lunes, 6 de octubre de 2014

Escritor del mes: William Faulkner

Lee, lee, lee. Lee de todo –basura, clásicos, lo bueno y lo malo, y ve cómo lo hacen. Así como un carpintero trabaja como aprendiz y estudia a su maestro. ¡Lee! Lo absorberás. Luego escribe. Si es bueno te darás cuenta. Si no, arrójalo por la ventana.
A pesar del enorme esfuerzo de la crítica estructuralista por borrar al autor del mapa literario, resulta casi imposible leer un libro sin terminar haciéndose una idea de la personalidad de su creador. Para hacer el asunto más frustrante, casi siempre resulta que dicha idea es adecuada. Así, cuando pienso en excéntricos, Joyce con su ojo de vidrio me viene a la cabeza, para extremistas está Dostoievski, Hemingway encabeza la lista de aventureros con grandes barbas, y Burroughs paseándose por México es mi opción al pensar en drogas. No me es necesarios buscar demasiado en sus biografías, de alguna manera, basta con leer sus obras para adivinar sus personalidades. Es casi como ver sus fotografías. Pero esta prueba de imaginación se me viene abajo cuando pienso en Faulkner. ¿Por qué? Porque después de leer algo como Mientras agonizo o Una rosa para Emilia, me es casi imposible aceptar que ese hombre tan bien parecido haya escrito semejantes cosas. En mi cabeza, Faulkner tiene barba, ojo de vidrio, sombrero vaquero, es alcohólico, fuma pipa, odia a su madre, odia a todas las mujeres, sufre de alucinaciones y es un posible asesino en serie. Sí, lo siento, suena terrible. Posiblemente sólo acierto en lo del alcohol y la pipa (y, posiblemente, la pipa era de opio). Pero no me van a negar que un hombre con semejante obra, representante del gótico sureño, no debería verse tan normal en sus fotos.
Con todo esto, no quiero insinuar que la vida de nuestro autor del mes fuese algo aburrido. Tampoco insinúo que su personalidad fuese nula, en realidad, tomando en cuenta el número de mujeres con las que estuvo, a veces creo que tenía demasiada. Hablamos entonces de un hombre que nació en New Albany, Mississippi el 25 de septiembre de 1897, sur de los Estados Unidos, con el nombre de William Cuthbert Faulkner. Su origen no es sólo un eslabón en la cadena, sino la cadena misma. Puede declararse una y mil veces que la importancia de Faulkner radica en su estilo, siendo un representante del modernismo con aquello del flujo de consciencia, pero yo no dejo de creer que su más grande aportación fue la de recordarles a todos que el sur de aquella nación aún existía. Recordemos todo aquello que trajo la Guerra Civil para la zona (además de la abolición de la esclavitud, claro): grandes familias vueltas a la quiebra, notable retraso estructural en las ciudades y el exilio de lo que se consideraba “el sueño americano”. El sur era aquella parte vergonzosa y atrasada del país donde la esclavitud había existido y donde se tocaba el banjo. Todos los primos molestos resultan ser sureños. Y la estrategia de Faulkner para convertirse en uno de los escritores más importantes del siglo XX no fue borrar sus orígenes estigmatizados del mapa, si no hacerlos evidentes y constantes en toda su obra. No reivindicó las trizas desiertas del sur, no le dio moral a la tierra, sólo la volvió el lugar ideal para su narrativa. Tomó una estética europea, el gótico, y logró tallarla en aquella tierra de nadie. Así, Oxford, Mississippi, lugar donde se crio, resultó ser la base para aquel espacio emblemático: Jefferson, Condado de Yoknapatawpha.

A pesar de ser notablemente brillante, Faulkner nunca sintió una gran pasión por la vida académica. Dejó la secundaria para trabajar en un banco y comenzar a escribir, y años después, en 1921, dejó la Universidad  de Mississippi yendo tras el crítico de teatro Stark Young hasta Nueva York. En medio de esto se encuentra, claro, la Primera Guerra Mundial, y a un joven Faulkner siendo rechazado de la fuerza aérea de E.U. por no cumplir con los requisitos físicos. En su afán por ser piloto, Faulkner se unió a la Real Fuerza Aérea Canadiense como ciudadano inglés, pero para cuando llegó a Francia el conflicto ya había terminado. Aunque había comenzado a escribir siendo muy joven, y había intentado emular a poetas como Edward FitzGerald, A. E. Housman, John Keats y Algernon Swinburne, el éxito no alcanzó a Faulkner hasta 1929 con la publicación de El sonido y la furia, novela centrada en la caída de la familia Compson y narrada por varios miembros de la familia utilizando el flujo de consciencia. Antes de esto, Faulkner había montado un par de obras de teatro, escrito poesía (The Marble Faun) y publicado dos novelas que no tuvieron demasiada atención (Soldier’s Pay y Mosquitoes). Podría decirse que fue un año de suerte para el escritor, ya que en octubre de 1929 se casó con su amor de juventud, Estelle Oldham, con quien crio a tres hijos. Al año siguiente publicó Mientras agonizo, en 1931 apareció Santuario –el cual obtuvo un buen número de ventas, Luz de Agosto en 1932 y ¡Absalom, Absalom! en 1936. Si bien su trabajo novelesco es bastante extenso, quizá su obra más reconocida se encuentra en una historia corta: Una rosa para Emilia (1931), pieza sin orden cronológico donde todo un pueblo juzga el silencio de una mujer.
Cabeza de familia, mujeriego, alcohólico y escritor de guiones televisivos, Faulkner casi fue a la ruina con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, puesto que las ventas de sus libros descendieron. Pero en 1949 se le otorgó el Premio Nobel, liberándolo de la tensión de escribir por dinero y brindándole el reconocimiento que se merecía. Era un hombre de armas tomar, detestaba a Hemingway (uno dijo “Hemingway nunca ha mandado a nadie al diccionario” y el otro contestó “Pobre Faulkner, cree que las emociones grandes vienen de palabras grandes”) y fue padre del gótico sureño, un género que explota la decadencia de lo que fuese una mina de oro. Su vida terminó en 1962 debido a un paro cardiaco, esperamos que ninguna amante conserve su cuerpo.
 Me niego a aceptar el fin del hombre… me rehúso a aceptarlo. Creo que el hombre no sólo sobrevivirá: será victorioso. Es inmortal, no porque sea la única creatura en poseer una voz inagotable, sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión y sacrificio y resistencia. El deber del poeta, del escritor, es plasmar estas cosas. Es su privilegio ayudar al hombre a resistir levantando su corazón, recordándole la bravura y el honor y la esperanza y el orgullo y la compasión y la lástima y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado. La voz del poeta no sólo debe ser el registro del hombre; puede ser una de las bases, de los pilares para ayudarle a persistir y prevalecer. 


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1 comentario:

  1. Siempre he preferido a Faulkner sobre Hemingway, pero Dios, que le den un poco de savila por que este ultimo lo quemo con su respuesta.

    En fin, gran articulo como siempre, sigo esperando por uno de Camus o de Hesse.

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