Lee, lee, lee. Lee de
todo –basura, clásicos, lo bueno y lo malo, y ve cómo lo hacen. Así como un
carpintero trabaja como aprendiz y estudia a su maestro. ¡Lee! Lo absorberás. Luego
escribe. Si es bueno te darás cuenta. Si no, arrójalo por la ventana.
A pesar del enorme esfuerzo
de la crítica estructuralista por borrar al autor del mapa literario, resulta
casi imposible leer un libro sin terminar haciéndose una idea de la
personalidad de su creador. Para hacer el asunto más frustrante, casi siempre
resulta que dicha idea es adecuada. Así, cuando pienso en excéntricos, Joyce
con su ojo de vidrio me viene a la cabeza, para extremistas está Dostoievski, Hemingway
encabeza la lista de aventureros con grandes barbas, y Burroughs paseándose por
México es mi opción al pensar en drogas. No me es necesarios buscar demasiado
en sus biografías, de alguna manera, basta con leer sus obras para adivinar sus
personalidades. Es casi como ver sus fotografías. Pero esta prueba de imaginación
se me viene abajo cuando pienso en Faulkner. ¿Por qué? Porque después de leer
algo como Mientras agonizo o Una rosa para Emilia, me es casi
imposible aceptar que ese hombre tan bien parecido haya escrito semejantes cosas.
En mi cabeza, Faulkner tiene barba, ojo de vidrio, sombrero vaquero, es
alcohólico, fuma pipa, odia a su madre, odia a todas las mujeres, sufre de
alucinaciones y es un posible asesino en serie. Sí, lo siento, suena terrible.
Posiblemente sólo acierto en lo del alcohol y la pipa (y, posiblemente, la pipa
era de opio). Pero no me van a negar que un hombre con semejante obra,
representante del gótico sureño, no debería verse tan normal en sus fotos.
Con todo esto, no quiero
insinuar que la vida de nuestro autor del mes fuese algo aburrido. Tampoco
insinúo que su personalidad fuese nula, en realidad, tomando en cuenta el
número de mujeres con las que estuvo, a veces creo que tenía demasiada. Hablamos
entonces de un hombre que nació en New Albany, Mississippi el 25 de septiembre
de 1897, sur de los Estados Unidos, con el nombre de William Cuthbert Faulkner.
Su origen no es sólo un eslabón en la cadena, sino la cadena misma. Puede
declararse una y mil veces que la importancia de Faulkner radica en su estilo,
siendo un representante del modernismo con aquello del flujo de consciencia,
pero yo no dejo de creer que su más grande aportación fue la de recordarles a
todos que el sur de aquella nación aún existía. Recordemos todo aquello que
trajo la Guerra Civil para la zona (además de la abolición de la esclavitud,
claro): grandes familias vueltas a la quiebra, notable retraso estructural en
las ciudades y el exilio de lo que se consideraba “el sueño americano”. El sur
era aquella parte vergonzosa y atrasada del país donde la esclavitud había existido
y donde se tocaba el banjo. Todos los primos molestos resultan ser sureños. Y
la estrategia de Faulkner para convertirse en uno de los escritores más
importantes del siglo XX no fue borrar sus orígenes estigmatizados del mapa, si
no hacerlos evidentes y constantes en toda su obra. No reivindicó las trizas
desiertas del sur, no le dio moral a la tierra, sólo la volvió el lugar ideal
para su narrativa. Tomó una estética europea, el gótico, y logró tallarla en
aquella tierra de nadie. Así, Oxford, Mississippi, lugar donde se crio, resultó
ser la base para aquel espacio emblemático: Jefferson, Condado de
Yoknapatawpha.
A pesar de ser notablemente
brillante, Faulkner nunca sintió una gran pasión por la vida académica. Dejó la
secundaria para trabajar en un banco y comenzar a escribir, y años después, en
1921, dejó la Universidad de Mississippi
yendo tras el crítico de teatro Stark Young hasta Nueva York. En medio de esto
se encuentra, claro, la Primera Guerra Mundial, y a un joven Faulkner siendo
rechazado de la fuerza aérea de E.U. por no cumplir con los requisitos físicos.
En su afán por ser piloto, Faulkner se unió a la Real Fuerza Aérea Canadiense
como ciudadano inglés, pero para cuando llegó a Francia el conflicto ya había
terminado. Aunque había comenzado a escribir siendo muy joven, y había
intentado emular a poetas como Edward FitzGerald, A. E. Housman, John Keats y
Algernon Swinburne, el éxito no alcanzó a Faulkner hasta 1929 con la
publicación de El sonido y la furia,
novela centrada en la caída de la familia Compson y narrada por varios miembros
de la familia utilizando el flujo de consciencia. Antes de esto, Faulkner había
montado un par de obras de teatro, escrito poesía (The Marble Faun) y publicado dos novelas que no tuvieron demasiada
atención (Soldier’s Pay y Mosquitoes). Podría decirse que fue un
año de suerte para el escritor, ya que en octubre de 1929 se casó con su amor
de juventud, Estelle Oldham, con quien crio a tres hijos. Al año siguiente publicó
Mientras agonizo, en 1931 apareció Santuario –el cual obtuvo un buen número
de ventas, Luz de Agosto en 1932 y ¡Absalom, Absalom! en 1936. Si bien su
trabajo novelesco es bastante extenso, quizá su obra más reconocida se
encuentra en una historia corta: Una rosa
para Emilia (1931), pieza sin orden cronológico donde todo un pueblo juzga el
silencio de una mujer.
Cabeza de familia, mujeriego,
alcohólico y escritor de guiones televisivos, Faulkner casi fue a la ruina con
la llegada de la Segunda Guerra Mundial, puesto que las ventas de sus libros
descendieron. Pero en 1949 se le otorgó el Premio Nobel, liberándolo de la
tensión de escribir por dinero y brindándole el reconocimiento que se merecía. Era
un hombre de armas tomar, detestaba a Hemingway (uno dijo “Hemingway nunca ha
mandado a nadie al diccionario” y el otro contestó “Pobre Faulkner, cree que
las emociones grandes vienen de palabras grandes”) y fue padre del gótico
sureño, un género que explota la decadencia de lo que fuese una mina de oro. Su
vida terminó en 1962 debido a un paro cardiaco, esperamos que ninguna amante
conserve su cuerpo.
Siempre he preferido a Faulkner sobre Hemingway, pero Dios, que le den un poco de savila por que este ultimo lo quemo con su respuesta.
ResponderEliminarEn fin, gran articulo como siempre, sigo esperando por uno de Camus o de Hesse.