburgh: Edinburgh University Press, 2008.

Richmond, W. Edson “Ballad Place Names” The Journal of American Folklore, Vol. 59, No. 233 (Jul. - Sep., 1946), pp. 263-267.

5 comentarios:

  1. Es verdad que Dylan ha influido mucho en la historia del rock en general y la cultura estadounidense en particular, aunque creo que la mayoría de las criticas negativas a su nombramiento no están tan asociadas a el hecho de que sea música su poesía, si no que otros escritores como Milan Kundera ya llevan tiempo mereciendo un reconocimiento como el nobel de literatura ¿Acaso hay tanta falta de literatos buenos que se tiene que premiar a un rapsoda moderno? No lo creo

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    1. Parte de lo que este artículo trata de poner sobre la mesa es que debemos dejar atrás la noción de que darle el premio a Dylan implica el mensaje de que "no había escritores de verdad a quién dárselo", precisamente porque la canción es un género literario híbrido pero no por eso menos válido que los demás. No hay géneros postizos y por lo tanto no hay nada que haga a Kundera un escritor "más de verdad" que Dylan, y me parece de miras estrechas pensar que alguien debe tener preferencia sólo porque escribe en un género sin hibridaciones. Es como decir que W. H. Auden no sería poeta si se hubiera dedicado a escribir libretos de opera toda su carrera, como en alguna ocasión lo hizo.

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  2. Nunca tendrá mi consideración cómo figura literaria.

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  3. Si quieren premiar otras formas de expresión (según leí quieren premiar a un guionista de comic) diferentes a la de literatura, pues que creen otro premio (Nobel de Arte, por ejemplo). Ah, y no le digan poeta a un letrista.

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