jueves, 23 de mayo de 2013

Corazón de tango


  • Elia Barceló [España]
  • Primeria edición: 2007
  • Novela


Innsbruck siempre me había parecido una ciudad triste, quizá porque siempre la había visto de noche, cuando ya se había puesto el sol, o en las primeras horas de la mañana, cuando aún no había salido. Una ciudad gris poblada por gentes grises, como si el peso de su historia, de tantos y tantos muertos de tantos y tantos siglos, fuera una losa que no los dejara alzar la mirada, el alma, la voz. Tuve en ese momento la impresión fugaz de hallarme en compañía de fantasmas, el tango difumina las cosas, las desdibuja, como el alcohol, y los fantasmas eran buena compañía para mi yo nocturno…

Hace un par de años, durante una Feria del Libro, la librería Gandhi decidió ponerse esplendorosa y rematar algunos libros por algo así como el 15% de su valor original. La pila que se ajustaba frente a mí era una inmensa marea de lomos negros con códigos de barras y portadas grises, algo que llamó mi atención. Los títulos no sonaban del todo mal, era un punto medio entre lo convencional, lo cliché y lo extravagante, entre aventuras y romances. Terminé comprando la mitad de lo que se ofrecía ahí (decisión excelente cuando me vine a enterar el precio original), pero la verdad es que con el paso del tiempo sólo he podido leer dos de esas adquisiciones. Y bien, he aquí que les hablo del segundo en la lista, sacado del librero durante mis últimas vacaciones de navidad. Su título lo dejo en la clasificación de cliché (es una canción), pero eso no le quita el atractivo. Incluso la  contraportada promete mucho: “una obra inclasificable, que mezcla tango, fantasía e historia”. Pero después de dicha promesa y de toda esa aventura sobre lo afortunada que soy a veces encontrando buenos precios me quedo sólo con el tango y sin certeza a mis criterios.

Leyendo mis últimas reseñas, me doy cuenta de que casi siempre les hablo de libros con los cuales desarrollé una conexión muy especial. Pero resulta que ahora me enfrento a un problema hamletiano, si se me permite: ¿recomendar o no recomendar? He ahí la cuestión. No, el libro no es malo. A decir verdad es una historia de amor lo suficientemente buena para que se pueda disfrutar en una tarde. Y más que una historia de amor, es una historia de tango: “una música ardiente, un baile de ojos cerrados y sombras y humo de tabaco… una mujer que se movía como una flor al viento y un hombre que la llevaba con porte de torero, atado a ella como por una maldición”. El problema es que lo pasional del asunto se diluye a medida en que las palabras pretenden ser fervientes, sin alcanzar a serlo de todo. Quizá sea algo personal, pero las lecturas se vuelve tediosas cuando las palabras “ardiente, pasión, obscuridad, fuego” y etc., se repiten con tanta vehemencia. La fuerza de la música se va derrochando entre adjetivos, no del todo, pero sí lo suficiente como para opacar la determinación lujuriosa del baile mismo. Se devuelve al inicio: a una historia de amor que no puede ser, pero es. Aunado a esto, existe el querer salir del cliché romántico por la tangente “mágica y misteriosa” estilo Julio Cortázar, y fue con eso como se me vino abajo la mitad del interés. Pero seguí y seguí y lo valió… y sigo con mi duda hamletiana. No necesitas escuchar los quejidos de la tarima para sentir el arrastre de los pies, y con eso basta.

Faltaban dos días para mi boda y tres para mi cumpleaños. Yo lo había querido así. Me gustaba la idea de cumplir los veinte siendo ya una señora y de poder decir el resto de mi vida que me había casado a los diecinueve. En el mes de enero. En pleno verano.
[…] Papá me levantó el velo delicadamente con una mano, sacó el pañuelo del bolsillo, me lo pasó por la cara con mucha suavidad y luego se secó él y volvió a guardarlo.
–¿Es que no quieres? – preguntó por fin.
[…] –No es eso, papá –dije yo, cada vez más azorada–. Sí. Claro. Sí, pero…, no sé…, me habría gustado que alguien me preguntara.

