miércoles, 4 de febrero de 2015

Mes del libro MALO 2.0

Primero que nada, les debemos una enorme disculpa por los meses que pasamos en silencio. Sabemos que nos extrañaron mucho y valemos mil. Ignoremos la parte en que la escuela nos hizo llorar sangre y digamos que les concedimos un tiempo para que leyeran todos los libros que hemos reseñado y nos siguieran el ritmo –y confío en que lo hicieron.
Pero ahora volvemos a retomar nuestro espacio con todo el cariño que el mes nos ofrece. Estamos en febrero, el mes de Hallmark Cards y peluches gigantes. El mes del mal gusto, en pocas palabras. Hace un año nos dimos a la tarea de mimetizarnos con las fechas y dedicarnos a reseñar los llamados “libros malos”, aquellas entidades mediocres cuya existencia infecta a millones de lectores y los hace caer en un círculo vicioso de lectura fácil, razonamiento lineal y comentarios simplistas tipo “al menos leo”. Aunque muchos apoyaron la idea, la verdad es que hubo más de una pelea encarnizada al respecto de gustos (porque aparentemente la palabra “subjetivo” es un excelente escudo protector para cualquier porquería). Entre los muchos comentarios que recibimos hubo uno que llamó mucho mi atención y que no pude contestar porque su autor era anónimo. Decía: “Un ejercicio interesante pero fútil. Dedicar tiempo y atención a estos libros es una pérdida de energía”. Detengamos a considerar sus palabras y pregúntense: ¿lo es?
Pasemos a hechos concretos. Estamos en el 2015 y el PRI nos está gobernando, nuestro sistema educativo está por los suelos, y el mejor cumplido que se puede recibir actualmente es “eres bien luchón/a” porque implica que no importa lo jodido/a que estés, siempre tienes diez pesos para comprarle un taco a tu hijo. En resumen, no tenemos calidad de vida, pero no podemos quejarnos porque todo es como “Dios quiera”. No voy a decir que este espíritu agachado se debe a que la población diga que Bajo la misma estrella  es el mejor libro de la vida, pero repasando los hechos tenemos que admitir que los gustos literarios, o la ausencia de ellos, tienen una influencia importante en nuestro desarrollo como individuos. Miren, la verdad a mí me importaría muy poco lo que los demás leyeran si no fuera por un hecho sencillo: somos seres sociales y compartimos un planeta. A rasgos menores: compartimos un sistema “democrático”, lo cual implica que conductas aprobadas por Los cuatro acuerdos y sus millones de lectores van a afectar mi vida en determinado momento, y me opongo firmemente a ello. También implica que mi opinión vale lo mismo que la de la vecina que leyó Los juegos del hambre, opinó que era “súper genial y original” y luego votó por Peña Nieto porque está bien guapo. Y el problema de este último ejemplo no tiene tanto que ver con el libro como con quien lo leyó.
¿Por qué si los libros actuales de moda abarcan temas relacionados con el cambio social, la lucha de clases y la insurrección del justo, nuestra sociedad es francamente apática y conformista? Una razón es porque los temas son comprendidos de manera cursi y tibia, otra es que no crean verdaderas convicciones ni filosofías, y una más es porque quienes los leen lo hacen “para escapar de lo malo que los rodea” y consideran que voltear páginas es trabajo suficiente. Ocupémonos de lo último.
Si bien la lectura tiene una función de divertimiento y la actitud escapista puede ser válida, su inclusión en nuestra vida cotidiana tiene una misión didáctica y estimulante: no se trata de aprender de memoria cada párrafo, sino desarrollar la habilidad de establecer conexiones lógicas que nos permitan comprender sistemas, crear estructuras de pensamiento y moldear ideas propias, así como un razonamiento más humano –no quiero decir que nos convirtamos en Gandhi, pero sí que nos interesemos en las formas y contenidos que rigen lo social e individual. Puede sonar idealizado, cursi incluso, pero leer sí puede volvernos mejores personas. No. Así no va. Corrijo: leer bien nos puede volver mejores seres pensantes. No nos va a hacer “más mejores gentes”, pero nos vuelve alguien digno de charla. Y leer bien, así tal cual, es una habilidad que se adquiere a la larga, con mucho esfuerzo y ejercicio lógico, prestando la máxima atención a detalles, contextos, y tonos. Y no, no todos lo logran. ¿Por qué? porque están quienes leen lo malo, quienes leen mal y quienes hacen ambas.
¿Por qué quienes pasan sus días leyendo Cazadores de sombras etc., etc. no han logrado desarrollar estas capacidades? En buena medida se debe al contenido: es insulso, de fácil digestión, con pocos problemas de forma (siendo un modelo lineal que viaja de A a B sin mayores transgresiones) y lleno de lugares comunes que otorgan un sentido de seguridad, porque es algo que ya conocemos y por ende “entendemos”. Muchos llegan aquí a jurarnos que no importa lo que leas mientras leas algo, y mil veces hemos dicho que no es verdad. Pensémoslo en términos de salud alimenticia: si yo llego todos los días a mi casa y digo “No me como el plato de verduras con pollo porque ya me comí unas papas en la calle”, mi papá no va a decir “Ah, bueno, por lo menos comiste”, me va a dar con un sartén en la cara, y a la larga voy a tener