Lo dije y lo repito: la historia no es mala. Quizá mi problema sea que se me dificulta mucho ser objetiva cuando el agradecimiento viene siendo “a mi maestro, Julio Cortázar”. Sí, lo tengo que admitir, con el dolor de mi corazón: detesto al hombre y la fascinación que se ha desarrollado en torno a él. Pero esto es asunto de otro momento. A lo que quiero llegar es que la lectura se volvió en mi contra por el mero hecho de saber que seguía los pasos de un autor específico. La narración es llevada por cuatro voces y lo cautivante del asunto es que no se tiene idea de lo que está pasando. A mitad de Europa se baila tango, y los hombres de corbata y sombrero, y las mujeres de sastre y sonrisa, se desprenden de su disfraz de oficina para entregarse al baile. Una desconocida seduce a uno de los bailarines, un desconocido seduce a una de las bailarinas. Por accidentes de la vida, cuando termina la milonga, se ven solos en la noche, sin aquel cuerpo que envolvieron con su aliento a cigarro y miseria. De repente los dos seducidos se ven persiguiendo cordeles invisibles del baile que los llevan a Buenos Aires, al hogar de la música misma, a un museo, a una pintura. El problema es que el uno no sedujo al otro. El problema es que se parecen, pero no son. El problema es que uno estaba en Innsbruck y el otro en Landsberg. El problema aquí son los amores que no fueron, pero son.

Es envolvente, lo juro. Dejaré de hablar de mis molestias ”adjetivescas”  y “cortazianas” para dejar en claro todo lo bueno del libro. Buenos Aires se reconoce como el corazón, cuerpo y alma del tango. Y es justo aquí donde ocurre la historia que no fue, porque los estereotipos se introdujeron a mitad del camino. Ser joven, bella y soltera son cosas que no se mezclan, mucho menos si tu casa se encuentra cruzando el mar, en España. Natalia se llama la estereotipada, y su único problema fue aquel de nacer mujer en unos años donde las libertades femeninas no iban más allá de decidir la comida. Así que un buen día un alemán que apenas si habla español decide liberarla de su libertad, y sin preguntas directas la lleva al altar. Le dicen el Rojo por su cabello, aunque se llama Berstein, y es marinero. Lo último implica una clausula absurda en el acta matrimonial: estar casada sin ver nunca a tu esposo, porque el Rojo debe estar surcando a Neptuno once meses al año. Claro que Barceló no iba a dejarle un dolor tan fútil a la pobre criatura, eso no se puede cuando escribes sobre milongas que enamoran a dos y matan a tres –en palabras de Tin Tan. Antes de amarrar su vida a un perfecto extraño y hacerse una señora decente, Natalia conoce los placeres del tango y los ojos de Diego mientras la lleva de la mano.

Y en la misma Argentina está un hombre mediocre, enamorado de una mina que ya va para el altar y con pies hechos para el baile. Diego conoce a Natalia un par de días antes de su boda y su dolor no lo orilla a la locura sólo por su deber con la milonga. Y así muere la historia de amor, o nace otra en Europa, muchos años después. Si sigo dando detalles les arruinaré lo atrapante de la música, aunque si conocen las letras bien sabrán que casi nunca terminan con sonrisas. Por alguna razón, el libro parece atraer especialmente a los lectores norteamericanos (vean Goodreads), quizá porque esperan una empapada de cultura latina, y supongo que salen muy decepcionados. La condición migrante de Natalia la hacen ajena a la tierra, excepto en la música. La condición natalicia de Diego hace contraste. Tenemos una variedad de registros, incluyendo al alemán y su fallida sintaxis, lo que termina haciendo de la historia algo múltiple, universal. Tan universal como los amores y héroes perdidos de los que hablan las milongas, hasta las de Borges. Tan universal que no exige más que compadecerse de aquellos dos que no pueden bailar más de una pieza, para luego tener que aguardar en su pose eterna del lienzo. Y si bien tuve problemas con el agradecimiento, no lo tengo con la dedicatoria: a todos los hombres y mujeres que buscan el amor.

Toda mi vida había servido para llegar a ese instante. Toda mi vida se detendría allí, en sus labios, en su aroma, en aquella mujer que ya era parte de mí, que era yo, pero puro, elevado, perfecto, el yo que nunca supe que podría llegar a ser.

-Editorial 451
Incidentalmente, ya no está disponible en ningún lado (al parecer); ni siquiera
en Gandhi (lo cual es una tontería).
Pero si quieren conseguirlo, aquí les dejo el link a la página de la editorial;
ahí viene  disponibilidad para España y me parece que pueden pedirlo por correo.
Una disculpa, pensé que seguiría en librerías... 

1 comentario:

  1. A mi tampoco me gusta Cortazar, bueno, decir "no me gusta" es quizás exagerado, sobre todo teniendo en cuenta que hace 20 años que leí su obra maestra "Rayuela" y fue tal la antipatía que me produjo su Horacio, intelectual de tres al cuarto, que, desde entonces, no me ha merecido la pena leer nada más del genio. Sólo tengo que pensar en "la Maga", simple, inocente, cándida, en armonía con el mundo para que las fantasías surrealistas de Julio Florencio me pongan agresiva. No sé pero atendiendo a tu reseña, "Corazón de tango" suena a "mucha música pero pocas nueces". De todas maneras que no se nos ofendan los autores, el gusto o no gusto por una obra es siempre relativo;-)esther

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