sobrepeso, hipertensión, fallas renales… Si lees un libro diario, pero son títulos que van desde Cincuenta sombras de Grey hasta El alquimista, ignorando cualquier cosa que pueda ser denominado como “un clásico” porque te parece de viejos aburridos, ni te estás imponiendo retos de comprensión ni lo estás pensando hacer siquiera. Estás comiendo papas todos los días, estás acostumbrando a tu sistema a una lectura fácil que no requiere de tu cooperación para sustraer significado alguno. A la larga te vuelves un filisteo (búsquenlo si no saben qué es) y provocas una llaga en ti mismo: betas cualquier libro que no cumpla con tus marcas de lecturas fáciles establecidas. Así llegamos a personas con trescientos libros leídos en un año, todos son triángulos amorosos, todos son muy originales. ¿Por qué? porque no se ha generado una capacidad de retención siquiera, mucho menos se ha alimentado el proceso creativo: estancarse en una misma línea de lecturas retiene cualquier proceso, vuelve floja a la mente. Al final del día podrías pasar el día leyendo Insurgente o viendo “Las lavanderas” en televisión y tendrías el mismo estímulo.
Pero ese fue el qué, también está el cómo se lee. Conozco personas que odian a Saramago porque no terminan de entender el tono con el que se debe leer y comprendo su posición. Conozco a personas que odian El guardián entre el centeno porque lo encuentran desesperante y también entiendo su posición. Y conozco personas que en la misma semana leyeron Matar a un ruiseñor, Crepúsculo, Academia de vampiros, Ulises y S/Z y encontraron que todos esos son libros maravillosos que adoran y son muy bonitos y están muy padres y están muy bien… Eso también lo entiendo, pero me desconcierta mucho. Volvamos a un principio básico: ¿cómo se lee? Se pasan los ojos por las letras, sí, de acuerdo. Un conjunto de letras forma una palabra. Un conjunto de palabras forma una oración. Muchas oraciones conectadas son un párrafo. Muchos párrafos conectados son una historia. Simplista, pero nos es útil de momento. ¿Es suficiente pasar los ojos por las páginas? Volvamos a un ejemplo cotidiano. Si digo que voy a hacer ejercicio y me inscribo al gimnasio, pero no tengo un verdadero compromiso con la actividad, sólo lo estoy haciendo para decir que lo hago (y sacarme fotos mientras), falto seguido y cuando voy hago las cosas a medias y mal, y saliendo me compro un chicharrón: ¿me está sirviendo de algo el ejercicio? No, claro que no, estoy tirando mi dinero. Lo mismo pasa si me gasto todos mis ahorros en comprar Moby-Dick en la edición de The Folio Society y al final digo “está muy bonito, pero no entendí por qué se enojó con la ballena”. Claramente algo haces mal. Peor aún si no es sólo Moby-Dick, sino que has decidido sentarte a devorar todos los clásicos de la literatura universal, al estilo de Matilda, pero no se te ha ocurrido ni establecer conexiones entre ellos ni cuestionarlo ni investigarlos. Al final del día te encuentras en donde comenzaste: sin ninguna noción de estructura, en un monologo numérico donde hay cantidad y calidad pero no hay quien lo aprecie. Se ve muy bonito el asunto, pero no deja de ser una careta, porque lo estás haciendo sin un verdadero compromiso.
¿Qué quiero decir? Que leer es una actividad a la que se le debe respeto y tiempo, como lo es cualquier actividad con la que te apasiones. No basta con pasearse con un libro por el metro y terminarlo en dos días, no si no estás dispuesto a desenterrar sus secretos de forma y contenido. Sí, estancarte en libros mediocres te hace un lector mediocre. Pero también conformarte con el mínimo esfuerzo de lectura te vuelve mediocre, aunque estés leyendo Crimen y castigo por tercera vez. (Para mayores ejemplos de esto, pueden acercarse a Fahrenheit 451.)
Como misión de (casi) tiempo completo, este espacio se dedica a reseñar “n” cantidad de libros para que, quienes decidan acercarse a ellos, eviten terminar en simplismos y trabajos a medias. Más que reseñas, muchas veces terminamos haciendo ensayos breves sobre ejes temáticos y personajes. Al principio creíamos en la visión personal y subjetiva, pero también nosotros podemos cambiar nuestras ideas y volverlas más concretas y útiles. Tratamos de tener una pequeña influencia en qué leen y cómo leen. Pero una vez al año nos ensañamos con los libros de consumo fácil que inundan librerías y centros comerciales. ¿Por qué? Porque son un problema que generan lectores basura, y porque no hacerlo sería encerrarnos en una torre de marfil. A estos libros “malos” les dedicamos el mismo tiempo de análisis que a los buenos, y al final, lo que surge, es una crítica basada en una investigación y una lectura minuciosa. Por mucho que lo odie, me siento a leer a Coelho lo mejor que puedo, porque lo voy a analizar a consciencia. No somos demasiado buenos para esos libros, y no somos ajenos a nada humano. No creemos que esto sea un ejercicio fútil ni un gasto de energía, al final del día, repito, compartimos un mundo, y me interesa estar en un mundo sin obesidad e hipertensión. Si son demasiado buenos para estas cosas, que pueden pasar por amarillistas, están en todo su derecho de leer reseñas de otros meses y comentar en ellas.

No nos vamos a disculpar si llegamos a ofender sus gustos, porque al final del día no los queremos a atacar como personas, sino crear un diálogo entre ustedes y sus lecturas. Antes de comentar con un “todo es subjetivo”, piensen quién comenta, si ustedes o su orgullo. Lo nuestro es una subjetividad informada, sin rayar en lo solemne --siempre es necesario algo de humor para amenizar. La selección de este mes tiene como estelar a un italiano mundialmente conocido por ocasionar diabetes en sus lectores. Se le dan bien las novelas románticas y las protagonistas sensibles que se enamoran de chicos malos. Dicen que Italika lo patrocina, pero son rumores.

6 comentarios:

  1. Pa la próxima saquen la resolución de la antinomia del gusto de Kant en la Crítica del Juicio... todos somos unos ilustrados. (No, no es mal pedo, está interesante)

    ResponderEliminar
  2. Solo se equivocaron en un punto, y es en el hecho de tratar de tener una pequeña influencia en el qué y cómo leemos. Porque, en lo que a mi respecta, la influencia ha sido enorme y satisfactoria. Y por eso siempre les estoy agradecido.

    ResponderEliminar
  3. Gracias, gracias, gracias...suscribo cada palabra de esta entrada, como para pegarla encima de las publicidades de "Lee veinte minutos al día"

    ResponderEliminar
  4. Aquí una lectora que respalda lo que dices.
    En realidad, debo aclarar desde un inicio, no soy una ávida lectora (lo fui hace unos años pero el Internet me ha destrozado, he de admitirlo) ni tampoco una ilustrada. Pero siempre fui -y lo sigo siendo-, una lectora inconforme. Comencé con sagas juveniles, pero solo dos, porque inmediatamente después quise leer algo diferente, sí, algo que me impusiera un tipo de esfuerzo mucho mayor que los que impone leer una saga juvenil en tiempos actuales (Sí, me refiero directamente a Crepúsculo y Vampire Academy), no porque me quisiera creer "cool" al leer 'clásicos" como he tenido la oportunidad de ver en muchos otros lectores, simplemente siempre he sido así: nunca me he encariñado con un género en especifico, ni siquiera con un autor.
    Pero a lo que iba, en estos momentos estoy retomando el habito de la lectura, porque gracias al tiempo que invierto a Internet he dejado de leer como lo hacia antes. Y por lo menos, al retomar/iniciar de nuevo no se puede hacer con algo que tiene un grado mucho mayor a nuestra comprensión lectora y capacidad, como me pasó con Rayuela, que preferí dejar para un futuro que leerlo sin entender nada y decir al final "Ay, pero que bonita historia". Y continuar leyendo algo más de acuerdo a mis capacidades -y no es que me desvaloricé como lectora, simplemente soy realista-.

    Y ya, esa era mi pequeña anécdota.
    Tienen una seguidora desde ahora.

    ResponderEliminar
  5. "Dicen que Italika lo patrocina" morí con eso. Comparto algunos tópicos que tocan en este artículo pero otros no tanto, gracias por la entrada. Saludos.

    ResponderEliminar
  6. Gracias por esto; ciertamente comencé con sagas juveniles, pero últimamente he querido algo más pesado: notese que para dicho fin decidí comenzar con Los Miserables... no fue la mejor de mis ideas. Ahora tendré que releerlo con más calma, pero al menos espero poder absorber mejor su contenido.

    ResponderEliminar